MUSICA › JUAN “TATA” CEDRóN Y LA CANTATA DEL GALLO CANTOR, DE JUAN GELMAN
El músico y guitarrista se refiere al disco con obras del poeta que reeditó y que está presentando los jueves en Hasta Trilce. Lo hace junto a la big band anfitriona, La Lija, y entonces Tata propone: “Tiene que haber un enamoramiento entre generaciones”.
› Por Cristian Vitale
“Nosotros no solamente queremos la igualdad en la muerte, también queremos la igualdad en la vida”, canta el Tata Cedrón con esa voz gruesa, tan personal, que lo persigue, tenaz, desde los inicios de su cuarteto, allá por principios de la década del sesenta. La sala musical de Hasta Trilce, donde presenta la reeditada Cantata del Gallo Cantor todos los jueves de septiembre, luce como debe lucir: oscura, densa, atrapante, silenciosa. “Queremos la justicia en vida / aunque sea corta y larga la muerte”, sigue su voz para concluir “Cambios” uno de los poemas que esa voz mutó en guitarra para musicalizar a Juan Gelman. Esa voz que también muta, tras “Glorias” y “Cartas” –los otros temas de parecida estirpe estética que cierran la cantata– para hablar en vez de cantar.
Para hablar con Página/12, tras el maravilloso concierto que acaba de dar en la sala de Maza al 100. “De todo, tocamos ¿vio?, algo de Bob Dylan, algo medio Beatle, porque nosotros los escuchábamos. Ojo, no nos prendimos con el rock, seguimos por otro camino, pero no éramos enemigos de los Almendra, ni de los pibes de La Cofradía de la Flor Solar. Lo mismo que hacían ellos de desnudar la hipocresía, también lo hicimos nosotros con Gelman, con Tuñón, con el Paco Urondo. Eran discursos poéticos extraordinarios”, reflexiona el cantor, compositor y guitarrista, sobre el ecléctico concierto que viene de compartir con la big band anfitriona: La Lija.
Las palabras que siguen versan sobre lo específico de un concierto que mezcla esos viejos poemas de Juan Gelman musicalizados por Tata, que se escucharon por última vez en la Argentina, en 1972, y que están reviviendo –edición de la obra en cd mediante– en este tardío invierno porteño. “Fue una noche de poesía muy profunda”, sentencia el Tata, a diez minutos de haber concluido una nueva función. En caliente, o sea. “Muy profunda, sí, y me indigna que no venga mucha gente, porque parece que en este país si no te ayudan las corporaciones, tratan de hacerte invisible, y a mí las corporaciones no me pueden usar. Nadie me puede usar, por eso somos malditos. No tocamos en el Kirchner, ni en los festivales de poesía que se hicieron en Tecnópolis. ¿Cómo no van a invitar al Cuarteto Cedrón a esos festivales? ¡hay que ser pelotudo ¿eh?!... se los dije, y me respondieron: ‘se nos pasó, compañero, fue un error’, ¿cómo me van a responder eso?... y eso que soy peronista y también kirchnerista, porque Néstor Kirchner fue un compañerazo… hizo lo que hubiese hecho Perón en el siglo XXI, pero ese error cultural que marqué antes fue algo jodido”, se lanza el cantor, sin filtros ni pruritos. Sin pelos en la lengua, como acostumbra.
–Y el mismo Marechal, que en un momento estuvo bastante tapado ¿no? o Ramón Carillo. No importa… ya está. Nosotros no queremos la igualdad solo en la muerte, también la queremos en la vida.
El Tata vuelve así sobre la frase inicial de esta nota, entonces. La parte nodal de una cuarteta de José Guadalupe Posada, el grabador. Ilustrador y caricaturista mexicano que hacía las calaveras. “No olviden los orgullosos / que cuando a la tierra vayan / allí lo mismo se rayan / humildes y poderosos”, dice Cedrón, e incorpora a su socio de antaño para completar la idea: “Y acá viene Gelman, que era Gardel, y agrega ‘pero nosotros no solamente queremos la igualdad en la muerte, también queremos la igualdad, queremos la justicia en vida, aunque sea corta la vida y larga la muerte’… impresionante la vuelta que le dimos a Guadalupe, igual que a “La pulpera de Santa Lucía” ¿no?, bueno, la hicimos por última vez en la Argentina, en el 72, cuando estaba Lanusse, creo. Fue en el Teatro Odeón con las presencias entre el público de Ortega Peña, Zito Lema, Eduardo Luis Duhalde y el hijo de Tuñón. Después la seguí tocando en Europa. Me acuerdo que proyectábamos un audiovisual que mostraba la represión que había durante la dictadura. Hicimos todo un laburo de difusión y denuncia que había en el país, a través del arte, porque yo no quería cantar canciones de protesta pelotudas, quería cantar buenas cosas en los actos de solidaridad. Hagamos arte, ¿no?
