MUSICA › JORGE DREXLER, ANTES DE SUS SHOWS EN BUENOS AIRES
El autor uruguayo viene de un revuelo mediático considerable, pero su estadía en Cabo Polonio y su estado de viaje casi permanente le sirven para mantener una visión sensata de su carrera. Al punto de que tiene la estatuilla del Oscar que ganó por “El otro lado del río” en un cajón, envuelta en una toalla.
› Por Karina Micheletto
Jorge Drexler tiene una preocupación extramusical por estos días: los aviones, los aeropuertos, los radares que no funcionan. “Tener abierto un aeropuerto donde no hay radares es como tener abierto un hospital donde no hay médicos”, reflexiona, con lógica, el hombre que alguna vez fue médico otorrinolaringólogo. Ocurre que últimamente los aviones tienen mucho que ver con su vida, y también con el disco que vino a presentar, Doce segundos de oscuridad. Así que, frente a las últimas noticias de la aeronovegación argentina, Drexler pide averiguaciones en Buquebús para su próximo viaje. La cronista piensa que mejor no insinuar que más que una emergencia se trata de un estado de las cosas: mejor no hablar sobre el documental Fuerza Aérea Sociedad Anónima, por ejemplo. Así que conviene pasar a un chequeo de rigor sobre los datos básicos de los conciertos que el cantautor dará hoy y mañana en el Gran Rex (para el show de hoy ya están las entradas agotadas) y el próximo lunes 30 en el Coliseo. “Nunca estuve tan contento con un show, nunca ensayé tanto ni desplegué tanta logística”, adelanta, ganchero.
Pero la charla avanza, indefectiblemente, sobre los aviones. “Me encanta volar, es lo que más hice este año”, cuenta el uruguayo. “Me siento muy bien en esos espacios de ausencia total de compromiso que son los aviones. Uno está ahí, en la nada, como dice la canción de Gilberto Gil, solamente siendo. No tenés que hacer nada, no podés hacer nada aunque quieras. Eso es muy bueno. Yo no duermo en los aviones de la alegría que me da estar ahí sin hacer nada. En esa cápsula no podés contactarte con el exterior aunque quieras, y para una persona que tiene los afectos distribuidos por varios continentes es un alivio no tener la responsabilidad de tener que contactar a alguien por un momento. Es un poco lo que pasó en Cabo Polonio cuando fui a escribir y salió este disco: la ausencia de aferentes, de telecomunicaciones, te obliga a mirar para adentro.”
–De hecho, el disco tiene mucho que ver con los aviones y el estado en tránsito, según lo explicita en la gráfica.
–Está especificado en la gráfica porque quería que se notara, que quedara claro que fue un disco hecho en movimiento. Hay un paralelismo entre el movimiento geográfico y el movimiento interior, están los dos y uno es un símbolo del otro. Si estás moviéndote físicamente todo el tiempo, también lo hacés anímicamente, aunque sólo sea por el jet lag.
–¿Pero concretamente los aviones le sirven para crear, además de mirarse hacia adentro?
–La creación es mirarse hacia adentro, es un pleonasmo. En general, este disco fue hecho huyendo de la cobertura celular. La cobertura celular cubre el yo profundo: por eso se llama cobertura, porque te tapa. La telefonía es una herramienta afectiva muy linda, cuando tenés gente en todos lados y estás moviéndote todo el tiempo, pero como toda herramienta puede hacerte bien o no. A su vez, es muy lindo para ver el proceso creativo, porque uno no se da cuenta en cuánto depende de mirar para adentro. Al menos es así para mí, en este momento para mí. Yo nunca fui un cronista, no soy de esos que dicen que hacer canciones es algo parecido al periodismo, que se trata de ver la realidad y describirla. En todo caso, si miraba para afuera era siempre a través de mirar para adentro. Nunca escribí nada desde afuera, siempre que quise hablar de algo lo hice desde la primera persona.
–Pero convengamos que este disco está hecho todavía más desde adentro.
–Sí. Este es un disco totalmente centrífugo, y por eso quizá necesitaba más aislarme del entorno. Y en Cabo Polonio no hay cobertura celular, electricidad, ni Internet, llega un momento en que se van apagando todas las aferencias. Como seres vivos que somos, todos los procesos que hacemos tienen latencia, tenemos un período refractario antes de cada cosa, después de cada actividad humana hay un espacio hasta que te acostumbrás a la nueva situación. Por eso llegué y los primeros dos o tres días estuve desesperado, porque venía con la inercia mental, con otro ritmo, hasta que empecé como a bajar las revoluciones, primero me enojé con las diferencias materiales de ese mundo y luego, cuando me adapté, de golpe se hizo el silencio. Fue muy lindo escribir ahí.
