Martes, 5 de septiembre de 2006 | Hoy
MUSICA › KEVIN JOHANSEN, PAULINHO MOSKA Y SU ENCUENTRO EN EL COLISEO
Johansen está dándole forma a Logo –sucesor de City-Zen–, pero el tema es la hermandad que terminó desarrollando con Moska y que sigue cimentando aquello de lo “desgenerado”. En el Opera se verán las pruebas.
Por Cristian Vitale
Sábado, seis de la tarde. Kevin Johansen recorre los pasadizos secretos y coloridos del estudio Circo Beat, esperando a su amigo Paulinho Moska. Está un poco inquieto: el brasileño tenía que llegar a las cinco, pero el supuesto atraso del avión demora las cosas. “Lo tenés que conocer, es un personaje increíble”, tira. El grupo que lo acompaña desde el exitosísimo disco Sur o no sur –The Nada– está en el fondo del estudio, probando el material del próximo disco de Kevin, que se llamará Logo. “El corte va a ser un tema en portuñol, porque considero que esta generación es de mezcla y cruces. Es la generación logo, que sucede a la X y la éxtasis”, comenta aprovechando el hueco. El título del sucesor de City-Zen tiene dos sentidos: revierte el concepto de No Logo, popularizado por el libro de Naomi Klein, y también el significado de la palabra en portugués: después, hasta luego. “Hay como un dejo de pesimismo sano. Quiero decir, hay una luz que llega un poco tarde”, insiste Kevin. Un poco tarde, en concreto, es cuando Paulinho irrumpe en el estudio. Son casi las siete y está como extraviado. Cansado. Sube al primer piso, busca a su amigo pero no lo encuentra y llama por celular a su manager. “Ey, estoy perdido”, dice. Efectivamente, como había adelantado Kevin, el tipo es un personaje: está perdido en Circo Beat.
Una vez que se reencuentra espacialmente, Moska resulta afectuoso y extrovertido. Tiene un corte de pelo entre punky y posmo. Se ríe permanentemente y habla un castellano casi impecable. Ambos ultiman detalles sobre la presentación de este jueves en el Coliseo y se entusiasman con la canción que grabarán para el disco de Johansen. “Está la idea básica, la tenemos que terminar de concordar. Tiene que ver con el aire, tiene una cosa muy mántrica: ‘por los picos, por los valles, por los mares, por las venas de tu alma’”, tararea el cantautor nacido en Alaska. Paulinho agrega: “El me regaló los acordes y yo empecé a escribir sobre ellos. La canción es como algo que camina, que puede ser muchas cosas: un amor, el viento o el tiempo. O, por qué no, el odio. El mantra tiene un equilibrio entre lo positivo y lo negativo. El mantra es caos y camino”.
Johansen y Moska juegan a encontrar significados nuevos en las palabras. Parecen músico-semiólogos, tituleros y semióticos. Johansen cita a Umberto Eco: “Eco dice que el título es la síntesis de la síntesis. Sirve para armar el esqueleto de lo que querés decir”. Y el manoteo lo salva para definir el dúo con Moska. “¡Unión subtropical!” Moska es un obsesivo del idioma castellano. Se autocritica duro cuando no le sale alguna palabra y también, a su manera, es un militante de la síntesis de la síntesis. Sus temas más recientes se llaman “Lleno de vacío”, “Mucho poco”, y así. Pero, ¿qué se traen entre manos para el Coliseo? El ex Instrucción Cívica apela a un antecedente. “El año pasado hicimos una minitourné por San Pablo y Río. Paulinho me presentó ante la intelligentzia brasileña, y en el Centro Cultural Carioca cayó Caetano de sorpresa. Estábamos los dos temblando de emoción..., espero que sintamos algo parecido ahora.”
Paulinho (guitarra, voz y efectos de bajo) y Kevin se apoyarán en Marcos Susano, el experimentado percusionista que acompañó a Sting, The Nada y el ex baterista de Piazzolla, el Zurdo Roizner. Pero faltará el personaje fundamental para el imán que los unió: Jorge Drexler. “Drexler me dijo ‘tenés que conocer a este cantautor’”, recuerda Moska, refiriéndose a Kevin. “Pero en ese momento también me habló del uruguayo Carlos Casacuberta, de Jarabe de Palo y de muchas bandas. Para mí, eran solo nombres, porque yo estaba muy interesado en conocerlo a él.” Así, Drexler ofició de medium. “Lo había conocido por medio de una seguidora uruguaya. Ella entró al camarín y me regaló un compilado de Drexler con una carta. Siempre me llenan de CD, pero esa carta me maravilló por la forma en que estaba escrita, por la manera en que jugaba con las palabras. Lo escuché porque quedé sensibilizado por la carta”, cierra el músico brasileño.
