Mié 13.07.2016
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MUSICA › ADRIANA MARTíNEZ ESTRENA SU NUEVO DISCO, DESEXILIO Y AMORES, EN EL ECUNHI

“La idea era recuperar temas que también estaban exiliados”

La cantante y pianista, que vivió en México tras escapar de la última dictadura, señala que “el exilio del título no es sólo el mío, sino el de la madre, del patio, la casa, el tango, y la cultura nacional y latinoamericana, perdida ante una música basura”.

› Por Cristian Vitale

Canta desde siempre. También toca el piano y su primer registro discográfico sucedió bien temprano: a los nueve años con “Canción del árbol del olvido”. El estímulo familiar fue clave: un padrino, pintor de brocha gorda, era un cantor que solía exorcizar su amateurismo en las fiestas que se hacían en la casa chorizo de Floresta. Un padre que cantaba tango mal, pero lo bailaba bien. Una mamá que adoraba la música clásica. Un hermano, Claudio, que fue bajista de Espíritu, baterista de Los Desconocidos de Siempre y tecladista –invitado– de G.I.T. Y un abuelo que llegó a la Argentina huyendo del ejército del zar, y se transformó en director de coro. “Tengo toda esta tradición, pero también estudié ¿eh?”, se adelanta Adriana Martínez, que estrenará su nuevo disco (Desexilio y amores) el próximo viernes a las 21.30 en el Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi, Avenida del Libertador 8151). El trabajo, horneado en vivo, completa una tríada que comenzó en 2013 con Exilios y prosiguió al año siguiente con Exilios II. Tres discos, con sus respectivas ediciones en DVD, cuyo abordaje estético conjunto ancla en tangos, milongas, bossa, zambas, boleros, músicas de latinoamerica y hasta versiones muy sentidas de Luis Alberto Spinetta y Vinicius de Moraes, entre muchos más. “Grabé `Plegaria para un niño dormido` y `Barro tal vez`, del Flaco, porque mi hermano me introdujo en su mundo, que es muy bello, y quise ponerlo en mi voz”, cuenta ella, sobre una parte.

Pero el todo empieza por la centralidad de la palabra exilio que abarca los títulos de los tres discos. Palabra que resulta directamente proporcional a lo que implica para su vida. Martínez, además de cantora, pianista, médica y psicoanalista, estuvo exiliada en México desde 1976 hasta 1983, perseguida por su militancia en el Peronismo de Base. “Me fui portando una niña que aún no tenía dos años”, empieza a recordar ella que, por su condición de médica, había atendido partos de compañeras como el de Angela Urondo –la hija de Paco y Alicia Raboy, ambos desaparecidos– y el de Flavia, hija del poeta Leónidas Lamborghini. “Más allá de los discos, sigo ejerciendo la medicina, pero como psicoanalista. Con un grupo de amigos hacemos trabajo psicoanalítico de base, en el Barrio Mitre. También tenemos un programa de radio y un taller de reciclado… con eso y la música me siento plena”, enfatiza.

–¿Qué relación podría encontrar, si es que (se) puede, entre psicoanálisis y música, ya que está en tema?

–Diría que la música es un lenguaje que no necesariamente conlleva palabras, y el psicoanálisis es la búsqueda de los escritos, a través de las palabras. De las palabras que faltan, ¿no? Yo diría que pueden converger, pero también divergir.

Cuando Martínez regresó al país, luego del duro exilio que contará más abajo, pasó diez años cantando ópera de conservatorio, y luego viró a lo popular “para no anquilosarse”. “Hice un montón de conciertos de cámara cantando arias de ópera, y luego, hará unos cinco años, empecé con este programa de música popular. Yo creo que fue porque murió María Luisa Perlotti, que fue mi gran maestra, y me encontré sola, retomando lo que nunca había dejado… la música popular”, revela sobre un redescubrimiento personal que, puntualmente, pasa por versiones de “Martirio”, del gran Discépolo; “Pedacito de cielo”, del tándem Francini-Stamponi; “Canción del que no hace nada” (Cuchi Leguizamón); “Construcción”, de Chico Buarque; “Los mareados” (Cobián-Cadícamo); “Barco Quieto”, de María Elena Walsh; “A felicidade” (Jobim-Vinicius) y “El día que me quieras”, de la dupla Gardel-Le Pera, por seleccionar un puñado de versiones de la tríada de discos. “Venía pensando en qué contestar si me preguntaba qué tema elegiría de cada disco y la respuesta es, no sé”, se anticipa la cantora pensando en las cincuenta y tres piezas que pueblan el tríptico. “Fue un tremendo trabajo de mi parte reunir el material, y cantarlo acentuando bien, dándole sentido a cada canción. Sobre todo la que canto en guaraní (“Recuerdos de Ypacarai”, de Ortíz-Mirkin), y a las que canto en portugués, que son varias. Este fue el mayor esfuerzo”.

