Sáb 28.04.2007
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MUSICA › A LOS 80 AÑOS, MURIO MSTISLAV ROSTROPOVICH

“Mitia”, el hombre que le dio una nueva dimensión al cello

Fue “el” cellista del siglo XX. Con una vida signada por los vaivenes políticos, su nombre quedó entre los grandes.

Quienes lo escucharon acompañando a su mujer, la gran cantante Galina Vishnevtskaia, aseguran que fue un gran pianista. Como conductor de la Orquesta Nacional de Francia y de la Sinfónica de Washington demostró que pertenecía a la raza de los directores. Pero Mstislav Rostropovich, a quienes sus amigos –Martha Argerich, Sviatoslav Richter, David Oistrach– llamaban “Mitia”, fue, sin duda, el cellista del siglo XX. Sergei Prokofiev, Dmitri Shostakovich y Benjamín Britten escribieron especialmente para él. Y él, que estrenó las obras solistas para su instrumento más importantes del siglo, fue también capaz de encargarle una composición a Astor Piazzolla: el Grand Tango, para violoncello y piano.

Mstislav Rostropovich murió ayer. Después de varias internaciones, el 12 fue ingresado en el Centro Oncológico de Moscú, para una intervención quirúrgica de urgencia. El pasado 27 de marzo había cumplido 80 años. Había nacido en Baku, capital de la actual república de Azerbaiján, diez años después de la Revolución, y el comienzo de su carrera musical coincidió con el fin de la Segunda Guerra. Su madre pianista y su padre cellista le dieron sus primeras lecciones: a los 16 años había ingresado en el Conservatorio de Moscú, donde estudió composición con Shostakovich y Prokofiev. Y en 1945 ganó, como cellista, la Medalla de Oro en la primera edición de la Competencia Soviética para músicos jóvenes. Como otros artistas rusos de su época tuvo una relación contradictoria con las autoridades. Por un lado, fue para ellas un símbolo de la excelencia y del nivel cultural alcanzado por la Unión Soviética. Por otro, fue perseguido, entre otras cosas, por su defensa de otros perseguidos, como el escritor Alexander Solzhenitsin. Tuvo que exiliarse en 1974 y marchó junto a su esposa a Estados Unidos, donde fue nombrado en 1977 director de la Orquesta Sinfónica de Washington, cargo que ocupó hasta 1994. En ese período, en 1978, las autoridades soviéticas llegaron a retirarle la nacionalidad rusa, aunque se la devolvieron en 1990, dos años después de regresar a su patria. Era la época de la caída del sistema comunista y en 1989 celebró la caída del Muro de Berlín con un concierto improvisado junto a los restos del muro. Ya reconciliado con las nuevas autoridades rusas, el mes pasado fue homenajeado en el Kremlin con motivo de su 80 cumpleaños en presencia del presidente ruso, Vladimir Putin, y de más de 500 invitados.

A lo largo de su carrera obtuvo el Premio Stalin (1951 y 1953), el Lenin, máximo galardón soviético (1964), y el Premio al Artista del Pueblo de la URSS en 1966. En 1995 recibió el Polar Music Prize, concedido por la Real Academia de Suecia de Música. En 2004 le fue concedido el Premio de la Fundación Wolf de las Artes de Jerusalén. Fue premio Príncipe de Asturias de la Concordia de 1997, compartido con el violinista británico Yehudi Menuhin, por su activismo político, que completaba con su actividad solidaria. Había creado con su mujer una fundación a favor de los niños y era representante del programa de la ONU para la lucha contra el sida. Actuó varias veces en Buenos Aires como solista y como director. En 1999 había conducido musicalmente en el Colón su genial ópera Lady Macbeth del Distrito de Msensk, con puesta en escena de Sergio Renán. Entre las obras que le fueron dedicadas se encuentran la Sinfonía para cello, la Sonata para cello y piano y las tres Suites para cello solo, de Britten. Y también compusieron para él Aram Khachaturian, Pierre Boulez, Luciano Berio, Olivier Messiaen, Alfred Schnittke, Leonard Bernstein, Henri Dutilleux y Witold Lutoslawski.

Rostropovich, como buen músico del siglo XX, fue un artista del disco. Su dilatada actividad queda documentada en grabaciones de gran nivel, entre las que debe contarse la de la Sinfonía Concertante de Prokofiev y los Conciertos de Haydn, con dirección de Britten, sus ejemplares lecturas de las Suites de Bach, la memorable versión del Triple Concierto de Beethoven, con Oistrach, Richter y la dirección de von Karajan, las obras para cello y piano de Chopin junto a Argerich y los registros de conciertos de Dutillieux y de Lutoslawski. Como director, dejó inolvidables interpretaciones de las sinfonías de Prokofiev y de una obra controvertida, la ópera La vida de un idiota, de Schnittke.

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