El encuentro se volvió precipitado. Paulinho hizo amistad con Drexler; Drexler lo conectó con Kevin, y el resultado fue la configuración de un trío virtual e intermitente, que de vez en cuando aparece. “Cada uno tiene su singularidad, pero tenemos un pensamiento colectivo. Por un lado nos une el hecho de ser cantautores y, por otro, las ganas de intentar hacer con nuestras canciones un espacio contemporáneo, trasvasadas por una idea de diversidad”, admite Moska. “Este es un carioca melancólico, casi rioplatense. Como un argentino festivo, pero al revés”, bromea Kevin. “Claro, man, lo mío es melancolibertad”, responde el brasileño.
–Esto en términos estéticos. ¿Por dónde pasa el magnetismo a nivel humano?
K. J.: Siempre fue como indefinible, como “indibujable” el límite entre la amistad y el arte. Es una cuestión de edades similares y búsquedas. Nos gustó la idea de encontrar la coincidencia entre los distintos caminos. Nos fascina debatir sobre la estructura de las canciones. Nos decimos “donde vos pusiste el puente yo hubiera metido el estribillo” y así. Buscamos desestructurar la canción tradicional, para convertirla en algo que nos sorprenda primero a nosotros y después a los demás.
P. M.: Cada uno contiene y es contenido. Yo lo invito a mis shows porque es un artista maravilloso, pero sobre todo porque es mi amigo. Conozco muchos maravillosos artistas, pero no son mis amigos.
–¿Cómo se encuentran en esa tensión irresoluble entre lo regional y lo universal?
K. J.: Si bien captamos sonidos globales, en cada uno de nosotros hay una localía bastante fuerte, una identidad de formación, que se mezcla con el lenguaje universal del rock y los distintos folklores. No es algo que tenga que ver con la tan denostada world music, término tan odiado, que Arto Lindsay identifica con Madonna, Cristina Aguilera y Enrique Iglesias. Lo nuestro no es eso, sino música de raíz con apertura. Favorece, en nuestro caso, que la música brasilera está tanto o más abierta a Latinoamérica que en los años setenta.
–¿Qué pasó en el medio?
K. J.: Creo que fue más una cosa de “cada uno, cada uno”. Ahora, a diferencia de los ’80 y los ’90, Brasil se abrió culturalmente.
–¿Hasta qué punto influye en este ida y vuelta el idioma?
P. M.: No sé. Creo que está más relacionado con una cuestión cultural y de unidad latinoamericana. Nos estamos reconociendo como parte de lo mismo.
K. J.: No son menores, por ejemplo, los detalles futbolísticos como el hecho de que Tevez triunfe en Brasil, algo que hace veinte años no hubiese ocurrido. Es una metáfora de lo que sucede hoy en todos los ámbitos. Nosotros estamos en esa vibra.
–Es como el germen de los deseos de unidad continental, que operaban en la conciencia política de los setenta...
P. M.: Claro. Estas son las conquistas de aquellas militancias, aunque no exactamente las que ellos querían. Nosotros podemos sentir que somos resultado de esas luchas revolucionarias.
–Más un plus comunicacional... Internet...
K. J.: Insuperable, en el sentido de conocer los regionalismos de otras culturas. Al conocerse, las diferencias se respetan más. Es algo que no va en desmedro de la raíz de una cultura..., fijate que a veces hasta desde cierta parte de la izquierda aparece un discurso tipo “ojo que la globalización desdibuja la pureza”. Yo, al contrario, creo que las identidades se acentúan con ella.
P. M.: Muchos pueblos han pensado, interesados en sobrevivir, que su mundo era el mejor. Y eso es terrible, porque se niega al otro, al de afuera.
–¿Cómo funcionan estas ideas macro a la hora de construir una canción?
P. M.: Una canción son varios puntos que conforman un diseño. Son puntos que provienen de mundos diferentes. Yo, cuando compongo, siento que trasciendo y aquí aparece otro mundo, un mundo abstracto que no se explica. Es como la sensación de estar dentro de un sueño. Es un momento raro, cuando la canción llega con su alma, no sólo con palabras. La canción es algo que tiene el control suficiente como para descontrolar.
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