Sáb 27.01.2007
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MUSICA › EL CHAQUEÑO PALAVECINO, LA ESTRELLA FOLK DEL MOMENTO, VOLVIO A REVENTAR COSQUIN

Crónica de un fenómeno nacional y popular

El hombre del Chaco salteño hizo cantar a unas once mil personas con su carisma arrasador. Su estilo es simple y tradicional: vestido de gaucho, reparte simpatía criolla y canta zambas y chacareras de su tierra. Y ratonea a las señoras maduras con fantasías de “amor salvaje”.

› Por Karina Micheletto
Desde Cosquín

Una, dos, tres, diez, quince canciones al hilo, rapidito, sin respiro, bien arriba. La locomotora que arranca el Chaqueño Palavecino en cada una de sus actuaciones no tiene paradas intermedias: toma velocidad y sigue hasta el destino final, que queda lejos, casi al amanecer. Cuarenta y cinco canciones, según anunciaba la planilla de Sadaic, desgranó una tras otra quien sigue siendo la estrella folk del momento, en la plaza más llena en lo que va del festival. Unas once mil personas llenaron las butacas y los pasillos de la plaza Próspero Molina, y empezaron a darle otra fisonomía a las calles de Cosquín ya en la tardecita del jueves pasado. Desde las dos hasta las cinco de la mañana, el hombre de los pagos de Tartagal mostró todo su arsenal folklórico y melódico con energía vigorosa de criollo, aun cuando la voz derramada en épocas de maratón festivalera le jugó alguna que otra mala pasada. Fue lo de menos: la fiesta que desata este hombre de sombrero de ala ancha y sonrisa siempre intacta no tiene que ver con la técnica, y quedó claro en esta sexta luna coscoína, como en cada una de sus presentaciones.

El repertorio que propone el Chaqueño de un tiempo a esta parte arranca bien folklórico, y deja el cachondeo de señoras maduras que imaginan escapadas de amor salvaje para el final. El espectáculo comienza con coplas, toda una toma de postura. Ahí nomás el Chaqueño arremete con la primera chacarera, sólo acompañado con bombo y violín, “como en el Chaco salteño”. Entre los pasillos, algunos se largan a bailar como pueden la danza que pide más espacio que el disponible. El Chaqueño sigue en el mismo ritmo, con una energía regulada por el oficio, en piloto automático. Llega la zamba “La taleñita” y la plaza se llena de color con los pañuelos en alto. Habrá tiempo para homenajear a Juan Balderrama, el dueño del bar inmortalizado por Cuchi Leguizamón y Manuel J. Castilla, que seguía el show desde la platea mientras sonaba su zamba. También a Roberto Cambaré, el autor de “Angélica”, que con sus 81 años subió al escenario a cantar junto al Chaqueño su tema y a explicar de dónde viene.

El tiempo también dio para una encendida defensa frente a las acusaciones de compra de tierras fiscales que pesan en contra del Chaqueño (tiene iniciado un juicio a un periodista salteño por este tema). “Ojalá tuviera la plata pa’ comprar todo y repartir, antes de que vengan los de afuera y se lo lleven. En el Chaco salteño tenemos códigos, si supieran lo que sentimos los que somos de ahí, no inventarían eso”, aseguró el folklorista con el dedo en alto entre canción y canción. “No soy dueño de nada, ni de las canciones, que son de ustedes”, concluyó. Tal como viene haciéndolo en el último tiempo, dejó para el final el disparo a la hormona menopáusica, con las historias prohibidas de temas como “Amor salvaje” y “La ley y la trampa”.

En las plateas de la Próspero Molina ya no están las hinchadas fervorosas de señoras con vincha, bandera y gorro, esas que estampaban besos de rouge en las fotos del Chaqueño y vivían su fiesta aullando los temas más románticos. El público, ahora, es ciento por ciento familiar y con menos merchandising: apenas alguna banderita flameando solitaria, además de los carteles de procedencia de rigor que premian a quien esté dispuesto a acalambrarse los brazos teniéndolo en alto toda la noche con una aparición fugaz en televisión. Lo que propone el Chaqueño desde el escenario es para mujeres, hombres y niños, y por eso el ballet que lo acompaña (comandado por su esposa) los invita a bailar alternadamente.

Palavecino luce su look gauchísimo de siempre, bombachas batarazas, sombrero, rastra a la cintura y algunos kilos de más estacionados en la panza. También es de lo más gaucha su forma de hablar, su forma de moverse. En el escenario puede hasta cargar al locutor oficial, Miguel Angel Gutiérrez, cuando, a las cinco de la mañana, vuelve a cerrar la noche tras sus tres horas de actuación: “Cómo te hice descansar, ¿eh?”. Llegó un día antes a Cosquín (algo raro en una estrella festivalera con la agenda repleta en enero) para “vivir la fiesta”: visitó la peña de Los Carabajal, cantó con los dueños de casa, amagó con ir al partido periodistas-artistas, que finalmente se suspendió por mal tiempo (al día siguiente los periodistas recibirían la goleada de todos los años). Es el artista más caro del folklore (su cachet ronda los cincuenta mil pesos), pero sigue moviéndose sin custodia y alejado de la parafernalia star que rodea a artistas como Los Nocheros. Sus seguidores dicen que es un gaucho de ley y él construye esa imagen arriba y abajo del escenario.

Más allá de los códigos propios del Chaqueño, la noche del jueves mostró otras postales en la plaza Próspero Molina. La más colorida fue la del espectáculo Quebradeños, con el que Tomás Lipán, Fortunato Ramos y las Hermanas Cari trajeron otra fiesta, la de los sonidos del carnaval jujeño. Bailecitos, cuequitas y carnavalitos; harina, papel picado y serpentinas, y el despliegue de bailarines trajeados de Carnaval, lograron transportar la plaza a otra geografía, por un ratito. Las hermanas Ernestina y Candelaria Cari, maestras copleras, volvieron a mostrar que serán muy quebradeñas, pero están bien al tanto de la actualidad. En su contrapunto hablaron con picardía filosa de las papeleras uruguayas, del Mercosur, de Cristina Kirchner, de Evo Morales (“hay que hacer como el Evo, que está saliendo a nacionalizar todo”, recomendaron, despertando un gran aplauso) y de la forma en que llenan sus despensas en épocas de elecciones, aceptando las dádivas de todos los politícos, y cumpliendo luego la promesa de votar a todos, en el mismo sobre. Hubo más en la plaza: la sanjuanina Claudia Pirán sorprendió primero como encargada de pegar el grito de ¡Aquí Cosquín! –el único que sonó con la fuerza necesaria en lo que va del festival– y luego con la belleza de su voz en temas como “Zamba del laurel” y “Honrar la vida”. Los mendocinos Orozco-Barrientos trajeron sonidos de Cuyo que suenan actuales y cargados de imágenes sugerentes en su poesía. Cuti y Roberto Carabajal hicieron su homenaje a Carlos Carabajal, fallecido el año pasado, a pura chacarera, como corresponde.

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