Jueves, 1 de marzo de 2007 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA A OSVALDO BERLINGIERI, UNA LEYENDA DEL TANGO
El pianista que tocó con Troilo, Baffa, Goyeneche y Leopoldo Federico, entre muchos otros, muestra su extrañeza porque “nadie me llama”. Hoy se presenta en el Festival de Tango.
Por Karina Micheletto
Osvaldo Berlingieri tiene un estudio reciclado a nuevo en un departamento del barrio de Congreso, una esposa italiana que le mudó el estudio del sexto piso al noveno –para que esté más cerca de su casa, en el departamento de enfrente–, fotos junto a Anthony Hopkins, Liza Minnelli y Lady Di en una vitrina de ese estudio. Todos ellos, contará durante la entrevista, quisieron sacarse fotos con él, y no al revés. A lo largo de su vida, Osvaldo Berlingieri acumuló otras fotos, de lo más diversas. Entre las más conocidas está la que lo ubica como pianista de la orquesta de Aníbal Troilo por más de una década, marcando una etapa en aquella histórica formación. O junto a Ernesto Baffa, en tantas grabaciones con Roberto Goyeneche. O integrando otro trío que hizo historia, con Leopoldo Federico y Fernando Cabarcos. Hay otras fotos que ahora aparecen en la memoria: a los quince años, debutando en el cabaret Charleston de La Boca, pintándose bigotes con el rimmel de su tía para parecer mayor de edad. Integrando conjuntos de música tropical como Los Estudiantes, “para poder improvisar, algo que no podía hacer en el tango”. Al frente de Tango Argentino, la compañía que en los ’80 hizo explotar el tango en el mundo. Como director artístico de Nati Mistral o Libertad Lamarque.
A los 79 años, Osvaldo Berlingieri sigue en plena actividad, acompañado por “una cría joven” (Pablo Agri, Horacio Romo, Daniel Falasca) con la que, asegura, se lleva mucho mejor que con los músicos de su generación. Hoy a las 20.30 mostrará su tango actual en la Rural, dentro del Festival Buenos Aires Tango, con entrada gratuita. Será una de las pocas actuaciones de este pianista, compositor, director y arreglador en la Argentina en el último tiempo. En Europa y Japón, en cambio, Berlingieri sigue tocando con regularidad.
–¿Por qué últimamente se lo escucha más afuera que aquí?
–¿Sabe lo que pasa? No me llaman mucho. No sé por qué. A lo mejor porque estuve mucho tiempo tocando en un local nocturno, anquilosado.
–¿Y hay que creerle que no lo llaman?
–Claro, de ningún festival, nada. A lo mejor piensan que estoy muerto, que me fui de gira... (se ríe con ganas). Por eso estoy agradecido a este festival. Me encantó estar con Rubén Juárez en la inauguración, porque es muy amigo mío. Y con el cuarteto voy a hacer tangos tradicionales, otros medio modernos y otros tangos míos, como “Tiempo imaginado”. Ese lo hice en el Colón, cuando presentamos el Café de los Maestros que armó Gustavo Santaolalla.
–En aquel proyecto se reunieron los tangueros más importantes, algo que no siempre ocurre...
–¡Los tangueros nunca se pueden reunir, ni en un café! Siempre nos llevamos mal, desde que empecé a trabajar. Se arman muchas camarillas, muchos celos, envidias. Qué cría que somos...
–¿Y qué tendrá el género que provoca eso?
–¿Vio? Es muy raro, y no es así en todos los ambientes. Yo trabajé muchos años en orquestas de música tropical, y ahí me di cuenta de que la gente del jazz de Buenos Aires era muy unida. Yo, por suerte, siempre anduve trabajando por afuera. Con Tango Argentino estuve como ocho años viajando. Y con Nati Mistral me quedé a trabajar en México. Siempre me escapaba, cuando veía que las cosas no caminaban acá.
–¿Y ahora que pasó el tiempo, no hay acercamientos?
