MUSICA › CONCIERTO TRIBUTO A MANOLO JUáREZ, EL DOMINGO EN LA USINA DEL ARTE
En una noche que contó con el inspirado aporte de varios alumnos y compañeros de carretera, el autor de “Chacarera sin segunda” se prestó a una bella recorrida por su historial, que él prefirió dedicar al Conservatorio de Música Popular, su “logro máximo en la vida”.
› Por Santiago Giordano
“Este homenaje no es para mí, es para el Conservatorio de Música Popular, el logro máximo de mi vida”, dice Manolo Juárez emocionado mientras el aplauso de la Sala Sinfónica de la Usina del Arte lo corona con retumbos afectuosos. En la noche de un domingo lluvioso, la presentación de Tiempo reflejado comenzaba con las palabras del pianista y compositor, maestro de varias generaciones de músicos argentinos.
Tiempo reflejado es el registro del homenaje a Juárez que numerosos músicos le dedicaron en julio del año pasado en lo que entonces se llamaba La Ballena Azul del Centro Cultural Kirchner. Un disco cuyos dividendos irán a beneficio de la Escuela de Música Popular de Avellaneda.
Juárez traslada el homenaje de su persona hacia lo que supo crear. En todo caso, la Escuela de Música Popular de Avellaneda es parte de su obra; una obra que en su amplitud omnívora tiene que ver con las distintas maneras de proyectar y hacer música en las alturas, por sobre los pretextos del mercado y el canto de sirenas del éxito inmediato, pensando que lo popular no necesariamente es lo que el pueblo recibe, sino más bien lo que el pueblo merece. Por eso, para rendir homenaje a esa obra que sistematizó un pensamiento musical preciso e impulsó sus instituciones posibles, estuvieron casi todos los que habían estado en el homenaje del CCK y están en el disco, quienes fueron sus alumnos, sus pares, músicos que representan una parte profunda y vital de la música argentina, encabezados por Lito Vitale, director artístico y artífice junto a Mora Juárez de toda la movida desde sus orígenes.
Junto a Juan Carlos Baglietto, Vitale dio comienzo al desfile de artistas que se extendió durante casi dos horas, con “Zamba de mi esperanza”, una de esas piezas sobre las que Juárez supo asentar su idea, a partir de una armonización que hoy resulta toda una tradición dentro de la tradición. Después, Vitale se quedó en el escenario, al frente de una banda que se completó con Víctor Carrión en saxo y quena, Lucas Homer en bajo, Roberto Calvo en guitarra, Colo Belmonte en batería y Facundo Guevara en percusión, para interpretar “Al pie de la cordillera”, de Oscar Alem, tema que fue parte del repertorio de Movimiento, aquel grupo que Alem formó a inicios de la década de 1980 junto a Cacho Ritro y que pertenece a la misma naturaleza musical que la noche invocaba.
Enseguida, la obra de Juárez comenzó a sonar, afectuosamente revisitada, en sus múltiples direcciones. Lilián Saba en el piano y Daniel Homer -siempre destacado por el mismo Juárez como el impulsor de maneras superadoras de la guitarra en el folklore- se sumaron al grupo e interpretaron la “Cueca a Daniel Homer”. Después Adrián Iaies llevó la bellísima melodía de “Mora” a su implacable territorio de jazzista, en trío con Mono Hurtado en contrabajo y Facundo Guevara, que armó un muy interesante set de percusión en el que los platos combinados con los parches del bombo legüero y la madera del cajón le daban al jazz una diversidad atractiva. Con la misma base, Diego Schissi mostró su dinámica lectura de “Presencia del diablo” y enseguida Verónica Condomí y el pianista Pablo Fraguela interpretaron “Invitación a la nostalgia”, una zamba marca Juárez, compuesta junto a Luis Ruiz y Alejandro Erlich Oliva y grabada hace 45 años en el disco Trío Juárez + 2.
Hay un segmento de la obra de Juárez en el que Manolo es Manuel, por lo menos cuando los papeles y su retórica hablan de “música clásica”, “académica” o “erudita”, el término que él mismo cambió por el más práctico “música sinfónica y de cámara”. Pero Juárez es Juárez en los distintos compartimentos de la musicalidad, donde supo moverse con absoluta naturalidad y solvencia. La muestra de su producción de cámara una vez más tuvo dos intérpretes superlativos: Haydeé Schvartz y Elías Gurevich. Schvartz desentrañó con maestría los laberintos temáticos y los planteos tímbricos de “Mutaciones”, para piano solo, y Gurevich trazó con sensibilidad justa las recónditas luminosidades de “Sagitario”, para violín solo.
Llegó después uno de los momentos más celebrados de la noche: Marián Farías Gómez, Galo García, Rubén “Mono” Izarrualde, Lito Vitale, Mono Hurtado y Roberto Calvo recrearon la versión de “Chacarera de un triste” de Contraflor al resto, aquel espectáculo que fue disco también, protagonizado por Manolo, Marián y el inolvidable Chango Farías Gómez en los albores de la década de 1980. Hubo más y Leo Sujatovich presentó una sensible mirada sobre “Tarde de invierno”, con un sutil Facundo Guevara en percusión. Hacia el final, Luis Salinas y Lito Vitale jugaron sobre “Criollita santiagueña”, antes de que Juárez subiera otra vez al escenario para dar fe con su versión de “La humilde”, la chacarera de Yupanqui y los Hermanos Díaz, de todo lo que se había escuchado antes.
Tiempo reflejado, como se llamó al homenaje que más tarde se hizo disco y otra vez homenaje, es el nombre de un disco que Juárez presentó en 1976 en la sala Cascuberta del centro Cultural San Martín. Un trabajo memorable, del que entre otros participaron Dino Saluzzi, Chango Farías Gómez, Daniel Homer, Litto Nebbia y Oscar Taberniso. Ahí está la primera versión de “Chacarera sin segunda”, la obra fundacional de lo que Juárez llama “la forma abierta”, uno de los pilares de su visión sobre la tradición musical argentina y sus continuidades. El bis resultó ser una gran zapada sobre aquel tema, un gesto tan concreto como emotivo, que dejó la sensación de que acaso aquella revolución continúa.
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