MUSICA › SILVIA TEIJEIRA, NOTABLE COMPOSITORA Y PIANISTA ENTRERRIANA
Se crió en un paisaje agreste, estudió música clásica y popular, se perfeccionó en el chamamé junto a Barboza, en París. Entre sus influencias reconoce a Martha Argerich y Carlos Aguirre, por citar algunos. Sus tres CD editados atraviesan toda esta información.
› Por Cristian Vitale
Llegan tres discos unidos por una cinta scotch de embalaje casero. La artífice de tales trabajos es la misma (Silvia Teijeira), pero los años de edición distan de acercarse en el tiempo. El primero, Rulos de zamba, data del 2005; el que le sigue (Latiendo), es de 2009 y el restante acaba de cumplir año y medio. Se llama Bien florido, puro litoral y es lo último que esta eximia pianista entrerriana tiene para mostrar. Son cuarenta y cuatro piezas total y el paquete, acorde con su impronta casera y artesanal, no viene acompañado por una gacetilla de prensa escrita en serie y en word, sino personalizada. Manuscrita. De puño y letra. “Me emociona que puedan escuchar mi trabajo”, se lee en él. Y es lo que se hizo, lo que valió la pena. Los tres discos, pese a su diversidad, son un festival para la percepción. Un bello, austero y humilde muestrario de músicas de raíz principalmente litoraleña, al piano. “Yo creo que las diferencias entre los trabajos van por el lado de las obras elegidas”, dice ella, compositora e intérprete. “En los dos primeros hay obras escritas especialmente para piano por su autor, Remo Pignoni, y una trascripción y una versión que realizaron otros músicos. El tercero, en cambio, es exclusivamente de música tradicional del litoral”, detalla Teijeira, que repara en tres similitudes: el tipo de música, el instrumento y la metodología de trabajo.
“Por un lado, todo lo que hago es música argentina de raíz folclórica, porque la siento visceralmente, y respeto a rajatabla las características melódicas, rítmicas y formales de las obras. Por otro, todo lo que compongo y versiono es para ser tocado en un piano solo, y esto implica resolver con un solo instrumento y con dos manos la arquitectura de la obra, y en el tercer aspecto –el metodológico– me centro en lo formal y en lo estructural para que todo se entienda. Que la arquitectura de la versión se entienda, la melodía esté clara, y también los acompañamientos... el carácter de la obra: los silencios, los matices y los diferentes tipos de toques”, se presenta Teijeira, cuya enorme intuición folklórica le llega desde su niñez en Federal, del chamamé instrumental que escuchaba en cumpleaños, clubes, escuelas y yerras. “Agradezco haber vivido y accedido a todo aquello, porque me permitió disfrutar con naturalidad de diferentes estilos de música, cantar espontánea y cotidianamente, conocer y amar el folclore argentino, vivenciar en especial el chamamé como una forma de expresión y de vida”, cuenta ella, crecida en el paisaje agreste y misterioso de la selva de Montiel.
–¿Cuánto tuvo esa selva en la gestación de sus músicas?
–Cuando era pequeña, y más grande también, allá, las noches estrelladas eran nítidas y profundas, y la luna parecía un ser con vida. Las chicharras, las palomas, los teros, los silbidos sonaban como amplificados en el sentido de la intensidad real y del misterio que portaban. Todo eso es parte de lo que habita mi música y guió, casi sin saberlo, mis búsquedas... hizo nacer y vivir en mí el amor por nuestro folclore y en particular por el chamamé.
Teijeira, que reconoce como faros e influencias a Martha Argerich, Carlos Aguirre, Remo Pignoni, Mitsuko Uchida, Chick Corea, Hilda Herrera, Cuchi Leguizamón, Ariel Ramírez y Edgar Romero Maciel, entre mucho otros, también vivió un tiempo en Paraná, y luego intentó estudiar Derecho en la Universidad Nacional del Litoral, pero las leyes positivas le duraron solo tres años. Las suyas terminaron siendo las artísticas. “Me fascina estudiar y a partir de ese momento comencé a hacerlo sistemáticamente de dos modos. Por un lado, en forma privada, con el músico entrerriano Carlos ‘Negro’ Aguirre. Y paralelamente asistía a clases de piano clásico con Graciela Reca, cursando el profesorado de música en especialidad piano, en la Escuela de Música de Paraná”, cuenta la pianista, que también estudió en España, y descubrió los enigmas del chamamé junto a Raúl Barboza, en París. “Fueron experiencias muy enriquecedoras musicalmente y en muchos sentidos. Aparte de estudiar música iba mucho a los museos del Prado, el Reina Sofía, El Louvre, el Rodin. “Caminaba y caminaba las dos ciudades, iba a los mercados, a ver la gente, a escuchar música. Barboza fue excelente como docente en cuanto a su concepción y también su generosidad a la hora de brindar lo que sabe y su modo de elaborar los conceptos”, sostiene la entrerriana de Federal que ya está terminando un cuarto disco poblado fundamentalmente por ritmos del litoral. “Son temas tradicionales y de chamameceros entrerrianos jóvenes, pero también hay temas míos”, sostiene.
–¿Cuánto tienen éstos de “En el espiral”, “Latiendo” o “Bien florido”, tres de sus piezas, grabadas en los discos anteriores?
–Que todas son generadas por vivencias, aunque en el momento que se viene la idea y la estoy trabajando no me dé cuenta. Luego sí asocio. Siento que en todos los temas que hago subyace esto del latido del corazón, equiparado a una especie de latido de la tierra desde su centro. Y también el agua como germen de vida.
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