–¿Qué pasa en el vivo con un disco más centrífugo, según su definición?
–Es muy curioso, porque el vivo es la experiencia centrípeta por antonomasia. A mí me cuesta mucho usar los auriculares de retorno, por ejemplo, una herramienta de introspección buenísima. Hay muchas maneras de cantar en vivo: ves a Thom Yorke (cantante de Radiohead) y el tipo está con los ojos cerrados, metido para dentro, recibiendo y largando. Hay otra gente que admiro que está como una esponja: algunos momentos de los shows de Caetano, donde el tipo tiene una capacidad de mirar e incluir tremenda; o Fernando Cabrera, que está casi siempre mirando hacia adentro y de repente abre los ojos y marca una conexión visual muy fuerte con la audiencia. Yo hace mucho tiempo, en Madrid, cuando empecé a cantar en vivo, empecé a darme cuenta de que cantaba donde ponía los ojos, que más importante que cómo estaba cantando era cómo estaba mirando.
–¿Entonces?
–Entonces, esta vez en vivo no puedo tocar todo el disco, no toco más del 70 por ciento. Es un disco demasiado denso. Además, ya van ocho discos y vas acumulando canciones, tener que dejar afuera ya te da más pena. Pero esa es una verdad a medias, porque a Eco lo tocaba entero en vivo. Y es que era más afín con ese espíritu de celebración que tiene la comunión con la gente en el vivo. Pero este disco me ha traído algo impagable en los shows, que es una especie de melancolía compartible y expansiva. Muy raro, porque la melancolía suele ser no compartible y retráctil. En directo no tengo una obligación de fidelidad absoluta con el disco, las canciones están planteadas de forma muy diferente. Pero la melancolía que trajo el derecho a moverme un poco más a la sombra dentro de un show contrapesa las canciones más alegres de una manera que las redimensiona.
–Y además es un sentimiento muy contagioso.
–Exactamente, muy empático. Y en el mundo de la canción en español la melancolía es tocada muy de costado, salvo en el Río de la Plata, con el tango. La tendencia general es a la alegría, como una especie de enfermedad eufórica compulsiva y automática.
–La melancolía se la dejamos a los británicos.
–Sí, pero es un sentimiento demasiado poderoso como para dejárselo a alguien. Igual, ellos a veces cometen el error de plantear un mundo hermético. A mí me encanta Radiohead, pero me agota y me agobia, porque es monocromático. Tiene un grado de belleza tan grande que la belleza se sobrepone, salís adelante, pero es de una monotonía anímica que lo vuelve parcial. La vida a veces es muy complicada y a veces es hermosísima y simple. Pensar que sólo se pueden hacer canciones tristes es tan limitador como pensar que sólo se pueden cantar canciones alegres. Yo estaba un poco cansado del encasillamiento, de que sólo se me asociara con una celebración de la vida. No quiero caer en el automatismo de ser “el cantante al amor realizado”.
–¿Le parece que es así?
–Bueno, no... ¡pero yo soy muy paranoico! Es que a veces te asusta un poco todo lo que se genera alrededor. También un disco cumple una función, yo sentí que tenía que escribir eso en ese momento que era muy poco apropiado para el entusiasmo mediático que me rodeaba... pero tengo un equipo de trabajo muy respetuoso y por lo visto valiente, porque les aparecí con ese disco, ese título, sin foto de portada. Mi discográfica es la que hizo el salmón, o sea que están curados de espanto, todos me dijeron “adelante”. Al final el disco empezó a ganar premios, yo no me lo puedo explicar sino como algo acumulativo.
–¿Qué cambió objetivamente en su carrera tras la explosión del último tiempo? ¿Cuándo cae en la cuenta de que ganó un Oscar, por ejemplo?
–Cada vez que abro el cajón donde tengo envuelto el Oscar en una toalla, lo miro y digo: esto es una locura. Y lo envuelvo de nuevo.
–¿De verdad tiene el Oscar envuelto en una toalla?
–¡Lo que pasa es que me he mudado mucho! Ahora le voy a hacer un altarcito, le voy poner la placa que me mandaron hace tres años y todavía no agregué. La placa está envuelta en una toalla más chiquita... (risas) Todo está envuelto en la casa, todo está lleno de cajas. No me he terminado de establecer, y me daría vergüenza tener todo desordenado y esa cosa ahí, puesta. Cuando vuelva a casa, voy a hacer algo con el Oscar envuelto en una toalla.
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