–¡No, peor! Yo ahora estoy cerca de una gente más joven que yo, y me siento muy feliz: Agri, Romo, Falasca, Christian Zárate... Con ellos me llevo muy bien, mucho mejor que con los de mi generación.
–¿Por qué?
–Estos muchachos tienen otros códigos, que no los tengo yo. Pero ellos saben los códigos míos, la forma de ser de los músicos de mi época. Y manejan los dos códigos, por eso me llevo fenómeno.
–Se supone que la gente que se formó en las grandes orquestas vivió cierta camaradería.
–Era otra época, estábamos muy juntos, pero en el fondo no éramos amigos íntimos. En cambio yo, con esta cría joven, soy amigo íntimo. Siempre hay alguno que llama para ver cómo estoy, todos los días, es tremendo.
–¿Y con Troilo?
–¡¡Ah, no!! Troilo fue lo más dulce que me pasó en mi vida. El Gordo era una cosa aparte, no era de este mundo. Lo adoraba. Fuimos muy amigos, hasta me hizo el casamiento. Pero nunca lo tuteé, jamás. Y él a mí tampoco. Fíjese que alguien se equivocaba tocando, y él no decía nada. Lo dejaba, y si a los dos o tres días se seguía equivocando, le preguntaba si tenía algún problema. Ese tipo fue lo máximo. Eso sí: sabía lo que quería y lo marcaba, no era ningún tonto. Con los arregladores tenía cada problema... Yo arreglé muy poco para su orquesta, porque quería ser más amigo que arreglador suyo. Uy, cuando agarraba la goma... Pero borraba la verdad; borraba lo que no servía. Yo debuté en su orquesta grabando en Odeón “Lo que vendrá”, de Astor Piazzolla. Agarró la goma y empezó: acá, acá... ¡No quedó nada! Pero lo que borró estaba bien borrado.
–Siempre se dice que usted marcó una etapa en su orquesta.
–Porque él me lo permitió. El me dio permiso. Pero ojo, el que marcó de verdad la cancha ahí, el dueño del estofado, se llamaba Orlando Goñi. Si me preguntan cuál fue el momento más feliz de mi carrera, le digo sin dudar, cuando me llamaron para ir a la orquesta del Gordo. Me fueron a buscar a Bolivia, donde yo andaba tocando música tropical con un señor que se llamaba Dante Leone.
–¿Recuerda el primer ensayo?
–Cómo no. Me dijeron que tenía que estar en Radio El Mundo a tal hora. Cuando fui, había un solo tipo, Alberto García, un bandoneonista. Ensayé solamente con él, y al otro día tenía que tocar con la orquesta. ¡Tuve que tomar pastillas para los nervios! Pero salió bien, y ahí conocí a este querido hombre. El me conocía de verme en el cabaret Marabú con la orquesta de Roberto Caló.
–¿Cómo definiría usted su aporte en esa orquesta?
–Habrá escuchado a muchos que dicen que yo puse jazz: no es verdad. Yo tengo otro sonido y otra manera de ver el tango, y solamente cuando hacía algún solo con la orquesta del Gordo, le pedía permiso y cambiaba algunas notitas. Tenía una manera de marcar que era diferente a todos, aunque con una cosa parecida a Orlando Goñi, la mano izquierda. Pero nunca puse jazz, puse lo que sentía en ese momento.
–¿Y por qué se fue?
–Yo estaba trabajando con (Ernesto) Baffa y Roberto Goyeneche. Teníamos mucho trabajo, y un día le llegué tarde a Troilo a un baile. Bah, llegamos tarde los tres, porque veníamos de nuestra actuación y nos perdimos con el auto. El Gordo no me dijo nada, jamás me hubiera dicho algo. Pero a mí me dio tanta vergüenza, que me reuní con Baffa y el Polaco y les dije: si seguimos, yo me abro de la orquesta. Porque se me van a juntar otra vez, y yo me muero si le vuelvo a hacer esto al Gordo. Teníamos mucho trabajo, porque había muerto Sosa y Goyeneche ocupaba ese lugar. Pichuco nos despidió con una comida y una medalla. Dónde estará ese hombre, que no era de este mundo...
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