Jue 14.04.2016
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MUSICA › MARIANO MORES, UNA DE LAS MáXIMAS FIGURAS DEL 2X4, FALLECIó AYER EN BUENOS AIRES A LOS 98 AñOS

Una vida entre el tango y el espectáculo

Su estilo rimbobante como director de orquesta de rasgos sinfónicos llegó a opacar su figura notable de compositor de clásicos como “Uno”, “Cuartito azul” y “Gricel”. Antes había sido niño prodigio del piano y hasta galán de cine junto a Mirtha Legrand.

› Por Karina Micheletto

Podría haberle bastado haber compuesto “Uno” para entrar en las mejores páginas de la historia de la música argentina. Pero compuso también otras joyas imperecederas, como “Cafetín de Buenos Aires”, otro con letra de Enrique Santos Discépolo, y “Gricel”, y “Qué ganas de llorar”, y “Adiós Pampa mía”, y “Taquito militar”, entre muchas. Y además fue un director de estilo tan personal y espectacular que esta figura hasta se impuso sobre la del gran compositor que fue. Por si fuera poco, fue también un galán de cine. Ayer, a los 98 años, murió el pianista, compositor, director y arreglador Mariano Mores –Mariano Martínez, según su documento–, después de atravesar en actividad casi hasta sus últimos años todas las épocas de la música ciudadana. Sus restos fueron velados ayer en Teatro Colón.

Había nacido el 18 de febrero de 1918 en el barrio de San Telmo, el mayor de siete hermanos, hijo de entusiastas bailarines de tango que se anotaban en cuanto concurso se organizara en la ciudad. Fue el abuelo, flautista y director de una banda, el que insistió en que “Marianito” debía aprender música y transformarse en concertista. Así, entre sucesivas mudanzas de su familia –a Tres Arroyos, nuevamente Buenos Aires, luego a Lanús y luego a España–, el niño fue tomando clases con profesores de barrio, mientras el piano aparecía en una casa y se vendía en otra.

Se transformó en un artista profesional, enfocado en la música pero también en el espectáculo, ya a los 14 años, cuando, con la familia instalada en España, ganó una beca para estudiar piano clásico en la Universidad de Salamanca. Allí se convirtió en un niño prodigio a quien presentaban como “Lolo, el compositor y pianista relámpago”. Por entonces usaba el nombre que figura en su documento, Mariano Martínez, y ya provocaba asombro con un número especial en el que era capaz de improvisar sobre dos o tres notas que le cantaba el público. Una grabación histórica, con la voz de época del presentador anunciando al niño relámpago, solía pasarse en los conciertos y homenajes a Mores.

La proximidad de la Guerra Civil en ese país trajo de vuelta a toda la familia Martínez en 1935. Al año siguiente nacería Mariano Mores. Fue cuando conoció, en la Academia Rubinstein en la primero estudió y luego se transformó también en profesor, a las hermanas Myrna y Margot Moragues. Ellas tenían un dúo conocido como Las Hermanitas Mores, simplificando su apellido por razones artísticas. Mores se sumó como pianista de las hermanas y, un par de años después, pasaron a ser el Trío Mores. Tiempo después, Mariano y Myrna Mores terminarían casándose. Pero antes nacería el tango “Cuartito azul”.

Aunque su letra lamente “ya no soy más aquel muchacho oscuro, todo un señor desde esta tarde soy”, Mores compuso esa melodía, a la que Mario Battistella le puso letra, cuando tenía 17 años. El aseguraba que ese cuartito azul había existido: “Ese tango nació dedicado a mi primera novia, Myrna, que hoy es la abuela de mis nietos”, contaba el músico en una entrevista con Página/12. “El cuartito era mi habitación y sigue estando en la calle Terrada 2410, en Villa del Parque. La había alguilado para estar cerca de ella. A una cuadra de donde vivía mi querida novia con sus padres”, recordaba. Contaba que lo pintaba con cal coloreada con el azul para lavar la ropa, un blanqueador de la época que venía en pancitos, y que por eso era su “Cuartito azul”. Contaba también que años después había querido comprar la casa, pero le habían pedido una suma que no podía afrontar.

Con el tiempo, Mores compondría obras fundamentales del tango junto a letristas como Enrique Santos Discépolo, Enrique Cadícamo, Homero Manzi o Cátulo Castillo. “Uno”, “Gricel”, “Cafetín de Buenos Aires”, aquel “Cuartito azul”, “Copas, amigos y besos”, con Cadícamo, “Una lágrima tuya”, junto a Manzi, “Adiós Pampa mía” (uno de los de mayor difusión mundial, traducido a más de 180 idiomas), son algunos de esos grandes títulos. Cuando se trata de tango instrumental, fue el autor de uno de los elegidos por los bailarines por el despliegue que habilita: “Tanguera”, de marcado corte sinfónico.

