Jueves, 24 de mayo de 2007 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA A PAJARITO ZAGURI, PIONERO DEL ROCK NACIONAL
Más de cuarenta años después de “Rebelde”, aquel grito iniciático del movimiento, el ex Beatniks sigue militando en el blues y el rock and roll. “Antes estábamos caprichosamente en contra de todo”, dice Pajarito, que hoy presenta su nuevo CD, El mago de los vagos.
Por Cristian Vitale
Cuando Pajarito Zaguri –con otros– fundó el rock argentino, la rebelión alcanzó ribetes grotescos. Cinematográficos y anticristianos. En el verano del ‘66, cuando toda La Cueva se trasladó a Villa Gesell y Los Beatniks pergeñaron “Rebelde” –simple iniciático–, el aspirante a músico salía con una chica de la zona y no tuvo mejor idea que capturarle el auto al eventual suegro: un Citroën. “Aprovechamos que el tipo estaba durmiendo la siesta y salimos a recorrer la villa –evoca–. El drama fue que se despertó y, al no ver el auto, hizo la denuncia.” Los agentes del orden, entonces, salieron a perseguir a la pareja y, en plena fuga, Pajarito se estrelló contra la puerta de una iglesia de la Avenida 3. “A la mierda con Jesucristo... ¡Eramos Bonnie and Clyde! Me bajé medio estúpido del auto y me tomé un Antón a Mar del Plata. Durante un año viví como un prófugo”, recuerda. Manejar no era para él. Al año, se estrelló otra vez sobre Libertador, frente al Zoológico, y abandonó sus inquietudes automovilísticas. “Dije no, basta. Me das una calesita y la choco”, se ríe.
Zaguri jamás aprendió a manejar pero sí, de a poco y con mucho esfuerzo, a tocar la guitarra. Cuando acompañaba a Moris en Los Beatniks, su rol era más bien decorativo. Difusor y pujante. Ideológico. Fue el que puso la primera piedra en Villa Gesell, topografía originaria del rock argentino. Fue así: Mario Kaiser, uno de sus profesores de guitarra –el otro fue ¡Argentino Luna!–, fantaseaba con ponerse un boliche en la playa y pidió la concesión del terreno. “Se la dieron, pero jamás pusimos un palo para empezar la obra hasta que otro amigo levantó un balneario y nos pasamos todo el verano del ’65 ahí, haciendo nada. Estábamos nosotros, Carlos Gesell y los médanos (risas).” Cuando Zaguri volvió, pasó el dato en La Cueva y al verano siguiente estaban todos ahí. Javier Martínez, Moris, Rocky Rodríguez, Alejandro Medina, Alberto Abuelo. Eran las primeras horas del movimiento. La época del Juan Sebastian Bar. De “Rebelde” y “No finjas más”, que precederían a “La balsa”. “La gente estaba en otra, recién salía del Club del Clan y no alcanzó a entender nuestro mensaje. No sólo queríamos tocar sino demostrar que había valores, que teníamos cosas para decir y dar. Estábamos caprichosamente en contra de todo lo que pasaba, de todo. Incluso, con Javier Martínez le habíamos puesto Versus a un proyecto que nunca prosperó.”
–¿Nunca pensaron en rearmar Los Beatniks?
–Un día sí, otro día no. Siempre es así.
