Viernes, 26 de agosto de 2016 | Hoy
MUSICA › ESTELARES PRESENTARA LAS ANTENAS MAÑANA EN MUSEUM
El séptimo álbum del cuarteto formado en La Plata traza un diálogo entre el pasado y el presente de su cantante y compositor, Manuel Moretti. “Toda etapa conflictiva es dichosa si tenés la manera de resolverla con algún exorcismo”, asegura.
Por Juan Barberis
Con cada nuevo disco de Estelares, Manuel Moretti parece reimprimir las coordenadas actualizadas de su estado emocional. “Ahora puedo trabajar la dicha y tiene un peso muy grande, porque la disfruto y me pasa, es real”, dice con un entusiasmo ligero mientras pierde la mirada a través del ventanal de un bar que da sobre la Avenida 13, una arteria alternativa de ingreso al núcleo administrativo y comercial de la ciudad de La Plata. Sobre estas calles, hace más de dos décadas, Moretti empezó a pulir el oficio de compositor e intérprete, y cristalizó buena parte de su obra, con canciones ardorosas, románticas, químicas o torturadas, que todavía hoy sigue versionando como si reviviera con algo de ternura y templanza lo mejor que quedó de aquellos años de salvaje anonimato creativo.
Hoy, Manuel Moretti está al borde de los 50, tiene dos hijas –una de 10 años, la otra de un año y seis meses–, y desde hace casi dos décadas es el líder y compositor de Estelares, banda creadora de hits de melodías que hoy se reproducen en estadios de fútbol, actos políticos o manifestaciones populares. Las antenas, su séptimo disco, vuelve a confirmarlo como un grupo cada vez más interesado en apuntar directo al nervio de la canción popular. Nuevamente junto a Juanchi Baleirón en producción –responsable del rumbo artístico de sus dos discos fundamentales, Ardimos y Sistema nervioso central–, Estelares define una obra capaz de trazar un diálogo equilibrado entre su pasado y su presente, con un sonido cada vez más ATP y algunas canciones capaces de pelear entre los hits más efectivos del grupo. “El universo del fan dice que es un disco que tiene canciones como de la primera época pero mejor grabado y hay algo de eso, supongo”, introduce Moretti sobre el álbum, que tendrá su presentación formal el sábado a las 21 en Museum, Perú 535.
Desde el beat a lo ELO de “Es el amor” –el caballo de batalla del disco, de guitarras ruteras y un estribillo de instantáneo gesto radial–, pasando por la melancolía luminosa de “Quién no se ha besado en Mardel”, hasta la oscuridad desgarrada y new wave “Alas rotas”, Estelares muestra el cálculo y la docilidad de una banda que tiene en su base fundamental (Víctor Bertamoni en guitarra, Pali Silvera en bajo y Javier Miranda en batería) un dispositivo finamente calibrado para condensar a Wilco, Tom Petty, Virus, Roberto Carlos y Leonardo Favio, en gemas radiales de tres, cuatro y cinco minutos. Por primera vez aparece un instrumental que linkea hacia la obra de Ennio Morricone firmado por Bertamoni –uno de los grandes guitarristas tapados del país, que suena cada vez más versátil y sutil–, y varias canciones viejas que Moretti reivindica con una actitud de orgullo casi paternalista: “Compro flores”, editada en su disco solista La mañana del aviador; “Darling”, un outtake de la época de Sistema…; y “Mañana”, del repertorio de Peregrinos, proyecto previo a la conformación de Estelares. “Este último disco nos ha dejado muy felices, porque la banda volvió a tener sala de ensayo”, dice Moretti con una mueca de sorpresa. “Cuatro o cinco canciones se armaron directamente en la sala, y eso es porque parece ser que la matriz de la usina de nuestro trabajo todavía nos emociona, nos mantiene relacionados”.
–Sería la legitimación de la dinámica de grupo.