–¿Qué otro factor imprescindible posibilitó la tríada?

–El encuentro con Armando de la Vega, el guitarrista que fui a buscar para que me arreglara los tangos, y con el que quedamos juntos hasta el día de hoy.

–¿Por qué revela el año de grabación de cada tema en la contratapa? En general, ese tipo de información aparece –si es que aparece– en la parte interna de los compactos.

–Fue un pequeño apunte porque hay algunas, por ejemplo “Milonguita” (Delfino-Linning), que hacía muchos años que no se grababa. Creo que como cuarenta, o más. Y por eso pongo las fechas. También, la idea era recuperar temas que también estaban exiliados, porque el exilio del título no es solo el mío, sino el de la madre, del patio, la casa, el tango, y la cultura nacional y latinoamericana, perdida ante una música basura.

–Ahora se explica mejor porqué tantos temas en portugués.

–Claro, y además porque estuve en Brasil.

–¿También estuvo exiliada en Brasil?

–No exactamente. Lo que pasa es que de aquí pasé a Brasil, de donde me sacaron de muy malos modos, aunque con ayuda de gente anónima que no olvidaré jamás. Mi estancia allí fue muy fugaz, y una cantante me ayudó a escapar, porque allanaron la casa donde yo estaba, que era una especie de cubo de vidrio, en el morro Santa Teresa. Una cantante que nunca había visto en mi vida, y que conocí ahí. Una empezó a cantar, la otra contestó, y entablamos una relación diaria sin habernos visto nunca, hasta que una noche se me ocurrió que iban a allanar la casa. Entonces hice mis valijas, fui en dirección a donde venía el sonido, toqué timbre y salió ella… una negra grandota, con una cara gorda y divina que jamás olvidaré. Le dije “tengo miedo ¿me podés ayudar?`, ¿dónde voy?”, y ella me contestó “pra frenchi, siempre pra frenchi”. Entonces nos subimos al colectivo con mi hija Mercedes, nos bajamos en una playa, donde gente vestida de blanco nos dio de comer, y a la mañana siguiente emprendimos la subida. Una vez arriba, aparecen nenitos gritando que había estado la policía, y ahí llega mi amiga con las dos valijas. Le di un abrazo, me subí a un taxi y me fui al consulado mexicano.

–Salvoconducto vía México…

–Sí, pero antes me encuentro al cónsul totalmente borracho que me dice que soy boleta donde vaya, y que no me va a dar la visa. Pero yo me agarro del escritorio con mi hija, me tiro al piso, le digo “de acá no me muevo” y me firmó. De ahí me tomé otro taxi, me fui al aeropuerto, saqué el primer boleto a México y, cuando llegamos, sufrimos un aterrizaje de emergencia –recuerdo que salvé a una mujer a la que estaban arrollando en la manga– y de ahí fui a la casa donde estaba Diana.

–¿Se refiere a Diana Piazzolla, la hija de Astor, que también había militado en el Peronismo de Base?

–Sí. Incluso, cuando llegué a México ella estaba instalada en la casa donde yo tenía que ir (risas). Igual, un compañero me prestó un departamento, por suerte. Ella estaba muy enojada con las ideas de su padre, recuerdo.

–De libro o de película, su vida, Adriana...

–Tal vez, sí (risas). Me lo han dicho muchos.

Permaneció en México durante siete años. Allí ganó un concurso en la UAM Xochimilco, como responsable del área institucional. “Nunca estuve tan bien profesionalmente, al cabo, pero fue muy difícil para cantar, porque tenía que abrirme un espacio. Recuerdo que llegué con mil dólares en el bolsillo y solamente el alquiler y la comida me salían cuatrocientos cincuenta por mes… memorizo la cifra, porque me atormentó por mucho tiempo”, evoca. Al principio de su exilio, la cantora, médica y militante atravesó una situación difícil, de la que fue saliendo al escribir un libro sobre psicoprofilaxis junto a un amigo chileno, también exiliado. “Desconozco su nombre real, pero lo llamábamos Carlos. El trabajaba en una editorial y lo mataron sacándole una pieza al motor del auto, como hicieron con tantos”, recuerda.

