Viernes, 11 de septiembre de 2015 | Hoy
CINE › LA CASA DEL DEMONIO, DE WILL CANON
Por Diego Brodersen
Maria Bello es casi lo único bueno de esta residencia embrujada: cada vez que su personaje –una psiquiatra empleada del departamento de policía– asume el control del cuadro, la película repunta algunos milímetros. Pero no alcanza. Ya desde sus primeros minutos, La casa del demonio demuestra ser la enésima regurgitación de tópicos, situaciones y códigos a los que cierto terror contemporáneo nos tiene (demasiado) acostumbrados. Un crimen en el pasado, ligado a prácticas ocultas ritualistas, un espíritu malvado, chicos que se las dan de estudiosos de lo paranormal y terminan enfrentados con algo mucho más peligroso de lo que podían imaginar. El problema no es el qué sino el cómo: ya la secuencia de apertura, con sus fotografías parcialmente fuera de foco y sus recortes de periódicos, demuestra ser el fondo del tarro de la imitación de cosas ya vistas y oídas. A partir de allí el resultado de la sesión espiritista, que replica el homicidio en masa original, los sobrevivientes y la investigación de la policía, que habilita el ida y vuelta entre el presente y los constantes flashblacks.
Los chicos, todos ellos cool y hot al mismo tiempo, se meten en la vieja casona como quien entra a los dominios del Gran Hermano y, entre discusión y reyerta acerca de cómo invocar a las ánimas, aparecen las ínfulas personales y las ex novias como motores del conflicto. Y otra vez las camaritas de video. Que, maldita sea la bruja de Blair Witch, parece ser el único medio por el cual tantos realizadores creen ser capaces de transmitir inmediatez y contagiar el miedo. Un detective del pueblo (sobresaltado Frank Grillo) le deja el careo de un sobreviviente a su prometida, la psiquiatra, y se obsesiona con el material grabado por los émulos de Allan Kardec, que misteriosamente irá surgiendo de los discos rígidos gracias a la genial idea de un oficial: meterlos un rato en la heladera.
Y así avanza la cosa, como en un todo por dos pesos del horror: la muñeca de una cajita de música señala hacia algún lado y uno de los pibes va a buscar qué hay debajo de la alfombra; de pronto, los poderes del más allá logran salir de la casa, rompiendo completamente las reglas de juego. Y el final, que más que una vuelta de tuerca lo que logra es tirar por el desagüe la confesión de casi 70 minutos previa y hacerle pito catalán en la cara al espectador. Apenas algunos minutos antes, una secuencia de montaje paralelo parecía haber reanimado el cadáver, pero se trataba de un movimiento espasmódico reflejo. Mientras La casa del demonio se estrena con más de setenta copias, la infinitamente superior Te sigue continuará en cartel esta semana, con suerte, en apenas un par de salas.
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