MUSICA › SEGUNDA NOCHE DEL QUILMES
El pop de Keane cerró una velada en la que brilló especialmente Babasónicos.
› Por Roque Casciero
La cuota de piel de gallina y lágrimas en los ojos del Quilmes Rock se cumplió el primer día, con ese certero ataque al corazón que significó la reunión de los ex Sumo tras casi veinte años de la muerte de Luca Prodan. Pero hubo y habrá más rock en el festival que se jacta, a través de la publicidad, de haber promovido el regreso de una música que no sólo nunca se fue, sino que además tiene en Buenos Aires a una de sus principales capitales mundiales. Esta vez el encuentro no tiene fechas temáticas (hay que llenar River y para eso nada mejor que distintos públicos confluyendo), pero sí una puesta sencillamente espectacular, con un escenario-nave espacial que supera a cualquiera que se haya visto antes en los festivales. Y sin peregrinajes de un tablado a otro: sólo hay un lugar donde enfocar la atención y cinco o seis artistas por noche para atraer a la multitud. Que no fue tan grande el viernes, ya que el Monumental sólo llegó a un tercio de su capacidad. Eso no fue impedimento para que quienes sí estuvieron allí hayan disfrutado de propuestas tan diferentes como las reminiscencias oscuras de los ’80 a cargo de Psychodelic Furs, la poderosa máquina de hits de Babasónicos, y el pop melodioso y muy radial de los ingleses Keane.
Cuando el sol recién había abandonado el interior del estadio, Estelares salió a escena con su set basado en las canciones con brillo pop rock de sus últimos dos álbumes, los notables Ardimos y Sistema Nervioso Central. La banda platense-juninense pasa por un muy buen momento, ya que después de remar durante años en el under su música le ha abierto puertas más grandes, incluidas las del Monumental. Más tarde fue el turno de Arbol, que tocó ante unas cinco mil personas. Por lo que se vio, el ahora cuarteto todavía está adaptándose al nuevo formato, tras la partida de uno de sus líderes y cantantes, Eduardo Schmidt. “Al principio estábamos cagados con esta fecha, pero ahora está todo bien”, dijo Romero, que, como siempre, arengó a la multitud una y mil veces. El final para los de Haedo fue con un cover coral de “La balsa”, que no estuvo a la altura de la versión ya conocida de “Ji ji ji”. ¿Será tiempo de intentar otros caminos? Por lo pronto, la banda adelantó un par de canciones (“El campo sin fin” y “No me ofendas”) y tocó “TCT”, la que compuso para la película Filmatrón (presentada en estos días en el Bafici), de sus amigos de Farsa Producciones.
Lo de Psychodelic Furs fue un viaje a la nostalgia, a veces con demasiados baches en el camino. La banda tuvo sus quince minutos en los ’80, con un sonido post-punk que parecía una versión más estilizada y pop de las oscuridades de Bauhaus, con quienes compartían la evidente influencia del Bowie más glam. Aunque los rostros de los músicos griten lo contrario, a la música del sexteto (con tres de los originales) no parecen haberle pasado los años, en especial si se toma en cuenta el revival de esa escena a cargo de bandas como Interpol. Algunos muchachos vestidos de negro dejaron que se les piantara el lagrimón cuando sonaron “Heartbreak Break” y “Pretty in Pink”, los dos hits del grupo. El problema es que la garganta de Richard Butler no es la misma: a pesar de sus esfuerzos, desafinó varias veces y en otras parecía estar graznando.
Si de algo careció la presentación de Babasónicos fue de nostalgia: la lista estuvo compuesta casi exclusivamente por temas de sus últimos dos álbumes, Infame y Anoche. Apenas hubo dos (“Deléctrico” y “Pendejo”) de Jessico, el álbum que los volvió populares, y el hit de Miami, “Desfachatados”. En tiempo presente, el sexteto suena compacto como nunca: antes, el propio grupo reconocía su poca propensión a ensayar; ahora, el maratón de shows no deja ver fisuras en la entrega. A esta altura, Babasónicos es un ejemplo de que el éxito no supone resignar integridad artística. A lo sumo, las melodías más directas hacen más rápido y masivo el delivery de las ideas “incorrectas” que conforman el universo de la banda.
El final de la segunda fecha del Quilmes Rock fue para que el pop rock de Keane –algo aburridón, por cierto– enardeciera a las adolescentes que los descubrieron en las radios de fórmula y corrieron a formar clubes de fans. El éxito del trío británico radica en lo que genera el pianista Tim Rice-Oxley, compositor de las canciones y casi único sostén melódico (usan bajos grabados también por él) para que el cantante Tom Chaplin suelte su voz, que seguramente le permitiría ganar algún concurso televisivo tipo Pop Idol. Chaplin hace todo lo posible para levantar a la multitud, a veces balanceándose peligrosamente en los límites de la demagogia (le dedicó “Try again” a Maradona), pero claramente no es el frontman con más onda del mundo. De todos modos, la dinámica funciona para Keane, que lleva vendidos más de siete millones de copias de sus dos álbumes, y que a cada rato cuela en las FM del mundo hits como “Is It Any Wonder”, “Somewhere Only We Know” y “Crystal Ball”. Las chicas, agradecidas.
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