–¿Cuál es la canción que la transporta a sus vivencias en el exilio cada vez que la canta?

–“Modinha”, de Jobim y Vinicius, porque es triste. Y yo estaba muy triste (lagrimea). Es una canción que expresa mucha pena, como un no dar más que a mí me duró mucho, porque en el exilio se pierden la patria, los compañeros, los padres, la familia, los amigos, el trabajo… es un despojo brutal. Y lo que me salvó de esa tristeza que gasté, casi, fue trabajar. Reconstruir, porque los mexicanos son muy generosos para eso. Ellos te dicen ¿qué sabés hacer?... bueno, hacelo.

–Litto Nebbia siempre hace hincapié en este aspecto. El también vivió y trabajó en México, en esa época.

–Son geniales, incluso hasta el día de hoy. A veces sigo yendo a la UAM, donde tengo trabajo para hacer y me lo pagan muy bien. Pero también fui dos veces a cantar a Veracruz y, entre los temas de Exilios II, hay un son jarocho anónimo (“La llorona”) grabado con músicos de allá.

–¿Se llegó a cruzar con Zitarrosa?

–Sí. Acabo de intentar una versión de “Adagio de mi país”, que no la grabé porque no me satisfizo, porque es muy difícil para mi registro y requiere más madurez. Volviendo a la pregunta, nunca tuve un encuentro personal con él, pero fui a escuchar Guitarra Negra, en vivo. Mi amigo chileno, que estuvo muy cerca del equipo de cultura de Salvador Allende, me llevaba a ver a él, a Mercedes Sosa, a varios músicos exiliados, hasta que sufrió ese dudoso accidente en la curva de Cuernavaca, que es una curva infernal.

–Aún no dijo nada sobre Exilios II, el segundo disco de la tríada.

–Cuando lo grabé estaba enferma de los intestinos, y fue un esfuerzo muy grande. Tenía una enfermedad aguda, y lo hice pensando que por ahí me moría. Esto tiene que ver con ciertas cuestiones del sonido que no salieron muy bien, pero me hicieron bien para el estado en que estaba.

–¿Puede ser que “Soledad” de Gardel-Le Pera sea la pieza que mejor represente ese momento?

–Si. Y además es de esos temas que me sacan lágrimas, unas lágrimas que son de felicidad estética, también.

–Además de ésta, hay muchas versiones que se han repetido a lo largo de la historia de la música popular argentina, en los tres discos. ¿Qué siente cuando las graba, sabiendo que fueron versionadas en muchísimas ocasiones?

–Cuando yo hacía ópera, escuchaba todas las versiones y después hacía la mía. La verdad es que no busco ni comparaciones, ni originalidad ni diferenciarme de nadie. El repertorio extenso que tengo viene por mi papá, que no cantaba bien, pero se compartía unos vinos conmigo y hablábamos de la historia del tango, y de muchos temas. El era amigo de Antonio Agri, y un gran milonguero, además.

–En Exilios I y Exilios II la mayoría del repertorio –no todo, claro– es tanguero, pero en Desexilios y amores, maneja una recopilación más “abierta” y la aborda de una manera menos atenta a las formas, más despojada y natural si se quiere, que trasmite mucho más en términos emocionales. ¿Razones?

–Me animé a expresar más. Sergio Tulián (el tenor) siempre me decía “largá todo lo que sentís”. El me enseñaba ópera pero me decía “tenés que hacer música popular”, y en eso pensé cuando canté “Maturana” del Cuchi, por ejemplo.

–En cómo sale de adentro, que era lo que hacía él cuando la cantaba...

–Me emociona, sí.

–¿Por qué Desexilios y amores?

–Por tomar eso que decía Mario Benedetti de extrañar por partida doble. Es el extrañamiento de volver al país del que te fuiste y ver que no es más el mismo. Tal vez por eso vinieron los temas de Spinetta, del Cuchi, de Novarro, en fin, fue como un volver en música a mi adolescencia.

–¿Por qué no compone? Tal vez le saldría algo que colaborara con la catarsis.

–Puede ser. Pero no lo hago porque hay canciones tan hermosas para cantar, que me impiden pensar en poder superarlas con algo mío. En algún momento pensamos con Armando en ponerle música a “El perro”, una bellísima poesía de Lamborghini, pero nunca lo concreté.

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