MUSICA › LO MáS IMPORTANTE DE 2015 EN EL TERRENO DE LA MúSICA CLáSICA
El cambio de mando en el Colón y la inauguración del C. C. Kirchner marcaron el tono institucional y artístico de la temporada. Grandes momentos, incertidumbres y desafíos de cara a 2016.
› Por Diego Fischerman
Paraíso de los maldecidores chinos, la Argentina se las arregla para que sus tiempos sean siempre interesantes. Aun en el discretísimo campo de la música “clásica”, una recepción más que modesta contrasta con el gigantismo de sus repercusiones simbólicas. El cambio de rumbo en el Teatro Colón, a partir de la salida de Pedro Pablo García Caffi y su reemplazo por Darío Lopérfido, en enero, la aparición de un nuevo auditorio, llamado hasta ahora “Néstor Kirchner”, que por sus características modificó radicalmente la agenda cultural de la ciudad, y la constancia de programación y objetivos en otro, La Usina, marcaron el derrotero de 2015. Sin embargo, la maldición no descansa. Sobre el filo del año, el cubilete ha vuelto a sacudirse –era esperable–. Y los dados aún están girando sobre el tapete.
En el Colón es previsible una cierta continuidad, aun cuando algunos nubarrones arrastrados desde la gestión anterior sigan rondando el horizonte y pongan en duda la tranquilidad del director artístico. Lopérfido, ahora, estará fuera del teatro y desdoblado –o mucho más– en su función de ministro de Cultura porteño. En el Centro Cultural Kirchner, desde su nombre o la gratuidad de sus espectáculos, hasta el lugar real que allí tendrá la Sinfónica Nacional y, mucho más importante, si esta orquesta podrá contar finalmente con algún proyecto capaz de sustentarla y ponerla en valor, todo está todavía en duda. Por lo pronto, como fruto de una decisión que se asemeja más a la repartición de bienes de una pareja desavenida que a la coherencia institucional, tanto el Auditorio como Tecnópolis han salido de la órbita del Ministerio de Cultura y forman parte del entramado del nuevo Sistema Nacional de Medios Públicos que, con rango de ministerio, está a cargo de Hernán Lombardi. Los organismos artísticos nacionales –la Sinfónica entre ellos– continúan en el ámbito del Ministerio de Cultura, a cargo de Pablo Avelluto, bien puede anticiparse la persistencia de la maldición milenaria.
La temporada del Colón de este año, salvo por algunas acciones encaradas por Lopérfido, entre las que no fue menor la cancelación del contrato de Katharina Wagner (quien había sido inexplicablemente elegida para cerrar la temporada con la dirección de Parsifal, la última obra de su bisabuelo), fue en gran medida planeada por el director anterior y mostró, en rigor, los mismos aciertos y fracasos que caracterizaron las producciones de los últimos cinco años: algunas presencias estelares, unos pocos proyectos ambiciosos, ligados en general a la música contemporánea, y una mayoría de elencos y puestas sumamente endebles, evidenciando una excesiva dependencia de los “armados” propuestos por agencias de contrataciones de artistas. Empezando por el final, Parsifal, con el regreso de los proscriptos Marcelo Lombardero y Alejo Pérez, ausentes de las programaciones recientes, mostró el nivel al que el Colón puede aspirar: un reparto excelente, un rendimiento superlativo de los organismos propios –la Orquesta Estable y los Coros Estable y de Niños– y una puesta impecable en lo técnico, renovadora y saludablemente discutible –como todas las obras que tienen algo para decir–. Quartett, de Luca Francesconi, con dos personajes en escena y una producción de la Fura dels Baus para la Scala de Milán, fue otro de los puntos altos desde el punto de vista artístico aunque con el contrapeso de tratarse de la cuarta producción del grupo catalán en un quinquenio, una desproporción tan sorprendente como injustificada. José Cura, en su mirada sobre Cavalleria Rusticana, de Mascagni, y Pagliacci, de Leoncavallo –en la que también fue protagonista– unió ambas historias de manera forzada y ambientó ambas en La Boca, en el Buenos Aires de la inmigración italiana, sin lograr enriquecer las tramas –apenas dándole una pátina de postal turística– pero quitándole, en cambio, mucho de lo mejor que tienen: la perfección de sus mecanismos narrativos. Además de El ángel de fuego, de Prokofiev, dirigida escénicamente con prestancia por Florencia Sanguinetti, pero sumamente carente en lo musical, el Colón despidió en 2015 a quien fue uno de sus directores más importantes, Sergio Renán, con su última puesta en escena. El elixir de amor, una comedia de Donizetti, tuvo una versión imaginativa y abundante en los aspectos visuales, con una fantástica escenografía de Emilio Basaldúa. Su director apenas pudo acabar con los ensayos, no llegó a estar presente en las funciones y falleció apenas un mes después de la última función. Lo menos trascendente fue el Werther de Massenet que abrió la temporada, con una puesta algo fallida de Hugo de Aana, y un Don Carlo dirigido sin pasión ni profundidad por Eugenio Zanetti, un muy buen vestuarista y escenógrafo pero sin peso alguno en lo teatral.
