Jue 18.02.2016
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MUSICA › CóMO FUE EL DEBUT DE THE ROLLING STONES EN URUGUAY

Simpatía por el candombero

Al fin, después de una espera de más de cincuenta años, los orientales pudieron ver a Mick Jagger, Keith Richards, Charlie Watts y Ron Wood en sus tierras. Y la multitud que llenó el Estadio Centenario se llevó la fiesta que tanto había esperado.

› Por Gabriel Cócaro

Página/12 En Uruguay

Desde Montevideo

Cae la tarde del martes sobre Montevideo y la ciudad, por fin, respira aliviada. El sofocante calor que agobia desde hace varios días a los charrúas empieza a ceder, y la urbe cobra renovados bríos. Entonces, las señoras pueblan las confiterías de la Avenida 18 de julio para tomar infusiones varias y saborear los “Olímpicos”; un grupo de muchachitos tensa sus tambores en pequeñas fogatas en una esquina de Malvín a la vez que familias enteras pasean, mate y termo en mano, por los alrededores del Parque Rodó. Mientras tanto, el Estadio Centenario comienza a poblarse de miles de feligreses que serán testigos de un acontecimiento histórico: el debut de The Rolling Stones en tierra oriental.

Pasados cinco minutos de las nueve de la noche, tres pantallas gigantes (ubicadas al fondo y a los laterales del escenario) inician la proyección de un video que recopila imágenes de la banda de todas sus épocas. Las multitudes que ocupan las tribunas Amsterdam, Olímpica y Colombes encienden sus celulares y ofrecen así una bella panorámica para quienes atestan el campo de juego. El espectáculo indescriptible, sin embargo, arranca cuando Keith Richards, camisa azul, vincha roja y Telecaster al hombro, pisa las tablas y descerraja el portentoso riff de “Start Me up”. Desde las sombras, de pantalón negro, camisa violeta y saco al tono, emerge Mick Jagger y se desata la euforia general. Ron Wood, pegando saltos, recorre parte de una de las pasarelas y entrega el primer solo de la noche. Charlie Watts, pantalón azul, remera blanca, sostiene la máquina stoniana con la justeza y precisión de un reloj suizo.

Tras el golpe inicial, otro puñetazo certero: “It’s Only Rock and Roll (But I Like It)”. “¡Por fin en Uruguay!”, exclama Jagger, y recibe un feliz rugido de los presentes como respuesta. En “Tumbling Dice” la suma de los coros y la sección de vientos recrean la atmósfera soulera de la versión original para el delirio de los fanáticos más exigentes. “Este es nuestro Maracanazo”, afirma el cantante, y no miente. Sigue “Out Of Control”, pieza no tan ilustre pero cuya espectacular puesta en escena (con un “duelo” de armónica y guitarra entre Mick y Keith) termina conmoviendo. Luego, la boca más célebre del rock menciona a Carlos Gardel y pregunta, con picardía, si nació en Uruguay. La broma no causa mucha gracia pero los reproches quedan en suspenso cuando anuncia que se viene el tema elegido por el público. El ganador, surgido de una votación realizada en las redes sociales, es “She’s So Cold”, toda una sorpresa teniendo en cuenta que competía con gemas como “Get Off Of My Cloud” y “Let’s Spend The Night Together”.

En “Wild Horses”, uno de los altos momentos de la noche, Richards hace coros y Wood entrega un solo calcado al que grabó el mismísimo Keith en Sticky Fingers. “Hay que saltar, hay que saltar, están los Rolling en Uruguay” repite la multitud enloquecida. El éxtasis continúa con “Paint It Black”, cuyo riff es coreado por todos. A su término, Mick muestra una camiseta de la selección uruguaya que lleva una dedicatoria del delantero Luis Suárez. “Todavía sufro sus goles” dice aludiendo a la victoria de La Celeste sobre el equipo inglés en el Mundial pasado. Después de “Honky Tonk Women”, Jagger le cuenta a sus seguidores que la banda conoció ciertas delicias del paisito. Según sus dichos, el cuarteto comió chivito, paseó por la rambla y hasta bailó candombe. Esto último es rigurosamente cierto: el día anterior al concierto el vocalista se acercó hasta la casa de Fernando “Lobo” Núñez, prócer candombero. En una sencilla vivienda del Barrio Sur, agitó los parches, bailó, canturreó y regaló para la posteridad una foto con Rubén Rada y su hija Julieta.

A la hora de la presentación de los músicos, como en Argentina, Richards es el más aplaudido. El hombre del anillo de la calavera agradece la ovación, ocupa el centro de la escena y entrega dos temas: la bella “Slipping Away”, donde regala un sutil e inspirado solo, y la potente “Can’t Be Seen” en la que recrea junto a Wood el célebre entretejido de guitarras. Es un deleite observar a los dos viejos camaradas intercambiar punteos, miradas y sonrisas cómplices. Es el turno de “Midnight Rambler”, una clase magistral de rhythm and blues con cortes y cambios de ritmos que remite a los orígenes musicales de la banda. Una entrega potente, feroz e impredecible durante la cual Jagger baila como un poseso y usa todo su oficio para hipnotizar a una multitud a la que hace gritar y aullar a su antojo.

“Miss You”, sostenido por el preciso bajo de Darryl Jones, convierte al Centenario en una disco y conduce a Jagger, Richards y Wood a la pasarela que llega hasta mitad de campo para el placer de los afortunados espectadores de las localidades vip. En “Gimme Shelter”, aquella soberbia pieza que funcionó como epitafio del sueño hippie de los 60, Mick comparte protagonismo con la corista Sasha Allen, quien demuestra que su belleza es proporcional a sus dotes vocales. Llega “Sympathy For The Devil” y las pantallas se pueblan de imágenes esotéricas mientras Mick, envuelto en una capa negra con plumas rojas, cuenta las andanzas del ángel caído y Keith recorre las tablas derrochando solos punzantes. El cierre formal del show, luego de un “¡vamo’ arriba vo’!” de Jagger, es con una incendiaria versión de “Jumpin’ Jack Flash”.

Minutos después, el Coro Rapsodia da el puntapié inicial para “You Can’t Always Get What You Want”, del magnífico Let It Bleed. La conjunción entre la banda y las voces invitadas produce otro pico de emotividad. Cuando los ecos de semejante perla aún no se acallaron, Richards arremete con el riff de “(I Can’t Get No) Satisfaction” y el suelo tiembla. Watts golpea con fiereza su batería Gretsch y construye con Wood una base sólida donde Richards descarga solos feroces mientras Jagger arenga a la multitud revoleando una toalla por encima de su cabeza. Los fuegos artificiales marcan el final de una noche mágica. La cita largamente esperada entre los Stones y el público uruguayo resultó tan maravillosa que algún espectador desprevenido podría creer que esas dos horas y cuarto en el Centenario fueron producto de su imaginación. Pero las 55 mil almas coreando “Satisfaction” en los alrededores del Parque Batlle atestiguan que fue cierto. Y ta, los Stones saldaron una deuda de más de medio siglo con el Uruguay.

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