Lunes, 4 de julio de 2016 | Hoy
MUSICA › NOTABLE RECITAL DE EMILIO DEL GUERCIO EN LA USINA DEL ARTE
El ex Almendra, Aquelarre y La Eléctrica Rioplatense en su faceta de guitarrista, cantante y compositor interpretó un repertorio que atravesó todas las épocas. La música surgió así como una caricia al espíritu de los estoicos que desafiaron la lluvia.
Por Cristian Vitale
“Gracias por venir en esta noche inhóspita”, es lo primero que dice Emilio del Guercio cuando sale batallar con sus músicas, frente a las cuatrocientas personas que se animaron a salir de casa, bajo tremenda lluvia. La cita es en el auditorio de La Usina y lo de inhóspito da para abrir un primer frente: efectivamente se trata de una noche que calza perfecto con el significado de la palabra. El clima es espantoso –de otoño cerrado– y el cuerpo humano no tiene protección alguna si queda a la buena de la intemperie. Por lo tanto, ganar la batalla sería que esas músicas –que a priori se presumen bellas– ofrezcan la mejor guarida ante tal desprotección. Lo segundo que tira el ex Almendra y Aquelarre –ahora en chiste– es que cada uno de los presentes diga su fecha de cumpleaños para que él y su banda (ver ficha) le vayan a tocar un tema ese día. Ocurrente el hombre, cuyo último y único disco solista a la fecha –Pintada– fue publicado en 1983, hace treinta y tres años. Y cuyo rico pero entrecortado trayecto musical jamás obedeció al deber ser, sino al querer ser. Por eso la magia de Almendra. Por eso el vuelo de Aquelarre. Por eso la alquimia de La Eléctrica Rioplatense. Y por eso el hoy…
Un hoy que, a sesenta y seis años de su nacimiento, lo tiene activo y bien apegado a una de sus artes preferidas (la otra es el diseño gráfico) tras largos hiatos de silencio. Un presente musical que, en concreto, no se entiende si no se recala en otro frente. O, dicho mejor, en un determinismo del sonido. En una necesidad que él mismo deschavó en su última nota con Página/12, en noviembre de 2015. “No quiero tocar con estructuras muy rockeras, porque en general los sonidistas te ven con una bata, todo muy armado, muy combo rock, y no pueden salirse de un esquema en el que el bombo te explote la cabeza o el bajo te trepane los tímpanos. La verdad es estoy en una etapa en la que necesito que se escuchen muy claramente la letra y la melodía. Cada vez que hago un concierto le digo al sonidista ‘hacé de cuenta que estás amplificando un grupo brasilero’”, dijo aquella vez, y así hay que enmarcar el hospitalario climax total, de un concierto que duró dos horas y minutos.
Hay que enmarcarlo, más allá de los temas puntuales, en la batería jazzerita y con bombo chico (DG dixit), de Luis Ocampo. Hay que enmarcarlo en la preeminencia de las guitarras acústicas (la del mismo Del Guercio, y la de Gaby Améndola). Hay que enmarcarlo en la suavidad que le imprime al bajo ese enorme spinetteano que es Daniel Ferrón. Hay que encuadrarlo, también, en las texturas que deslindan del piano –y del teclado– de Leandro Marquesano. Todo, así, le cierra perfecto a la intención central del bajista que esta vez no tocó el bajo, pero sí mostró el resto de sus facetas: la de cantante, la de guitarrista, y la de compositor, claro. Porque Emilio es un enorme creador de bellas canciones que exceden largamente el rótulo de rock argentino. Canciones de todas las épocas que devienen atemporales y que, como todo en la vida, se disfrutan más o menos, según el oído, el alma o el cuerpo de quien las reciba.
Por lo tanto, desde acá manda una subjetividad que divide entre los más, y los menos. Entre los más, se inscribe inevitablemente el tema que abre el show, no solo por el hallazgo (la bellísima “Las cosas para hacer”, de El valle interior, de Almendra), sino por una versión que DG reforma sin faltarle el respeto. Y que revela de entrada la intención calma y hospitalaria de la banda. La tendencia se profundiza con la increíble “Cambiándome el futuro” (Almendra en vivo) que, por vuelo e intensidad, debería estar en el panteón central de la música popular argentina –como no repetir hasta el infinito eso de “Qué hermosa que es tu voz, cambiándome el futuro”–. También en la contundente y aún necesaria “Aves rapaces” (Brumas, Aquelarre) y otra que, bajo similar impronta, habla poéticamente de hacer algo por las demandas populares (Camino difícil, Almendra II). Entre “las más”, también se ubica “Silencio marginal”, otro clásico de Brumas, esta vez adobado por la intervención del joven acordeonista Javier Acevedo, que levanta cálidos aplausos, y la voz de Emilio, que permanece casi intacta. O la impresionante “Brumas en la bruma”, una de las canciones más preciosas y elaboradas no solo de Aquelarre sino de la historia del rock argentino.
En ese pedestal, podría ubicarse además “Que el viento borró tus manos”, gema del primer disco de Almendra, que DG creó en los lagos de Palermo una mañana de sol y que, a diferencia de la original, empieza con un ajustado ensamble coral, y sobreviene con aura jazzera. Del mencionado Pintada, su único disco solista, visita ese hermoso aire de chacarera llamado “Aroma del lugar”, y el no menos notable “aire” de rasguido doble titulado “Trabajo de pintor”, que roza la exquisitez. “Este es un tema que compuse en homenaje a toda la música del litoral, humildemente, y a esos ríos hermosos que tenemos en la Mesopotamia, que nos abrazan, nos cubren, y nos traen muchísima música”, adentra el artista, que no olvida pasar por “Violencia en el parque”, pero también se permite estrenar nuevas piezas. Entre ellas, “Amor acuario”, que reverbera en la sala como un bálsamo musical, y a la que su creador también se refiere específicamente: “Habla de un sueño recurrente, de un amor que proviene del mar”. Otro de las inéditas (“El tango del adiós”), la explica como una letra de tango montada sobre una música que no lo es.
Tal vez suene duro ubicarlas entre las menos. En esta columna van las retocadas versiones de “Fermín” (Almendra I) y “Color Humano”, que Emilio se atrevió a tocar solo con la acústica –más una breve intervención de Améndola– y que careció de su mayor virtud: su densidad sonora, esa atmósfera de cierto infierno terrenal que le imprime su creador Edelmiro Molinari cada vez que la toca, o en todas las versiones que grabó, en especial la del vivo de Almendra. Por supuesto que se trata de excepciones –subjetivas– que confirman la regla. Que no invalidan, de ningún modo, el reconocimiento de Del Guercio como uno de los mayores, aunque poco prolíficos, creadores de la música popular argentina. Pervivencia que redobla con otro de su especie (Rodolfo García), cuando el baterista muta en cantor y sube a escena para recordar viejas gemas: “Hoy todo el hielo en la ciudad”, dedicada especialmente a Luis Alberto Spinetta; “Tema de Pototo” (publicado como simple, al igual que el anterior) y un cierre muy emotivo que deja tarareando a todos: la rockerísima “Cruzando la calle”.
Afuera sigue lloviendo, pero el clima ya no es tan hostil… hubo algo que indudablemente cambió por dentro.
Lugar: La Usina del Arte
Día: Sábado
Público: 400 personas
Duración: 125 minutos
Músicos: Daniel Ferrón (bajo), Gaby Amándola (guitarra), Leandro Marquesano (piano y teclados); Luis Ocampo (batería y percusión).
Invitados: Rodolfo García (batería) y Javier Acevedo (acordeón)
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