Lunes, 25 de junio de 2007 | Hoy
MUSICA › “SAMSON ET DALILA”, EN EL TEATRO COLISEO
En el marco de la temporada del Teatro Colón, la ópera de Saint-Säens no sufre la falta de escenificación y hasta podría pensarse que este “déficit” fortalece sus posibilidades teatrales. Un José Cura impecable definió un campo de significados de alto efecto dramático.
Por Diego Fischerman
Samson et Dalila es una obra contradictoria. Estrenada en privado en 1874 por la cantante y compositora Pauline Viardot García y, tres años después, en Weimar, en alemán y con el patrocinio de Liszt, es una composición que en muchos aspectos está situada fuera del tiempo. Su lenguaje musical, firmemente anclado en el romanticismo tardío de cuño germánico, tiene, sin embargo, pasajes melódicos que anticipan a Debussy –o por lo menos a Fauré– y abundantes motivos donde el exotismo funciona como coartada para el uso de modos melódicos y combinaciones tímbricas alejados del molde prusiano. Por otra parte, las fugas y la florida escritura contrapuntística señalan una suerte de marco arcaico. Pero, también, la elección de un tema bíblico –por más que el énfasis esté puesto en el conflicto del protagonista frente a la pasión erótica– es una marca del pasado. La que terminó siendo la única ópera de Camille Saint-Säens que perduró en el repertorio es una suerte de obra barroca –y en particular del barroco francés– atravesada por los lenguajes de mediados del siglo XIX.
La primera idea de su autor fue escribir un oratorio y, de alguna manera, el cuerpo del oratorio subsiste detrás del envoltorio operístico. En ese sentido, la elección de esta ópera para una temporada atípica –y difícil– como la que el Colón está llevando adelante fuera de su sala, a causa de las reformas que allí tienen lugar, resulta sumamente inteligente. Samson et Dalila no sufre demasido sin escenificación e incluso podría pensarse que este hecho fortalece sus posibilidades teatrales. Es decir, sin el atractivo de los aspectos más ligados al gran espectáculo –vestuarios fastuosos, escenografías ciclópeas– emergen los contenidos más íntimos: el odio y el afán de venganza de Dalila por un lado, el drama de Sansón entre el deber hacia su Dios y su pueblo y el ardor que lo consume por el otro. En todo caso, esa posibilidad de que el teatro aflore, en sus aspectos más esenciales, depende también de quiénes son los intérpretes. Y en la formidable función de estreno de esta versión de concierto programada por el Colón, un José Cura impactante en lo vocal y, además, profundamente convencido en lo actoral, ya en el comienzo, en su manera de hablarle al coro, definió un campo de significados de alto efecto dramático. Los artificios teatrales estuvieron reducidos al máximo. La definición de dos lugares diferenciados, entre el coro y delante de ellos, la posibilidad de que el coro estuviera sentado o de pie y algunos mínimos cambios de luces contribuyeron a crear los climas deseados.
José Cura, de voz poderosa pero también sutil, se deleitó con los pianísimos, con adelgazar la voz e incluso con el gemido. Su personaje tuvo, literalmente, cuerpo y su voz fue parte de ese cuerpo. Cecilia Díaz, fantástica en los graves, precisa en los abundantes saltos de registro y con un fraseo sumamente expresivo, estuvo a la altura del desafío –al fin y al cabo, en un comienzo Saint-Säens había pensado llamar a esta obra Dalila–. Junto a ellos, Gaeta cumplió con corrección las exigencias vocales de su papel de sumo sacerdote, Esquivel y Cazes convencieron como el viejo hebreo y Abimeleck y el trío conformado por Chalabe, Schwarz y Renaud, en el papel de un mensajero y dos filisteos, tampoco desentonó con el buen nivel general. En el logro de un espectáculo de la calidad del que se consiguió fue protagonista, por otra parte, el notable rendimiento del Coro Estable, excelentemente preparado por Salvatore Caputo, y de la Orquesta Estable, firme en todas sus filas, más allá de algún desajuste en el comienzo de la primera fuga y de algún desfasaje de la percusión, e impecable en el fraseo de las cuerdas y en la flexibilidad en el acompañamiento de los cantantes. Fischer, un director de muy buena técnica, concilió la firmeza de su batuta y la precisión rítmica con un sentido del arco melódico, de los matices y de los planos que construyó una versión de vuelo notable.
9-SAMSON ET DALILA
Opera de Camille Saint-Säens, con libreto de Ferdinand Lemaire
(Versión de concierto).
Dirección musical: Rodolfo Fischer.
Director de coro: Salvatore Caputo.
Orquesta Estable del Teatro Colón.
Coro Estable del Teatro Colón.
Reparto: José Cura, Cecilia Díaz, Luis Gaeta, Carlos Esquivel, Ariel Cazes, Fernando Chalabe, Walter Schwarz y Gabriel Renaud.
Lugar: Teatro Coliseo (temporada del Teatro Colón). Sábado 23.
Nuevas funciones: jueves 28, domingo 1º de julio, martes 3 y jueves 5.
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