–Es raro, no soy muy consciente de cómo llegamos al registro de “Los lagartos mueren en familia”, por ejemplo. Quedaron todos muy conmovidos, incluso nosotros. Es una canción que tenía desde el año 2000, la ensayamos como hace un año y cuando Juanchi llegó a la sala, en dos ensayos quedó cerrada. Supongo que esas cosas hacen que el patrón nos mantenga ahí, casi veinte años juntos. Si me preguntás por qué, ¿qué sé yo por qué? Pero ahora hay una respuesta real, que es el disco. Ahí me parece que hay algo también que conectó entre nosotros y que quedó registrado en el estudio. En este caso, la banda puso sobre el tapete canciones como “Mañana”, de Peregrinos, o “Darling”, que es una canción de la época de “Ella dijo”. Es como jugar con diferentes épocas y, sin embargo, las canciones tienen una identidad.
–¿Por qué la decisión de volver a trabajar con Juanchi Baleirón después de la experiencia del disco anterior, donde se produjeron a ustedes mismos?
–Juanchi me devuelve confianza con respecto a mi repertorio: siento que las canciones son buenas y Juanchi es la confirmación de eso. El primer paso son Pali y Víctor, pero hay algunas canciones con las que les cuesta un poco más entenderme. A “El corazón sobre todo” la compuse hace mucho caminando por La Plata y sabía que era una bomba emocional, pero tuvieron que pasar quince años para que llegue a ocupar ese lugar. Las primeras veces, los pibes no le daban ni bola. Con Juanchi tengo empatía con el repertorio. Fue una necesidad mía y, al generarme confianza a mí, le termina generando confianza a todos.
–Usted siempre fue bastante autorreferencial en sus canciones. ¿Qué cree que revisó en este disco?
–En el disco aparece bastante lo de las antenas, eso de haber sorteado algo que alguna vez lo he hablado con mi psicoanalista: la adicción a la soledad. Técnicamente, a la soledad no se la ve como un mecanismo adictivo, sin embargo he tenido circunstancias de no poder salir de la soledad. Hay algo de eso que apareció con correrme del centro, algo que empezó con la paternidad, que movió un montón de cosas y empezó a darme otra vida. El solitario está en mí, a veces el lunático, pero ya no me siento desesperadamente solo, hay algo que se acomodó. He sido un tipo muy cruel con cuestiones de soledad, cosas que me costaron muchísimo, y eso en el disco está. Es tan sistemático lo que quiero decir. “Eran malos días para la fiebre, para el espanto...”. A todo eso, traído de una manera tan amorosa, entre comillas, lo siento como un revisionismo encantador.
–En general, los artistas suelen discutir más con su pasado, con sus canciones de la juventud. En su caso, nunca deja de reivindicarlo. ¿Qué le atrae de aquel Moretti?
–Trabajé muchísimo en el pasado, lo que nadie sabe, y lo compruebo en colegas con ruta. “¿Y esa canción la grabaste?” “No, man, esta canción es de cuando no me conocía nadie...” El más cuerdo es el más delirante, y en mi vida siempre fue así. Laburé un montón y es como si me interpretara a mí mismo. Soy un desastre con las formas, necesito sustancia, y no me importa si la sustancia es vieja. A “Mañana” la escribí en el 91 y no siento que haya que sortear nada. No soy un artista formal, nunca lo fui, de hecho me aburre un poco el acontecimiento formal. Quizás el único artista formal que me ha seducido, por su calidad melódica, es Bowie. No tengo añoranza de cuando me quedaba mirando peligrosamente el techo. Toda etapa conflictiva es dichosa si tenés la manera de resolverla con algún exorcismo. El adicto siempre está en uno, por eso me cuido: si no, soy boleta de nuevo. Todo lo que estoy diciendo se resume en que cuando nació Juana, mi primera hija, algo me pasó que no pude permitirme verla borracho. Algo pasó ahí.
–En la versión original de “Mañana” de Peregrinos, que se puede escuchar en YouTube, usted suena llamativamente influido por Miguel Abuelo. ¿Hoy a quién tiene como faro artístico?
–Me emocionan muchas canciones que compone Roberto Carlos. Me emocionan de chiquito, lo que pasa ahora es que soy más consciente y lo exteriorizo. La verdad es que soy muy aburrido: fui a ver a Dylan al Gran Rex y ahora voy a ver a Wilco a Montevideo, que es una de mis bandas favoritas. Eso es la gloria, alguien me trajo el show que quería ver...
