MUSICA › EMOTIVA PRESENTACION DE PABLO MILANES EN EL ND ATENEO
El músico cubano cantó sus clásicos, pero en versiones renovadas y embellecidas. Y aprovechó para mostrar canciones más nuevas, apoyado por una banda sólida y rica en matices.
› Por Cristian Vitale
La introducción de “Años” suena irreconocible. No es la que Pablo Milanés grabó por primera vez en 1975, tampoco la que hizo –por tomar otra– en 1983 y eternizó en el disco en vivo en Argentina. Menos aún, porta la bizarría del giro que le dieron Luca Prodan y Andrés Calamaro para transformarla en postulado antitecno. Es otra cosa. El público, que colmó el ND Ateneo la primera de sus tres presentaciones –la última es hoy, pero el 30 cantará en el Gran Rex–, tarda en reaccionar. Recién cuando entra la voz de Pablo, tierna, clara y riquísima en matices, casi mil personas la redescubren. Y se emocionan, y lloran. Recuerdan. La canción suena hermosa, sagrada en su paganismo. Primer cenit de la noche. Segundo: arranca “Yolanda” y el desconcierto es el mismo. Otra vez es la primera estrofa la que revela el enigma y da cuenta del clásico. Los corazones bombean demasiada sangre y cantan con –o sin– Pablo, que a veces hace a un lado el micrófono, corre el atril y escucha el coro anárquico de sus seguidores. Ambas, distintas en esencia, muestran una misma cosa: Milanés nunca se repite. Milanés siempre se reinventa, hasta en lo que ya hizo.
Ese es el futuro que se les puede imaginar a las canciones recientes –algunas inéditas– que uno de los fundadores de la Nueva Trova Cubana mostró la noche del jueves. Muchas canciones. Entre ellas, la armoniosa “Días de gloria”, “En saco roto”, dominada por una percusión suave y un sinte como guitarra –propia del universo inclusivo de Milanes–, o la reminiscente “Bayamo con su saco”, que lleva al cantautor hasta su infancia y lo exonera de sus taras. “Cada pueblo tiene su mendigo, su loco –la explica–; el del nuestro se llamaba Bayamo –igual que su pueblo natal– y mi mamá siempre me decía: ‘Pablito, si te sigues portando mal llamo a Bayamo para que te lleve en su saco’. Las madres, sin querer, siempre llenan a uno de miedos.” Pero la más sintomática, fuerte y, tal vez jugada –entre las nuevas, claro–, se llama “Exodo”. Milanés la dedica a sus amigos compatriotas que se fueron de Cuba por “una u otra razón”. Los menciona uno por uno, pide verlos, los extraña y se pregunta dónde están. “Esta canción pretende ser un puente de amor”, dispara. Todas ellas, más la aún inédita “Diario de Mauricio” –compuesta para el film de nombre homónimo–, conforman la parte que faltaba para ratificar una verdad: Milanés no vive del pasado.
Y tampoco su banda. Es una ventaja ser cubano y tocar con músicos cubanos. Las canciones perfectas suenan más perfectas, las lindas suenan más lindas, y las mediocres, zafan. Básicamente, porque la música, en Cuba, vive en las calles... forma parte del paisaje urbano, cotidiano. Está naturalizada con sus parajes y rincones. Pero también, porque se la toman en serio. La estudian, la perfeccionan, la llenan de colores. Miguel Núñez –piano–, Germán Velazco –saxo y flauta–, Dagoberto González –violín–, Luis Sánchez –bajo–, Osmanis Sánchez –batería– y Eugenio Arangó –percusión cubana– suman un todo sin estrellatos. Carecen de ego –o al menos lo simulan–. Le dan a la canción lo que necesita –nunca, más– y trabajan en función de quien las creó. A veces, el clarinete suena maravilloso (“Diario de Mauricio”), otras el saxo ocupa el centro y pega en el alma (“El largo camino de Santiago”) o el violín mágico de Dagoberto le da a “El breve espacio” la solemnidad que merece, pero siempre en función del todo: el sexteto es un reloj que no adelanta ni atrasa. Calibra con la calma y la introspección de las canciones más profundas; sostiene un swing intimista, ejecuta el son con absoluta naturalidad e improvisa el jazz, como si esos negros fueran seres paridos en las entrañas de Nueva York.
Perla negra: reinventarse siempre implica arriesgar. En general, los arreglos –a veces orquestales– que Milanés propone para sus temas históricos los embellece. Los nombrados, más la hermosa versión de “Si ella me faltara”, son pruebas lapidarias. Pero la visita de “Yo no te pido”, un tanto superficial, jazzera pero previsible, corrobora que él también es humano. Sonaba más bonita cuando la engendró, hace casi 40 años.
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