Lunes, 2 de abril de 2007 | Hoy
MUSICA › DAVID LEBON Y PEDRO AZNAR EN ND ATENEO
Por Cristian Vitale
Sexta canción. David Lebón trata de ajustar el sonido de su armónica, que se oye muy bajo. Hace señas a su asistente. “Levantá el sonido... arriba, vamos”. Urge sintonizar con su compañero de toda la vida en ese torbellino intenso y viscoso que deviene de “Fotos de Tokio”. El problema, puntual y breve, se resuelve de inmediato, pero el detalle a destacar no es ése. Un giro en la voz de Pedro Aznar parece explicar lo que había ocurrido y, sobre todo, lo que habría de ocurrir en una de las cuatro presentaciones del dúo en el ND Ateneo: “huracanes del alma”. La frase, eyectada de su contexto natural, hila, representa y describe las pequeñas implosiones internas a las que llegaron las casi 4 mil personas –en total– que asistieron al reencuentro. Se equivocó quien creía que se trataba de un renacimiento ocasional y a medias del Seru Giran histórico: Pedro y David ofrecieron, apenas, dos canciones de ese acervo: “Noche de perros” –siempre aciaga, siempre hermosa– y la a esta altura superflua “Seminare”. El resto fue un salpicado retro pero bien disfrazado, que optó por versiones poco visitadas, canciones individuales y un acertado anclaje en el disco ¿maldito? de Seru Giran: el del regreso de 1992.
Formación atípica. Pedro y David resolvieron presentarse íntimos, solitarios, con la mera compañía de Andrés Beeuwsaert, tecladista de Aca Seca. Niño mimado de Aznar. Las dudas previas, acerca del inconveniente que podría surgir de la inexistencia de batería, por ejemplo, resultaron infundadas ante los hechos. Ambos siempre sentados –David a la derecha, Pedro a la izquierda– y un arsenal de bajos y guitarras alrededor, que se irían intercambiando, alcanzó para visualizar esos huracanes del alma. Aún con el telón bajo, nace con los primeros acordes de aquel viejo himno que Lebón instituyó en su primer disco: “Dos edificios dorados”. El vino gratis ofrecido por la organización –feliz por el cuádruple lleno y el agregado de dos fechas más para el sábado y domingo próximos– más la “potencia unplugged” del tema pusieron a la platea rápidamente en clímax. David y Pedro, como en Buzios, donde nació Seru, se encendieron tan rápido como el vino: “Si me das tu amor”, el muy beatle “Solo Dios sabe” –que Charly García compuso para Tango 4– y un tema mediocre que sólo el talento inaudito de Aznar puede transformar en digno para el oído (“Mundo agradable”), se desplegaron a lo largo del show.
Y la noche tuvo picos inesperados. Muy altos. Bajo electroacústico para Aznar, batería programada –buen disfraz–, y un manoteo histórico, cuando parecía que el disco debut de Lebón se limitaba a “Dos edificios dorados”: una tremenda versión de “Casas de arañas” y otra, con Lebón reencarnando en bluesman, de “Copado por el diablo”. Buen síntoma la inexistencia de encendedores prendidos flameando y, sobre todo, la de insufribles pedidores de temas. La brillantez del dúo, toque lo que toque, infunde respeto: silencio sepulcral, introspección obligada. Ocurre así para las dos canciones que Aznar manipula para su segmento –porque cada uno tuvo sus diez minutos de soledad–. “Amor de juventud”, tema incluido en el suyo y solamente suyo David y Goliat (1996) –del que extrae también “Ya no hay forma de pedir perdón”– o el íntimo y luminoso “Después de todo este tiempo”, de Cuerpo y alma (1998). De nostalgia bien entendida se habla –también– porque, en vez de un repertorio tribunero y repetido, Lebón y Aznar deciden visitar Seru Giran por la puerta de atrás. Durante los ensayos previos, el Ruso recordó un viejo tema de Edgar Winter que solían escuchar en el auto del malogrado Moro y la idea de Aznar fue traducirlo al castellano –“Por qué morir por vivir si vivo para morir”– e incluirlo como travesura. Impecable.
Momento cumbre. Las almas se ponen insaciables: estallan ante la lluvia de teclados, completa y duradera, que recibe “Nos veremos otra vez”, otra del Seru desfasado. “No estés sola en esta lluvia / no te entregues por favor / si debes ser fuerte en estos tiempos / para resistir la decepción”, coinciden las voces y, casi, no hay nada que agregar al andamiaje de emociones. “A cada hombre, a cada mujer” había sido el preliminar, y el postre de los bises poco pudo hacer con las almas agotadas. Con ganas de fumarse el cigarrillo del después. Temas que, en otro contexto, hubiesen pegado más arriba –“Mienten”, por caso– operaron como adición neutra a un repertorio consumado. Incluso “Seminare”, el remanido tema del final, estuvo bastante demás. No fueron noches de lados A, previsibles y remachados, sino de canciones que sobreviven en el subsuelo de la patria rockera: esa que hoy parece conquistada por el capricho de una radio, que persiste en llamar a esto “rock nacional”.
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