Miércoles, 24 de enero de 2007 | Hoy
MUSICA › JOAN MANUEL SERRAT
El catalán reventó el Gran Rex con un show intimista, acompañado por Ricard Miralles.
Por Cristian Vitale
En todos los recitales de Joan Manuel Serrat en Argentina se repite el mismo rito. Supóngase que esté tocando “De vez en cuando la vida” o algún clásico de esos calmos y profundos que lo caracterizan. Un silencio abismal inunda la sala y, de repente, un grito femenino que lo corta: “!Sos único!”. Devienen el shhhh!!!!! colectivo y otra frase de mujer incontinente: “¡Me volvés loca, Nano, loca!” Es imposible, por más que el público sepa de antemano que el recital será íntimo, minimalista, dulcemente sosegado –sólo están él y su pianista Ricard Miralles–, lograr el clima ideal. Se puede hacer callar a algún marido aburrido preguntando cuándo termina, o el timbre de un celular, pero jamás la devoción femenina expresada en bramidos. ¿Cuál será el secreto de este galán de Cataluña que, pese a sus 66 años, sigue rompiendo corazones como si fuera un Sandro intelectual? Su trayectoria, que ya superó los 40 años, explica una parte. Es raro que cualquier mujer permanezca impasible ante el verso más húmedo de “Me gusta todo de ti”, el “hit” de Sombras de la China (“Me gusta todo de ti/ tus pezones como lilas/ alcancía carmesí/ tu ingles y tus axilas”), o no sucumba ante alguna estrofa de “Lucía” (“Si alguna vez fui sabio en amores/ lo aprendí de tus labios cantores”), por caso. Pero la historia de canciones épicas y sentimentales –quedó dicho–- revela sólo una parte.
Después de una versión estupenda de “Penélope”, un teatro Gran Rex colmadísimo asiste a una anécdota de Serrat, que explica la otra parte del secreto. Miralles improvisa un solo de piano mezclando fragmentos de “Adiós Nonino” con pasajes de “Maturana” –de Cuchi Leguizamón– y el Nano, cuya memoria permanece implacable, lo deja descansar con un recuerdo sintomático. Cuenta al público que su madre Angeles Teresa Gorgas –fallecida en 1995, a los 84 años– estaba totalmente convencida de que él iba a ser una niña. “Toda la ropita que llegaba a casa estaba basada en su profecía... los calcetines, los pulóveres, las medias, todo era rosa. Cuando le dijeron que yo era un niño, nos desairó a mí y a la partera: ‘yo no quería esto’, dijo, pero bueh, se hizo cargo y yo tuve que andar mis primeros seis meses vestido totalmente de rosa.” El Rex estalla en risas ante la revelación y, a la vez, presencia la introducción de uno de los nuevitos de la noche: “Si hubiera nacido mujer” (“Si hagues nascut dona”). Además de ser uno de los cuatro temas de Mô –grabado en catalán, como sus primeros discos– la historia revela un costado femenino, un yang, una sensibilidad que explica la otra arista de la alianza celular con las matronas y doncellas que lo adoran.
La letra es bella y elocuente. Entusiasma, representa y dignifica a más de la mitad de la platea. Muestra a un Serrat lúcido, a quien un cáncer de vejiga jamás pudo oscurecer la brillantez de su pluma. “Si hubiera nacido mujer/ habría estudiado hasta cuarto y, con suerte, magisterio/ Sumisa, discreta, que nunca el vecindario/ pudiera decir ni media (...) Y llorar sangre una vez al mes/ ocultos bajo una máscara/ los sentimientos a flor de piel/ como casi, casi todas”, dice una de sus frases. Pero la más aplaudida es en catalán directo, sensible y tenaz. “Si hubiera nacido mujer, para mal o para bien/ me habría hartado de tragarme penas/ de preparar rancho, de cambiar pañales/ de coger sin ganas.” Pacto de sexos consumado. El otro tema reciente, para balancear, incluye al hombre y se llama “Huir de ti” (“Fugir de tu”). Un ambiente de calma e introspección, en el que el dúo Serrat-Miralles se funde en una unidad infranqueable, es la plataforma ideal para un verso ideal: “Puedes bajar con el río a tierras cálidas/ o trepar con las águilas/ a la cumbre de las montañas/ pero jamás podrás huir de ti”. Y la emoción no es cuestión de géneros.
Dos hermosos regalos, éstos, para completar el repertorio clásico del cantautor nacido en Barcelona. Sin la parafernalia de otros tiempos, con la calidez que propone su formación pequeña y artesanal –idea base de Serrat 100 x 100–, la noche se tiñe de nostalgia con un zig zag delicioso. De “Mediterráneo” a “Yo me manejo bien con todo el mundo”; de “Aquellas pequeñas cosas” a dos de sus más añejos éxitos en castellano (“Tu nombre me sabe a hierba” y “Fiesta”); del eterno homenaje a Machado (“Cantares”) a “Para la libertad”; de “Benito” a la épica poesía de “Pueblo blanco”, la ácida “Muñeca rusa” (Versos en la boca, 2002) o “Esos locos bajitos”, que dejan lagrimeando a la platea, el trovador logra la catarsis acostumbrada. Con la de hoy, serán tres funciones repletas en el Rex, una gira pampeana que prosigue en Mar del Plata, Puerto Madryn, Neuquén, Córdoba, Santa Fe y concluye los días 15, 16, 17 y 18 de febrero, otra vez en el teatro porteño. Una parada más entre las doscientas que Serrat ya lleva, después de torcerle el brazo a la desgracia, escribiendo nobles canciones.
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