Miércoles, 27 de diciembre de 2006 | Hoy
MUSICA › A LOS 82 AÑOS, MURIO LAGRIMA RIOS
La cantante uruguaya, apodada “La Perla Negra del Tango” y “La Dama del Candombe”, había sido revalorizada en el proyecto Café de los Maestros, un reconocimiento a su voz única.
La mítica cantante uruguaya Lágrima Ríos, “La Perla Negra del Tango” que se ganó el apodo por ser la primera mujer negra en interpretar tangos, murió ayer a los 82 años en Montevideo, donde había estado internada las últimas tres semanas por una prolongada enfermedad cardíaca. En los últimos meses, la cantante había recibido un reconocimiento a su carrera gracias a su inclusión (con “Vieja viola”) en el proyecto Café de los maestros, el proyecto de Gustavo Santaolalla que rescató a varias figuras de la música rioplatense: “Mi mejor momento es este que estoy viviendo, sin dudarlo”, dijo a Página/12 en enero de este año. “Después de haber estado cerca de la muerte, estoy en una etapa donde valorizo todo el doble. Agradezco de todo corazón a esta gente joven que confía en mí.”
De raza negra –hecho que le valió más de un contratiempo–, Ríos nació en Durazno, a 183 kilómetros al norte de la capital uruguaya, hija de una humilde trabajadora doméstica: en 1945 comenzó a cantar acompañada por un guitarrista, y en 1956 ganó un concurso de canto en una emisora montevideana que la transformó en vocalista de la orquesta de Orosmán “Gato” Fernández, aunque luego perdió el trabajo por el color de su piel. Ríos actuó en radio y TV, y en salones bailables de Montevideo y Buenos Aires, y en 1972 editó su disco La Perla Negra del Tango (recientemente reeditado en la Argentina), dedicado a su maestro Alberto Mastra, por quien dejó su nombre Lida Melba Benavídez Tabárez para convertirse en Lágrima Ríos. Viajó por primera vez a Europa en 1982, se estableció durante tres años en España y en 1993 fue nombrada Embajadora del Tango en la primera Cumbre Mundial celebrada en Granada. En la Argentina compartió escenarios con Aníbal Troilo, Roberto Goyeneche, Héctor Mauré y Alberto Castillo, y fue aquí donde comenzó a interpretar candombes, un ritmo al que su voz dotó del timbre justo y le valió un nuevo apodo, La Dama del Candombe.
La artista no olvidaba sus primeros tiempos, cuando actuaba en las fiestas de Carnaval y en locales nocturnos, y al día siguiente debía ir a la fábrica, porque ésa era su manutención de todo el año. Pero el concurso que ganó en la desaparecida emisora radial La Voz del Aire le cambió la vida. Por eso cantaba siempre los mismos tangos, los tradicionales: “Mucha gente dice que no evoluciono –dijo una vez–, pero es que a los temas de ahora no los siento; yo no puedo cantar una cosa porque sea de esta época si a mí no me dice nada”.
En 1995, la intérprete se convirtió en presidenta de Mundo Afro, una entidad solidaria que nuclea desde 1988 a la amplia comunidad negra del Uruguay. Con una humildad que ignoraba su trascendencia como artista, Ríos solía recibir al periodismo en su casa de la calle Durazno de Montevideo, y hablaba de su arte, de sus recuerdos, de los hombres de su vida y de cuando conoció a Carlos Gardel. Su living comedor estaba atestado de fotos: con Mercedes Sosa, con Edmundo Rivero, con su madre, con el grupo vocal Brindis de Sala, una imagen de cuando cantó en la Sorbona de París y en el Royal Albert Hall de Londres. Su marido y representante Paco Gude es uno de los coleccionistas con el mayor archivo del Río de la Plata, dueño de discos que ya nadie tiene y materiales gráficos de toda laya.
A pesar de la notoriedad, los aplausos y los infinitos viajes por el mundo, Lágrima no se mareaba y se definía como “una mujer humilde, una mujer de pueblo”. En la misma entrevista a este diario, señaló: “Nunca fumé, nunca bebí alcohol, ni de joven. Soy amante acérrima del café con leche, ésa es mi bebida. Mi remendado corazón me podría haber quitado energía, porque soy un remiendo caminando, tengo operaciones en cuantos lugares hay. Pero mi voz está más joven que yo”. Diminuta, con la mirada viva y con una piel que desmentía el paso de los años, esa voz que podía ser vigorosa ante el micrófono se volvía suave, casi un susurro, en la confidencia, cuando memoraba la triste vida de su mamá y los años de su niñez, o como cuando se enorgullecía de su voz de contralto, “habitual en la comunidad negra”, según ejemplificaba. Reconocía que cantaba el tango de un modo diferente, “pero no sólo por el timbre de voz sino por la manera de interpretar” y que su registro era resultado de que los negros tienen cuerdas vocales “una pinta más gruesa que los blancos”. “Cuando canto, estoy en mi mundo. Vivo en un lugar diferente y, por momentos soy el personaje del cual habla la canción”, definía.
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