–Porque no quería que viniera algún desaforado a empezar a romper las bolas con la lucha armada, y esas cosas. La Cantata es un fresco de otra época, y no da para extrapolarla a otro contexto. Recién ahora la expongo en vivo, y fue por iniciativa de los muchachos de La Lija (ver nota aparte). La verdad es que me sorprendió que conocieran tan profundamente la obra. Y también que conocieran las obras de Osiris Castillo, de Adolfo Abalos, la poesía alemana, la poesía precolombina. Son tipos cultos y populares, como tanta gente. Me la pidieron ellos, y por eso decidí retomarla, sino no la hacía porque, repito, no quería que engrupieran a ningún pibe más con ese balurdo de la lucha armada. No la niego, porque de hecho nosotros formamos parte de esa historia, pero lo hicimos porque no teníamos otra escapatoria... eso ya pasó, y no estaría bueno que algún tirabombas utilice una cantata que no fue hecha para eso.
–En algo tan simple como querer hacerla, nada más. Salió natural, porque ellos conocían la obra y se interesan por la vida de la gente, y por el arte. Lo que hacen con los textos es algo extraordinario, muy latinoamericano, mucha conciencia. Respecto del recital de hoy, fue fuerte la cosa. Yo tengo 77 años, y me di cuenta que estaba polenta, me enganché bien con todos… pude dirigir metido desde adentro, como hacía Troilo, aunque yo no me crea Troilo (risas). Pero vengo tanto de él como de Corsini, de Magaldi, de Tormo, de Yupanqui, de Villoldo, y de estos pibes de La Lija, con los que siento que estamos comiendo los mismos ravioles, de esos tan ricos que hacía mi abuela ¡Este es el trasvasamiento generacional del que hablaba Perón! (risas) y que Cristina quiso continuar en lo cultural. No sé…. como dice Mauricio Kartun, somos como una peste y nos quieren vacunar, pero no… yo no me quiero vacunar, yo quiero morir con sarampión.
–Ya sé, y lo miro a los ojos, que a mí ciertos periodistas me cuidan (risas). Pero no pasa nada… a esta altura, que me vengan a escuchar y hablen, loco, no quiero hablar más yo. ¿Por qué el periodismo no va donde hay belleza, donde hay arte?
–Tal vez ¿no? (risas) Pero yo quiero que se junte la gente, y no por el momento político, porque los momentos políticos cambian todo el tiempo en la historia, sino porque siempre tiene que haber un noviazgo, un enamoramiento entre generaciones. Es como querer a tu abuelo, como querer saber quién era, cómo era, de qué trabajaba; y el abuelo lo mismo: quiere ver dónde va su nieto, como es su desarrollo, en fin, no hablo de la familia como institución, hablo de la natural… de los hermanos, por ejemplo. Los hermanos son lo más grande que hay. Cuando yo le digo hermano a alguien es porque lo considero lo más grande del mundo.
–No. Juan siempre me daba poemas. Yo lo iba a ver a las redacciones de Panorama, de Confirmado, de La Opinión. Ibamos a comer un churrasco, a tomar algo con él, con Urondo, con los muchachos, yo estaba bien empapado, digamos. Lo que pasó con esos poemas, puntualmente, fue que los junté y armé algo con una música ecléctica. Para arrancar nomás, utilizo rock, folk, Beatles, en fin, todo lo que dije al principio. Pero, claro, la cantata también tiene milonga, balada, una mezcla de todo... la armé así. Son cuatro canciones puestas juntas y funcionó también como una especie de “carta de presentación”, ante parte del público francés, y Paco Ibañez llegó a definirla como una obra maestra.
–Que se está demoliendo una obra social, una justicia social y al hombre que la concretó. El sentido es que están destruyendo a la gente, al ser humano, a la humanidad. Y éste es el sentido de la obra, de alguna manera.
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