Lunes, 9 de noviembre de 2015 | Hoy
MUSICA › RECITAL DE PEARL JAM EN EL ESTADIO CIUDAD DE LA PLATA
A un cuarto de siglo de su aparición, el sexteto de Seattle hace prevalecer la condición festiva y sanguínea por sobre la pesadumbre que en su momento caracterizó al grunge. Tres horas de show dieron cuenta de una empatía sobre base sólida entre el público y Pearl Jam.
Por Mario Yannoulas
“Ese extraterrestre: quiero dos boletos para Pearl Jam.” El extraño pedido de Jimbo Rosso, extirpado de un viejo episodio simpsoniano, se reivindicó el sábado en La Plata, en un cartel que flotaba por sobre el pogo vaporoso, entre enmascarados, barbudos y chicas lacrimógenas. Las pantallas de alta definición y muy buen gusto mostraban todo lo que pasaba ahí abajo: un mar de secreciones ascendía hasta el micrófono de Eddie Vedder. El tipo se volvía a sorprender, daba un suave meneo de cabeza y devolvía tímido ese “olé-olá” furioso mientras descorchaba su tinto favorito. El ritual estaba en marcha, otra vez: desde hace diez años, los conciertos de Pearl Jam en la Argentina no son otra cosa.
Apagado el calor del escenario después de 33 canciones y tres horas de show, quedó claro que, de todos los artistas que desarrollaron algún tipo de idilio con el público local, el sexteto de Seattle incorpora esa sinergia como ninguno. Sin ornamentos ni grandes puestas, el vientre del sonido es un organismo vivo del que ni siquiera Vedder quiere salir: prefiere camuflarse entre sus compañeros como tercera guitarra antes que cortar filas y copar el frente. El cantante dejó hace rato de ser un adolescente conflictuado para cultivar el perfil de galán maduro, responsable y consciente que se suma a la campaña Ni Una Menos, cuando no reparte agradecimientos a diestra y siniestra, desde Cápsula, la banda argento-bilbaína que hizo de soporte, hasta una chica de diez años a la que le hubiera gustado pararse a saludar. Pero, fundamentalmente, a todos y cada uno: “Fue un año difícil para nosotros, se fue mucha gente cercana. No saben cuánto apreciamos su energía”, insistió. En La Plata o en Buenos Aires, ese organismo hace de la entrega del público una función vital más, que se vuelve necesaria cuando lo bueno que pasa sobre las tablas llega a los oídos en forma de bola de ruido.
A todo esto, menos de una hora había corrido desde la mansa apertura con “Pendulum” y “Low Light”. Viendo que 25 años en el ruedo no son en vano para interpretar “Dissident” y saber cuándo tomar distancia del micrófono para no quedar pagando, Pearl Jam preparó una relectura elíptica de su extensa discografía, parándose sobre aquellos primeros y esenciales trabajos (Ten y Vs.), además de Lightning Bolt, su último disco, editado en 2013, meses después de la más reciente visita al país. La propia genética del grupo invitó al movimiento pendular entre la explosión moderada –“Mind Your Manners” y “Do The Evolution”, con la banda suplicando precaución para no evocar tragedias pasadas– y el remanso emotivo, con momentos como “Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town” y “Given To Fly”.
A un cuarto de siglo de su aparición artística, no sólo Vedder se recicló, también el grunge como movimiento –del que Pearl Jam es referente indiscutible por producción y también insistencia–, al hacer prevalecer la condición festiva y sanguínea por sobre la pesadumbre de la que en su momento fue vocero. Al ser el único gran representante del género que jamás abdicó, muchos fanáticos pueden retrotraerse a diferentes momentos de su vida con cada canción, y eso juega a favor de la reciprocidad. El grupo se conmueve con la chica que llora desconsolada durante “Footsteps”, pero también con los miles de bracitos que se agitan e intentan eternizar el riff de la monolítica e indescifrable “Even Flow”: los músicos vuelven a usar al público como un instrumento más. “Tienen una gran ciudad, nuestros corazones siempre desean volver aquí. Gracias por hacernos sentir tan grandes, ahora nuestras vergas están igual”, insistió Vedder, con su poco inteligible y ahora atrevido español.
Acorde a su estilo, la banda también se tomó el tiempo de dialogar con los clásicos. Recordó a John Lennon con “Imagine” –“Hoy tendría 75 años, todavía el mundo lo necesita”–, a The Who con “Baba O’Riley” para los bises, y recurrió a “I Believe in Miracles” para hablar de los Ramones, cuarteto con el que el cantante llegó por primera vez a Sudamérica, cámara en mano, en 1996. Un cargamento de clásicos –muchos de duración elásticamente épica– completó la recta final, siempre bajo el pulso incansable del baterista ex Soundarden Matt Cameron y los punteos oportunistas en la viola de Mike McCready: “Jeremy”, “Better Man”, “Red Mosquito”, “Black”, “Alive”, y la definitiva “Indifference”. En los míticos shows de Ferro, Vedder dijo que ellos deberían haber pagado para ver a semejante público. Esta vez, eligió otra frase para echar más nafta al fuego: “Ustedes son mi banda favorita. Nos vemos el próximo año”. Clink caja.
Músicos: Eddie Vedder (Voz, guitarra, armónica), Stone Gossard y Mike McCready (guitarras), Jeff Ament (bajo), Matt Cameron (batería), y Kenneth Gaspar (teclados).
Lugar: Estadio Ciudad de La Plata.
Público: 35 mil personas.
Duración: 180 minutos.
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