Sábado, 2 de enero de 2016 | Hoy
MUSICA › MUSICA A LOS 65 AñOS, MURIó LA NOTABLE CANTANTE ESTADOUNIDENSE NATALIE COLE
Conoció el éxito, el ocaso y nuevamente el éxito, en una carrera en la que no faltaron los excesos. La idea de cantar acompañando grabaciones de su padre terminó convirtiéndola en una estrella planetaria; murió por una hepatitis C y complicaciones de un trasplante.
Por Diego Fischerman
Francis Scott Fitzgerald escribió, en El último magnate, una de esas frases perfectas: “No hay segundos actos en las vidas norteamericanas”. Y si hubo alguien capaz de desmentirla fue Natalie Cole, varias veces fracasada y otras tantas capaz de éxitos fuera de toda medida. Ganadora de varios Grammys con sus dos primeros discos, cercanos al universo del rhythm & blues, luego de un retiro forzado por la adicción a la heroína volvió a grabar y consiguió la proeza de vender 14 millones de copias con una canción olvidada y, claro, con uno de los primeros ejemplos de espiritismo musical de los que se tenga memoria. La canción era “Unforgettable” y el dúo fue ni más ni menos que con la voz de su padre, el célebre Nat King Cole. Y la palabra “inolvidable” fue casi un lugar común ayer, cuando se supo que en la última noche de 2015 la cantante había muerto, a los 65 años.
“Natalie luchó con fuerza y coraje y murió como vivía, con dignidad, fuerza y honor. Echaremos de menos a nuestra querida madre y hermana que permanecerá inolvidable en nuestros corazones para siempre”, decía la declaración de su hijo, Robert Yancy, y sus hermanas Timolin y Casey Cole. La artista estaba internada en el Cedars-Sinai Medical Center en Los Angeles, a raíz de las complicaciones combinadas de un trasplante de riñón que había recibido en 2009 y las consecuencias de una hepatitis C, que la había obligado a suspender sus actuaciones para los próximos meses. Un paro cardíaco precipitó el final. Según contaba, había cantado a dúo con su padre habitualmente, de niña, hasta que él murió en 1965. La idea de tomar su voz, restaurar la grabación y grabar con ella a dúo fue, en sus palabras, “lo más natural del mundo”. Y si Nat King Cole, un extraordinario pianista que se avergonzaba de su propia voz y que jamás había pensado que se convertiría en una estrella popular, arrastraba una leyenda falsa, algo similar sucedió con la hija. En el caso de Nat, se decía que todo había cambiado cuando un insistente –y borracho– patrón de club lo conminó a que cantara “Sweet Lorraine” en una de las actuaciones con su trío (junto al guitarrista Oscar Moore y Wesley Prince en contrabajo). “Sonaba bien, así que la dejé correr”, contaba mucho después. Pero Natalie tampoco había pensado en ser cantante profesional. “Un amigo que me había escuchado en privado se enfermó y me pidió que lo reemplazara en unas actuaciones”, relataba.
Su primer disco, Inseparable, de 1975, ganó dos premios Grammy, como Mejor Artista Revelación y Mejor Interpretación Femenina R&B. Natalie, de 1976, y Unpredictable, del año siguiente, también fueron multipremiados y en el último caso llegó a ser disco de platino, hito que repitió con el álbum siguiente, Thankful. Y luego llegó su primer eclipse. En los comienzos de la década de 1980 no volvería a haber éxitos similares; las drogas la llevaron a un retiro casi total de los escenarios y recién en 1986, con el disco Everlasting, Natalie Cole volvería a brillar. Allí incluía una versión de “Pink Cadillac”, de Bruce Springsteen, que obtendría nuevamente el platino. Pero nada hacía suponer lo que sucedió en 1991, cuando Unforgettable with Love, con el dúo virtual con su padre, vendió 6 millones de discos sólo en los Estados Unidos y en apenas unos pocos meses. Después hubo otros éxitos e incluso una secuela, Still Unforgettable, y un nuevo encuentro con la voz de su padre en “Walking My Baby Back Home”. También actuó en series de televisión, como Law & Order y Grey’s Anatomy y apareció en el film biográfico de Cole Porter De-Lovely.
Hija no sólo de Nat sino de Marie Hawkins Cole, una cantante que llegó a trabajar con Ellington, Natalie quedó, de alguna manera, prisionera de su éxito. Y de una circulación que la colocó, inevitablemente, en la órbita del pop y de la obligación por conseguir ventas extraordinarias. Lo cierto es que la mayoría de sus discos, divididos casi por partes iguales entre el rhythm & blues –con grandes cumbres como su dúo con Peabo Bryson, We’re The Best of Friends, publicado en 1979– y el jazz en su vertiente más aterciopelada, tiene grandes momentos. Su voz amplia, potente y expresiva se encontraba igualmente cómoda en ambos territorios y, finalmente, ella nunca dejó de rendir tributo a sus fuentes: Nat King Cole, por supuesto. Y también las cantantes que la deslumbraron en su juventud: Aretha Franklin y apenas un poco después Janis Joplin.
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