Lo que sí pudo Pajarito fue ser un Manal. Después de mucho tiempo, logró reagrupar a Javier Martínez, Claudio Gabis y Alejandro Medina –con Moris en teclados– para grabar tres temas que forman parte de su más reciente disco: El mago de los vagos, que presenta hoy en La Forja, Bacacay 2414. “Tuve que hacer grabar a Gabis en una pista libre, aparte, porque no se lleva bien con sus compañeros, pero logré el sueño de toda mi vida: ser un Manal”, afirma. El resto de las canciones es un salpicado de rhythm & blues, blues y rock and roll, veta estética en la que el mítico bohemio jamás dejó de militar. “Hoy para ser un vago tenés que ser mago, ésa es la verdad –dice–. Yo toda la vida fui un bohemio. Un johnleninista, anarquista y pacifista, que ama irse a dormir sin tener que levantarse a tal hora. El hombre civiliza y corrompe: vamos a terminar todos con máscaras de oxígeno y yo quiero evitarlo.” Así vive hoy Zaguri. Poco le importa que sus anteriores discos (El rey criollo y En el 2000 también) hayan pasado inadvertidos, o que apenas le queden monedas cuando zapa, noche adentro, en el Samovar, el Blues Special o en bares perdidos del oeste. “La bohemia tiene una adrenalina enorme para mí”, insiste.
Pajarito es viudo. Tiene una hija de 23 años que vive en Traslasierra –le alquila la casa a la mujer de Alejandro Sokol–, una hermana diez años mayor y una perra. Alterna techo entre su casa a 15 cuadras de la estación de Merlo y un depto en Corrientes y Talcahuano, y le está produciendo el disco solista a Nicolás, el hijo de Leonardo Favio. “Mi familia siempre me contuvo, ¿sabés? Yo no era el vago de la guitarra sino el músico que alguna vez iba a dar la nota. Creyeron en mí y en mi guitarrita”, dice, pero nunca le fue definitivamente bien. Después de Los Beatniks, mientras Moris iniciaba su carrera solista –que iba a despertar con el antológico 30’ de vida–, Pajarito estuvo seis meses preso por una travesura de juventud. “Cuando salí, fui a dar una prueba con Tanguito a CBS –evoca–. Tocamos tres temas cada uno, y yo quedé pero él no. Me agarré una bronca terrible... él me decía ‘no pasa nada Pájaro’, pero para mí esos tipos eran unos sordos.” El guitarrista desaprovechó el contrato por recorrer el país a dedo con un tal Krishnamurti (¿?), y cuando regresó encontró que sus temas habían sido grabados por la orquesta de Oscar Ruiz. “Respeto a los sesionistas, pero mí música tenía que ser tocada por mi banda. Entonces, fui a La Cueva, rescaté varios músicos y armé La Barra de Chocolate. Fuimos la revelación del año ‘70...”
–¿Cuándo vio a Tanguito por última vez?
–En el velorio. (Risas.)
–En vida...
–Unos días antes de morir. Andábamos con Alberto Abuelo, los tres. En esos días era frecuente que lo llevaran preso o al Borda. Era común verlo delirar, sin coordinar. Dormía en casa un rato, después yo lo acompañaba a Caseros y así. Ya no sabía lo que hacía, ni siquiera se acordaba dónde vivían sus amigos. Alberto lo encontraba y me lo traía a casa, destruido, hasta que se escapó del Borda, se metió en el tren y terminó bajo las vías. Es todo lo que sé.
–¿Qué pasó después de La Barra de Chocolate?
–Estuve en el primer disco de La Pesada y después armé Piel de Pueblo y La Cría Rockal, que eran grupos muy buenos pero no famosos. Yo nunca toqué con músicos malos... el único malo era yo (risas). Fijate que de uno de mis grupos –La murga del rock and roll– salieron varios músicos de Memphis y Dulces 16. Emilio Villanueva y el ruso Beiserman venían a casa a escuchar discos de Johnny Winter y BB King. Yo era un viejo rebelde, cuando ellos no habían salido del cascarón.
–¿Fue su mejor época?
–No digo que fue mi mejor época en cuanto a éxito, pero estuve donde tenía que estar. Memphis creció, y Dulces 16, para mí, fue la banda de rock and roll más genuina, junto a Pescado Rabioso, que existió en el país.
–¿Por qué no tuvo más suerte en su carrera?
–No sé. Hay gente que dice que soy peligroso, pero al lado de Charly García soy el Pato Donald (risas). Aunque si hubiese tenido laburo como él, estaría en el Borda, de una.
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