MUSICA › A LOS 66 AÑOS, MURIO AYER CACHO TIRAO
Integrante del quinteto de Astor Piazzolla, tocó con Paco de Lucía y Josephine Baker, entre otros. Su obra transitó entre el folklore, el tango y el jazz, con igual destreza.
› Por Karina Micheletto
Guitarrista virtuoso, compañero musical de gente como Astor Piazzolla, Paco de Lucía o Josephine Baker, figura pública de la década del ’70, con programa televisivo propio, Cacho Tirao supo trascender el lugar de sesionista y arreglador, construyendo una carrera solista con su instrumento. El siglo XXI había abierto para el músico una nueva etapa, una suerte de regreso tan bienvenido como inesperado, según admitía. Ayer por la mañana el guitarrista falleció, a los 66 años, a causa de una infección pulmonar. Estaba cumpliendo lo que consideraba “la yapa” de su carrera: había retomado su actividad después de superar una hemiplejia, contra todos los pronósticos médicos que aseguraban que no iba a volver a tocar la guitarra.
El sábado pasado, Tirao sufrió una descompensación, y en una primera consulta en la clínica Favoloro asociaron sus dolencias “con una simple descompostura gástrica”, según contó su hija Alejandra. Pero al regresar a su casa siguió sintiéndose mal y fue internado en el Hospital Argerich, donde falleció. Su muerte fue sorpresiva, en plena actividad del músico. Estaba dando conciertos con asiduidad (el domingo pasado tenía programado uno en la localidad de Las Heras), tres meses atrás había editado un nuevo CD, Renacer, en el que participaba su hija, que es cantante, y planeaba presentarlo en vivo próximamente. Era un regreso que a Tirao le había costado mucho esfuerzo: le llevó cinco años recuperarse de las secuelas del accidente cerebrovascular sufrido en diciembre de 2000, mientras daba un recital en Adrogué, en pleno escenario.
Contaba que en su recuperación había sido importante la cachetarra, un diapasón de guitarra, sin la caja, que le alcanzaron sus amigos músicos para ablandar su mano izquierda. No era el peor golpe que había sufrido: en 1986 murió uno de sus hijos, a causa de un disparo accidental efectuado por su hija Alejandra. Desde entonces, el guitarrista encontró consuelo en la Iglesia Evangélica. Por eso había titulado un gato con una frase de la Biblia: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. “Ultimamente repetí esa frase todos los días de mi vida, porque Cristo me fortaleció y me sigue fortaleciendo”, explicaba. “Por todo lo que pasó me siento un poco como Job. No del todo, porque él perdió mucho más que yo, pero un poquito así. Dios me dio otras cosas: tocar la guitarra, escribir y componer, que es lo que yo amo en la vida, aparte de mi mujer y mis hijos.”
En 2005 había presentado otro disco, La guitarra argentina, con la participación de figuras como el bandoneonista Julio Pane, el violinista Mauricio Marcelli, el guitarrista Juan Falú y el percusionista fallecido Domingo Cura. Se trataba de un registro anterior a su enfermedad, que había quedado inédito y que el músico presentó con un septeto integrado por músicos muy jóvenes, porque, explicaba con una sonrisa, para viejo estaba él. Entonces detallaba a Página/12 lo que significaba esta nueva etapa y los proyectos que abría: “Este año le dije a mi mujer: ‘No voy a tocar más la guitarra’ –contaba–. Yo ya grabé discos, ya recorrí todo el mundo –porque los últimos veinte años fuimos con mi esposa a todos lados–, ya está. Gracias a la música pudimos conocer toda Europa, América, Egipto, Israel... Pero nos falta conocer Japón y China. Y ahora, con este disco, tengo la esperanza de poder hacer ese viaje a Oriente que nos queda pendiente”.
Durante los ’70, tras separarse del quinteto de Piazzolla –con el que estuvo entre el ’68 y el ’71–, Cacho Tirao se transformó en un solista virtuoso capaz de emprender con la misma destreza zambas, tangos, jazz, bossa nova o música judía, y con una popularidad multiplicada en su programa de TV Recitales espectaculares, que tenía los más altos niveles de audiencia (el long play del ciclo ganó un Disco de Oro, que en la época significaba más de un millón de unidades vendidas). El de “virtuoso” era un adjetivo que el guitarrista consideraba justo, pero no suficiente: “Al principio, una de las cosas que la crítica me decía era que yo era muy frío tocando. Tenían razón”, aseguraba. “Me pasaba las horas practicando la misma escala. Mecanizaba de tal manera que el corazón quedaba al margen. Hasta que entendí. Aprendí a darle más importancia a la expresividad. Porque la buena música es la que sale del corazón.”
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