Miércoles, 18 de mayo de 2016 | Hoy
MUSICA › PAUL MCCARTNEY DIO UN SHOW EXCEPCIONAL EN UN ESTADIO REPLETO
Al borde de los 74 años, el beatle es un animal de escenario que se sostiene en una banda de altísimo nivel y un repertorio incomparable. Hubo 50 mil personas en La Plata.
Por Eduardo Fabregat
Cuando me ponga viejo y pierda el pelo
Dentro de muchos años.
¿Todavía me necesitarás? ¿Todavía me alimentarás,
cuando tenga 64?
El próximo 18 de junio, Paul McCartney superará en una década la profecía cantada de Sgt. Pepper’s lonely hearts club band. No ha perdido el pelo, aunque su color se mantiene sospechosamente incólume. Es sólo un detalle: en lo esencial, el bajista, guitarrista, pianista y cantante no hace más que contestar sus propias preguntas de manera rotunda e indiscutible. Lo hizo con el New World Tour en 1993, cuando tenía 51; lo hizo de nuevo con el Up and Coming de 2010, cuando contaba 68. Lo hace de nuevo ahora, a los 73, cuando el Estadio Unico de La Plata (otro debut, en una visita hecha de debuts) se rinde incondicionalmente ante la frase legendaria de “and in the end, the love you take is equal to the love you make”. Está terminando la primera presentación platense de este One on One Tour, y nadie tiene dudas: todavía necesitamos a Paul.
Como los Stones, como Dylan, como Robert Plant, McCartney ha hecho una elección de vida: los derechos de autor y la historia ya escrita le garantizan un buen pasar (lo que responde la pregunta “¿todavía me alimentarás?”), tanto que es probable que haga más dinero cuidando el jardín de una cabaña en la Isla de Wight que saliendo a la ruta. Pero Macca, que ya renunció a eso en 1966, es desde hace tiempo un animal de escenario. Y como los ejemplos anteriores, añejó de manera magnífica. Punto para el veganismo: el hijo dilecto de Liverpool conserva la voz (aunque la gélida noche platense tuvo sus efectos, y en algún pasaje tuvo que remarla), tiene una energía que le permite bancar dos horas y media de show y evidentemente disfruta lo que hace, lo que habilita el contagio. Aunque eso del contagio ni siquiera es necesario: cuando, a las 21,15, la noche se abre nada menos que con “A hard day’s night” -un tema que no tocaba en vivo desde que usaba flequillito y traje de cuello Mao con ciertos compañeros de aventuras-, la electricidad que recorre la piel de casi 50 mil personas recuerda que además de todo eso están las canciones. Además de lo que sucede sobre el escenario, ocurre que el público está ante uno de los compositores esenciales de la historia de la música. ¿Cómo no se va a desencadenar semejante fiesta, la que él mismo prometió al comienzo de la velada?
“¡Buenas noches Buenos Aires! ¡Hola chicos!”, saluda entonces Paul –con cierta imprecisión geográfica, pero vale–, canchero, sabedor de que tiene el partido ganado de antemano pero igual va a hacer todo el mérito para que sea una goleada artística. En los casi 40 títulos de la lista de esta gira hay obvio lugar para una mitad de The Beatles, algo de su disco más reciente disco New, visitas puntuales a su pasado solista y con Wings y el ejercicio arqueológico de rescatar “In spite of all the danger”, la canción deudora del country & western compuesta por McCartney y George Harrison para The Quarrymen --rescatada en una grabación de 1958 en la serie Anthology--, y con la que hace corear a todo el estadio". Todo se encadena armoniosamente, el viaje en el tiempo no exhibe saltos extraños, en buena medida por el protagonista pero también por sus acompañantes: Paul lleva con estos músicos un tiempo record, y la banda se ha vuelto una maquinita que vuelve innecesario el concepto “de apoyo”. Este grupo no es un simple apoyo de McCartney, es una banda de iguales que potencia el material, se apropia de él, lo interpreta no como unos meros empleados del líder. Obviamente el jefe es el jefe, pero la comodidad y solvencia que dan años y años de trabajo conjunto se traduce en una performance granítica.