En la entrevista con este diario, el músico recordaba su trabajo con Discépolo: “Ambos teníamos un deseo igual de fuerte: yo por componer, él por expresar con sus palabras el sentido musical de cada frase. Tuve el honor de haber sido el único que colaboró musicalmente a su lado. Nos juntábamos en el momento que nos necesitábamos, tanto él a mí como yo a él. Solíamos encontrarnos en su casa o en la mía. Como en ese entonces yo vivía en el edificio de Sadaic y tenía como vecinos a grandes músicos, puede decirse que estábamos bien acompañados”.

Como intérprete, entre 1939 y 1948 fue el piano solista de la orquesta de Francisco Canaro. Dejó esta orquesta no para irse a otra ni para formar la propia sino, en un principio, para ser galán en la pantalla grande. “El cine me apartó de la orquesta –recordaba–. Porque me ofrecieron convertirme en el galán de una película y hacer cine en aquella época, en los años 40, era muy importante. Canaro no lo tomó bien. A mí me parece que la gente de su entorno lo convenció que me iba para hacerle la contra. El me dijo: ‘Mirá Marianito, éste es un camino largo, muchos creen que de repente pueden tocar las estrellas y terminan estrellados. Vos ya tenés pantalones largos, podés andar solo’. No pudieron separarnos pero, por si acaso, dejé la música por un tiempo”. Así se largó a actuar en películas como El otro yo de Marcela, Corrientes... calle de ensueños!, La doctora quiere tangos y La voz de mi ciudad. En estos y otros films se lo vio como protagonista de romances con artistas destacadas de la época, como Mirtha Legrand y Diana Maggi.

Pero fue como director de orquesta que ganó fama en el espectáculo y, en el sentido literal de la expresión, se hizo notar más. El le imprimió un sello personalísimo a su orquesta de corte sinfónico, con la que siguió trabajando y llenando salas hasta 2011, cuando hizo su despedida formal de los escenarios con dos conciertos en el Gran Rex. Al frente de su orquesta, lo suyo fue el show con características de music hall, la gran formación, la ejecución veloz y recargada, la puesta en escena con golpe de efecto, las luces, el vestuario multicolor y el despliegue escénico. Un estilo que, por un lado, lo alejó de cierto circuito estrictamente tanguero, y por el otro, le abrió otro absolutamente propio y de gran público.

Buena parte de la familia de Mores se abocó a la música y todos ellos eran conocidos por el público. Solía decirse que funcionaban como un “clan” que hacían juntos las presentaciones y, si no participaban, eran nombrados y presentados igual. Mariana Fabbiani, nieta de Mores, es hoy conocida por la tele. También lo fue su hijo Nito, fallecido en 1984, quien hizo una carrera como cantante y solía acompañar a su padre. Gabriel Mores, hijo de Nito, ocupó su lugar en los shows posteriores de Mores, donde siempre había un lugar para el recuerdo y la emoción por esta pérdida.

Durante el gobierno de Juan Domingo Perón, con quien lo unió una amistad duradera –solía contar que lo visitaba frecuentemente en Puerta de Hierro–, fue uno de los artistas que participaron de los conciertos de música popular organizados por este gobierno, junto a otros como Hugo del Carril, Alberto Castillo, Nelly Omar y Antonio Tormo. En 1952, se decidió abrir el Teatro Colón al tango y la música popular, y en ese marco Mores estrenó allí, en 1952, su célebre milonga “Taquito militar”. Esta decisión del gobierno peronista sacó toda una discusión pública en la época, sobre la conveniencia o no de unir lo culto y lo popular, que el diario La Nación zanjó, en una línea de coherencia, calificando el resultado como “sarampión populista”.

Desde que se decidió por una formación propia, Mores enfocó definitivamente su tango con orquestas de rasgos sinfónicos. Expandió su estilo en la gran orquesta, que en un principio promediaba los treinta y cinco músicos (entre los integrantes iniciales estuvieron Leopoldo Federico, Ubaldo de Lío y, como cantante, Tania). En las décadas del 60 y 70, y como ocurrió con todas las orquestas, esta formación se achicó a un sexteto (el Sexteto Lírico Moderno), aunque Mores siguió aprovechando oportunidades como las giras internacionales para tocar con su “gran orquesta” (soñaba con una de trescientos músicos). Y para sumar sintetizadores, nuevos instrumentos como arpa, guitarras, órgano, y todo un despliegue de puesta en escena. Porque lo suyo fue el tango y también el espectáculo.

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