MUSICA › LA ORQUESTA LA LIJA ANTE UN HECHO CULTURAL HISTóRICO
La Lija, agrupación que trabajó con el Tata para reponer la Cantata, es una compañía musical de once integrantes, todos multiinstrumentistas y cantantes que alternan piano, arpa, sikus, laúd, violoncello, acordeón, guitarra, percusiones, mandolina, violín, quena, guitarrón, charango y flauta barroca. Su flamante disco (Río Largo), contiene piezas maravillosas como “La vida tum-tum”, “Rumba del General No Importa” y “Huella de lunas”, todos enmarcados por una lograda sumatoria de estilos musicales tan arcaicos como actuales, tan autóctonos como europeos. “Cuando llegamos al Tata, estábamos con muy poco laburo, realmente, y él tuvo la gentileza de invitarnos a tocar en el Auditorio de Radio Nacional. Aquella vez, tocamos por separado, pero teníamos al Gallo Cantor tan escuchado que al final se dio, y lo terminamos tocando con su creador”, se entusiasma Tomás Bradley, poeta y cantor de la notable orquesta. “¿Cómo podía ser que no se tocara una obra de tal magnitud y calidad?, bajo esta premisa empezaron los ensayos, la juntada generacional y el valor simbólico que tiene esto. Creo que es una obra en la que va a estribar gran parte de lo popular, no solo por su contenido político, sino porque es un fresco de época… el rostro de la generación paterna, la de los setenta, en un modo puro y con todas sus contradicciones”, dice Bradley, cara visible del colectivo que completan Juan Botello, Sebastián Bradley, Paula Bradley, Florencia Cosentino, Francisco Fernández Sobrino, Nicolás Galpasoro, Federico García, Sergio Iriarte, Maximiliano Martínez e Ignacio Savid.
“La cantata es una obra que está a la altura no solamente de ese momento histórico, sino de dar cuenta hoy, en 2016, de aquella generación. Para nosotros, como grupo con mucha intención de recomponer los lazos entre una generación y otra, acercarnos a la cantata es un hecho cultural histórico. Es trabajar el tema de la memoria, porque trae completo el resto de aquella generación”, sostiene este músico de voz grave, y ducho en mestizajes musicales. “Debo reconocer que llegó un momento en que no teníamos cimientos… que teníamos que salir a buscarlos, porque lo que había antes había sido desmantelado como generación. Fuimos arrojados al mundo, desprendidos de la mano de otra generación. Como grupo, estuvimos mucho tiempo vacilando entre una cosa y otra… llegamos a sentir un principio de orfandad en el repertorio y en la ascendencia musical, aunque siempre sentimos que estamos metidos en la vena popular, entroncados con ella. Entonces, hacer esta obra del y con el Tata nos emplazó en la senda del quehacer popular. Ahora, estamos participando de una cadena que honra a cualquiera que entre, porque ellos nos trajeron una forma de entender a Manzi, al tango, a la poesía popular, en fin, es una cadena que tiene que seguir”, cierra Bradley
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