Y ahí van, entonces. A la potente “Save us”, que demuestra que aún en el siglo XXI McCartney tiene cosas interesantes que mostrar, le sigue como si nada “Can’t buy me love”, del mismo 1964 que la canción de apertura. Un salto de medio siglo resuelto con contundencia, uniendo los hilos de la historia en una noche helada en La Plata. El mismo lo anuncia: “Esta noche vamos a hacer temas viejos, nuevos y de en medio”, dice antes de la potente “Letting go” de Wings y “Temporary secretary”, extemporáneo ejercicio tecno que le valió miradas de extrañeza en los 70 y en esta lista también suena rupturista. Pero las disquisiciones quedan reducidas a nada con una combinación letal, que parece mitigar el frío: en “Let me roll it”, otra visita a la época de Wings, Paul cambia el Hofner por una Les Paul multicolor con la que se anima a solear en un final que trae al escenario nada menos que el “Foxy Lady” de Hendrix. Y enseguida, contagiada por el furor eléctrico de Jimi, estalla “I’ve got a feeling”, con la banda desbocada y haciendo lucir a esa bestia de groove y potencia llamado Abe Laboriel Jr.
Que sea la tercera serie de shows de MCartney en la Argentina permite que el público local sea también feliz conejillo de Indias en los experimentos de Paul con sus listas de temas. Versiones relajadas de “We can work it out” y “You won’t see me” le abren paso a un segmento de pura belleza acústica que encabeza “I love her” y encadena a la belleza etérea de “Blackbird” y la “conversación con John” encerrada en “Here now”, con Paul elevándose en una plataforma. Y que la banda salga de ese remanso con el potente uno–dos de las jóvenes “Queenie eye” y “New” es otra demostración de musculatura musical para el manejo de los tiempos emocionales de un show.
Hay banda, entonces, y hay repertorio. McCartney se regodea en la cabalgata de “Lady Madonna” y desata un delirio psicodélico con “Being for the benefit of Mr. Kite!”. Tributa a George Harrison con la versión de “Something” que arranca en un ukelele y termina en un electroshock de Rusty Anderson. Hasta consigue dotar a la naif “Obladi Oblada” de una onda inesperada, llevada al ska disco. Vuelve sobre Wings con una compacta versión de “Band on the run”. Leyla, una piba de 10 años, toca el bajo con él una marchosa versión de “Get back”. Rockea fuerte con “Back in the USSR”, puerta de entrada a la andanada final que significan “Let it be”, el descontrol piromaníaco en una arrasadora rendición de “Live and let die” y el conmovedor coro general de “Hey Jude”.
Todo, al fin, va quedando cerrado y bien guardado en la memoria de los grandes shows a la hora de ese final apoteósico, que abre con el delicado lirismo de “Yesterday” –una canción que cobra más y más sentido en la voz de Macca a medida que pasan los años- y llega al paroxismo con el potentísimo “Birthday” y el medley de Abbey Road, la obra maestra de The Beatles y el recientemente fallecido George Martin. “Golden slumbers” y “Carry that weight” (“Pibe, vas a tener que llevar ese peso por mucho tiempo...”) preparan los espíritus para la adecuada canción de cierre, el “The end” que indica el camino de salida recordando que al final, el amor que conseguís es igual al amor que das. Paul McCartney se abraza a sus compañeros, saludan y se va, repitiendo el enésimo acto en su larga y fértil historia. Ya cumplió los 64, va a cumplir 74. ¿Lo seguimos necesitando? Sí, lo seguimos necesitando. Hay magias que no se desvanecen con los años.
Músicos: Paul McCartney (Bajo, guitarra, piano, voz), Brian Ray (bajo, guitarra, coros), Rusty Anderson (guitarra, coros), Paul “Wix” Wickens (teclados, acordeón, teclados), Abe Laboriel Jr. (batería, coros).
Público: 50 mil personas.
Duración: 150 minutos.
Banda invitada: El Kuelgue.
Estadio Unico de La Plata, martes 17. Repite mañana.
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