La Orquesta Filarmónica continuó tocando en un muy buen nivel aunque con programas que en su mayoría subestimaron sus capacidades y las de su público, uno de los más fieles del teatro. El ciclo Colón Contemporáneo, por su parte, brilló con una programación notable: Pierre-Laurent Aimard en los Estudios para piano de György Ligeti, los Espacios acústicos de Gérard Grisey, la maratónica For Philip Guston de Morton Feldman, la proyección de 2001, de Kubrick, con la música tocada en vivo y dirigida por Christian Baldini y un excelente concierto dirigido por Ernest Martínez-Izquierdo, con muy buenas versiones de la Sinfonía en 3 movimientos de Stravinsky y Trans, de Stockhausen (aunque esta última desnaturalizada al no contar con la puesta teatral prescripta por su autor). El CETC tuvo también grandes aciertos, como la presencia del Jack Quartet, interpretando la integral de los cuartetos para cuerdas de Iannis Xenakis, el estreno de The Little Match Girl Passion de David Lang y de El limonero real, de Ezequiel Menalled basado en la novela de Juan José Saer, y Antidiáspora, una serie de conciertos dedicados a obras de autores argentinos radicados en Francia. Los desafíos más importantes que afrontará la nueva gestión al frente del Colón, ya con una temporada enteramente propia, tendrán que ver con poder mejorar las condiciones de trabajo en el escenario y los tiempos de montaje y desmontaje (no hay director de escena extranjero que no se queje al respecto), contar con un conocimiento mayor –y actualizado– acerca de cantantes y directores de escena, para no depender de las agencias, y, en el caso de la Filarmónica, subir la puntería de las programaciones colocándola en el lugar que se merece como una de las mejores orquestas de América latina.
Martha Argerich y Daniel Barenboim fueron, por supuesto, protagonistas, como lo fueron también muchos de quienes llegaron a través de las asociaciones privadas de conciertos. Entre ellos, Jordi Savall y la Orquesta Festival de Budapest, conducida por Ivan Fischer (su Cuarta de Mahler, con Miah Persson como solista, fue inolvidable), para el Mozarteum, y el dúo de la violinista Viktoria Mullova y la pianista Katya Labeque, para Nuova Harmonia, fueron responsables, también, de que estos fueran tiempos interesantes, aunque en el mejor sentido posible. Buenos Aires Lírica –que presentó la bellísima e inusual Rusalka, de Dvorak, como parte de su temporada– y Juventus Lírica continuaron con sus meritorias actividades. El Centro Kirchner, con un excelente ciclo de los ensambles dedicados en la Argentina a la música actual y el ciclo de ópera del Ministerio de Cultura de la Nación, fue parte esencial de un clima casi esfervescente. Y el ciclo de conciertos de música contemporánea del San Martín, dentro de una muy buena programación, tuvo picos notables, como el estreno de Aliados, la ópera con libreto de Esteban Buch y música de Sebastián Rivas que gira alrededor del encuentro entre Margaret Thatcher y Augusto Pinochet y se presentó con puesta de Marcelo Lombardero, y el concierto dedicado a la obra del notable compositor Julio Viera.
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