Viernes, 4 de diciembre de 2015 | Hoy
MUSICA › MARCELO LOMBARDERO Y SU PUESTA DE PARSIFAL
Así define el director la tarea que supone llevar a escena la ópera de Richard Wagner, que se presenta hoy en el Colón y que viene a reparar algunos desaguisados del pasado reciente.
Por Diego Fischerman
Hay algo que puede ser contado. Y hay algo que ya no puede decirse. Entre esas dos afirmaciones se mueve la idea del puestista Marcelo Lombardero sobre el Parsifal de Richard Wagner, que estrenará hoy en el Teatro Colón y que no duda en caracterizar como “el trabajo más difícil de mi carrera”. Para él, “el mismo concepto de fidelidad a la obra se ve comprometido desde el principio, porque fue una composición pensada para un lugar en especial, el teatro de Bayreuth, y como un festival sacro. Y nosotros la ponemos en un teatro como el Colón, que es casi la antítesis, y la pensamos como una ópera. Y eso significa que entra en las leyes del espectáculo”.
Descomunal en más de un sentido, casi imposible de representarse, con un libreto que lleva algunos tópicos del romanticismo alemán –lo puro, la redención; los mismos que derivaron en el nazismo, al fin y al cabo– hasta su propio abismo y con demandas de un elenco extraordinario y mucha de la música más maravillosa de la historia de la humanidad, son pocos quienes tienen la posibilidad de verla. Hace casi treinta años que no se representa en el Colón. Una de sus reencarnaciones anteriores, la de 1942, se convirtió en el eje de la novela El gran teatro, de Manuel Mujica Lainez. Y, en 2015, el “gran teatro”, como primer gesto de la nueva dirección asumida en enero, concluyó la triste opereta pergeñada por su responsable anterior, Pedro Pablo García Caffi, y desestimó la disparatada contratación de Katharina Wagner como directora de escena del título que cerraría su temporada operística del año. Darío Lopérfido, el mismo día de su asunción, llamó a Lombardero para que fuera él quien se hiciera cargo de la puesta. Y lo primero que el director de escena pidió fue que se cambiara también al director de orquesta, reemplazando a Roberto Paternostro, uno de los integrantes del elenco estable de García Caffi, por Alejo Pérez, una de las figuras más destacadas entre los argentinos que trabajan habitualmente en Europa (acaba de dirigir en el Festival de Salzburgo).
El sentido simbólico es inocultable. Lombardero, el director de escena más reconocido de la escena local, y además ex director del propio Colón y del Argentino de La Plata, había sido absolutamente radiado de la programación de los últimos años. El y Pérez habían sido quienes comenzaron una deslumbrante Tetralogía en el Argentino, interrumpida por falta de presupuesto, en el mismo momento en que el Colón se empeñaba en el esperpento de su versión reducida (en todo menos en su precio). Es, en todo caso, la vuelta al Colón de dos artistas que nunca debieron dejar de estar allí. Y, en algún sentido, este Parsifal es la continuación de aquel Anillo de los nibelungos inconcluso (sólo había llegado a representarse la primera parte, el prólogo “El oro del Rhin”). Su mundo es el que ha sobrevenido a la caída de los dioses.
Con funciones, además de la de esta noche a las 20, el próximo domingo a las 17 y el miércoles 9 y viernes 11 nuevamente a las 20, Parsifal se presenta con un elenco de gran nivel: Christopher Ventris en el papel protagónico, Stephen Milling como Gurneman, Ryan Mc Kinny como Amfortas, Nadja Michael en el papel de Kundry, Héctor Guedes en el de Klingsor, Iván Maier y Norberto Marcos como caballeros del Grial y Hernán Iturralde como Titurel. Alejandra Malvino será la voz desde lo alto, Vanesa Tomas, Cecilia Aguirre Paz, Sergio Spina y Fernando Grassi interpretarán a los cuatro escuderos y las niñas flor serán Oriana Favaro, Rocío Giordano, Victoria Gaeta, Vanesa Aguado Benítez, Eleonora Sancho y Cecilia Pastawski. Una de las características de Lombardero es la jerarquización del trabajo en equipo (“no podría hacerlo de otro modo”, dice) y en esta puesta estará su grupo habitual de colaboradores: el escenógrafo Diego Siliano, Luciana Gutman en el diseño de vestuario y José Luis Fiorruccio en el de iluminación, junto al coreógrafo Ignacio González Cano.
“Si tomara las metáforas que eran claras para el entorno de Wagner, la herida como una vagina sangrante invocando la sífilis, por ejemplo, ¿a quién le estaría hablando?”, se pregunta Lombardero. “Lo que uno debe hacer es contar una historia que pueda ser contada hoy y que tenga que ver con el mensaje profundo de esa obra”, dice. “Trato de ser lo menos literal posible. Y en esta obra, en particular, ser literal es un problema. Todo es alegórico, como suele ser en Wagner, pero mucho más. Tomamos un camino de desacralización. Nuestra mirada es mucho más sincrética. De todas maneras nada de esto es apriorístico. Cada obra pide algo distinto. La resignificación tiene que ver con una lectura muy cuidadosa y con tratar de entender, también, qué efecto se buscaba y qué sucedía en el momento de su recepción original. La idea de Wagner es un teatro donde no hay otra información que lo que sucede en el escenario. Bien, bienvenidos a otra cosa. El Colón, sin embargo, tiene una ventaja adicional y es su acústica. Porque la obra tiene montones de efectos sonoros y espaciales. ¿Qué es respetar? No es ceñirse a un sentido perimido. La escena de las niñas flor, con ese aroma a lupanar del siglo XIX, hoy no es posible. En Parsifal de la idea de la conversión de la judía, o la del redentor que debe ser redimido, es decir redimido de ser judío, francamente no me interesa. Sí, en cambio, una de las frases finales, cuando se dice que el grial debe permanecer abierto a todos. Con una música, contar una historia. De eso se trata.”
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