–¿Cómo se evalúa hoy como cantante?
–Honestamente, estoy muy contento con haberme copado con el intérprete, con haber empezado a cantar y haber acomodado la voz. Me parece que el intérprete y el cantante están vivos, nuevos. Me emociona que haya novedad en mí. Estoy sorprendido, como en algún momento me he aburrido, porque en algunas circunstancias me aburro mucho. Ahora el que canta que hay en mí me da placer, la paso bien. Antes gritaba, no encontraba la voz; ahora la estoy encontrando un poquito más.
–¿Es muy crítico de sí mismo?
–Sí, medio tremendo. Un cruce de cosas: de darme con un caño y por ahí tener ataques de vanidad. Pero la vanidad, en mi caso, tiene que ver con el no reconocimiento; cuando alguien me reconoce, ya estoy en paz. Eso siempre fue así. El reconocimiento me da tranquilidad, me quita fiebre, porque a veces es muy duro no sentirte entendido habiendo estado tanto tiempo solo como un boludo, sin poder comunicar una puta canción. Peregrinos tiene cuarenta y pico de canciones, de las cuales considero que hay veintipico que están buenísimas. “20 de noviembre” es de Peregrinos, “Las luces del sueño”, “Mañana” y “Ardimos” también. Hay un montón de canciones de una valía, canciones que son muy honestas. Menos mal que salieron de mí, eso es una alegría; eso me lo dio el trabajo y el reconocimiento. Es real que cuando sos así, poco formal y muy compositor de verdad, cuando las cosas salen de vos y las podés comunicar, es una liberación alucinante. Me acuerdo que cuando estaba haciendo “Un día perfecto” me castigaba, porque siempre escribo de mi crisis, ¿cómo me voy a poner a jugar un poco? Por suerte, eso era antes.
–Siempre se manifestó abiertamente sobre política. ¿Por qué no llega eso de forma directa a sus canciones?
–Creo que sí aparece. Otra cosa es cómo lo puedo poner o de qué manera. Es raro ponerle palabras a la realidad cuando la realidad te come tan crudo. Tengo un problema y es que a mí siempre se me va la cabeza, siempre. Todo el tiempo se me viene encima la realidad política, social, la historia... Hay algunas cosas que no se pueden decir fácilmente. No puedo decir en una canción que Mitre sigue siendo el fundador de esta Nación y de un montón de cosas que pasan, de abandonos y soledades. Es mucho. A mí me da para el registro sensible. El registro sensible muchas veces me hace sorprender de algunos accionares que tenemos como sociedad. Me cuesta reconocerme como argentino. “Soledad”, que tiene una versión más larga en un demo, dice: “Te juré escribirte mil canciones pero sólo he escrito dos, una que habla que ser argentino me ha destrozado el corazón”. Ya lo digo en La mañana del aviador: “la flor nacional no es el ceibo, es la pérdida”. Todo el tiempo está la pérdida, tenemos una devoción por perder; pero no el perder de loser, sino de dejar ir cosas que nos podrían ayudar a construir, a contener... Es raro. Todo eso me cuesta ponerlo en las canciones, pero aparecen de una u otra manera.
–Al ser padre, ¿atraviesa de un modo diferente un momento de crisis como éste?
–Sí, claro. Nunca pensé que iba a decir esto: me refugio en la contención amorosa y fresca que tengo de mi familia. A veces pienso en irme al carajo, pero quizás esa contradicción sea parte de ser argentino.
–¿De verdad pensó en irse?
–Sí, a veces me quiero ir a la mierda, lo que pasa es que me acuerdo de que hubo gente que la pasó mucho peor. Esto es una democracia, con todas sus dificultades, y ahí vamos. Pero te come crudo la impotencia, la angustia, la confusión, lo no dicho. Eso me parece que tenemos como sociedad: el vaciamiento de sentido y de un montón de cosas. Es más complejo y no la tengo tan clara. Pero es algo que se siente y la verdad es que es triste.
* En Las antenas, Estelares volvió a trabajar con Juanchi Baleirón como productor, como en Ardimos y Sistema nervioso central.
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