Viernes, 11 de septiembre de 2015 | Hoy
MUSICA › MARTIN ELIZALDE Y LA DISTANCIA PERFECTA, SU TERCER CD COMO SOLISTA
El cantante, pianista y compositor presentará hoy, en el Club Cultural Matienzo, un trabajo que define como “una síntesis de esa cosa de rock urbano que desarrollábamos con Falsos Profetas y las inquietudes musicales exploradas en mis discos solistas anteriores”.
Por Cristian Vitale
Trabajar a favor de la canción es lo que Martín Elizalde destaca ante todo. Fue lo que en rigor primó durante su andar en yunta junto a los Falsos Profetas durante casi veinte años y cinco discos, y lo que prosigue, desde que devino solista. Por caso, desde que comenzó a pergeñar las trece canciones propias que pueblan su tercer disco como tal: La distancia perfecta. “Cuando empecé a trabajarlo me pregunté cuál era la distancia que tenía que tomar yo del proceso de grabación, y así como en discos anteriores la distancia perfecta había sido dar un paso atrás para que avanzaran los productores (Pelu Romero, Acho Estol, Ariel Lavigna) para éste necesitaba que no hubiera ninguna distancia que me separara de la grabación. Me propuse poner en práctica todo lo que había aprendido de esos maestros”, introduce el cantante, pianista y compositor, a punto de presentar su trabajo hoy en el Club Cultural Matienzo (Pringles 1249), acompañado por Agustín Macías en bajo, Alex Fank en batería, y Augusto Coronel Díaz en guitarras. “Pienso este disco como una síntesis de esa cosa de rock urbano que desarrollábamos con Falsos Profetas y las inquietudes musicales exploradas en mis discos solistas anteriores”, resume él, como para empezar.
Elizalde sigue con una ajustada mirada musical hacia dentro de sí. Se dice, en este tren, hijo del rock argentino que nació con Litto Nebbia y terminó en los albores de la década del noventa, una selectiva perspectiva histórica que explica –en parte– La distancia perfecta. “Hasta ese momento había una cosa bastante desprejuiciada en la manera de encarar la música, casi no había géneros que no se pudieran abordar. Después, con la llegada del aguante entró una cosa medio de macho alfa que hacía que ciertas exploraciones musicales no tenían que ver con el rock” alinea, sobre un marco de sentido estético personal, que incluye tango, jazz, músicas brasileñas y mexicanas, y una tríada de gigantes como inspiración y trasfondo: Bob Dylan, Tom Waits y Nick Cave. “También estoy atravesando una etapa de escuchar bandas de afuera. Mucho Jarvis Cocker, tanto solista como con Pulp, esa movida de bandas como The National, My Morning Jacket, War on drugs, y Wilco, que hace ya varios años es una fuente de consulta permanente. El disco Yankee Hotel Foxtot fue vital para que me metiera en la aventura reveladora de Chaparrón, (se) sigue develando Elizalde. En este caso, apelando a su segundo solista que le abrió la cabeza a un mundo nuevo. “Con este disco todo fue diferente, porque empecé a usar el estudio como un instrumento más, a experimentar con sonidos y con técnicas de grabación”.
–¿Qué le dejó Falsos Profetas? ¿Qué balance haría a la “distancia”, sobre tal experiencia?
–Me dio todo lo que soy como músico. Aprendí a tocar, a hacer canciones, a organizar un recital, a hacer la prensa, a vincularme en un grupo humano, a desenvolverme arriba del escenario, y, sobre todo, a divertirme con la música. Con Falsos Profetas nos divertimos mucho. Arriba y abajo del escenario, pero en la etapa final ya habíamos dejado de divertirnos tanto, y entonces nos dimos cuenta de que era hora de cerrar esa etapa. Hubiera sido un gran error grabar otro disco, porque ya no teníamos la misma química creativa. Por suerte, nos despedimos en el momento justo y nos dimos el lujo de hacer dos recitales de despedida, nuestro propio “Adiós Sui Generis”, para dar el último adiós como una historia de dieciocho años se merece.
Data no menor es también que La distancia perfecta es el primer disco solista de Elizalde que se publica tras la separación de Falsos Profetas. Tanto Amores de trinchera, disco debut producido por Acho Estol, como el nombrado Chaparrón, fueron concebidos y publicados con la banda aún activa. “Nunca me había pasado de tener tan en claro cómo quería que sonara un disco antes de grabarlo, y el tener claro el norte ayuda a la hora de tomar las infinitas decisiones que hay que tomar en el proceso de grabación, como la elección de micrófonos, amplificadores, pianos, etc. Para las guitarras, por ejemplo, usamos un amplificador valvular muy chico, de cuatro watts, con un sonido bien inglés que inmediatamente te lleva a otra época, porque si bien rompe a volúmenes muy bajos, bien microfoneado puede llegar a sonar como un gigante. Lo mismo con el piano. Usamos uno vertical, un poco castigado, con una caja bastante chica, pero que tiene un sonido muy cálido. Y así con todo. Son detalles que son fundamentales a la hora de encontrar el carácter de un disco”, cuenta el músico, que también es escritor y que acaba de publicar, en rol de tal, su primera novela: No hay nada romántico en Buenos Aires.
“Creo que la publicación de la novela fue clave en la composición de las nuevas canciones. Me permitió escribir con más soltura, como si antes tuviera una carga autoimpuesta de buscar cierta cosa literaria en las letras de las canciones. Ahora no busqué nada de eso, sólo transmitir lo que cada canción necesitaba, sin tanta pomposidad, y me parece que me salieron las mejores letras, las más directas, las que mejor describen paisajes y climas. Después de varios discos, aprendí que la austeridad es una gran consejera, tanto en la letra como en la música”, sostiene Elizalde, sobre una especie de simbiosis que podría ir a las vísceras de ciertas canciones. “Las guerras que escondimos”, por caso, o “Abro el juego”, o “Ganas de más”, el tema que le abre la puerta a la totalidad. “Creo que es la primera vez que sentí que una canción mía no tenía fisuras”, admite Elizalde. Y concluye: “Cada elemento que aparece en ella tiene una razón de ser, y aún en esa cosa tan estudiada, me parece que es una canción tremendamente emotiva”.
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