Sábado, 30 de junio de 2007 | Hoy
MUSICA › PABLO KRANTZ, DE REGRESO
Huyó a Francia espantado por la crisis de 2001: terminó componiendo en el idioma galo, y ahora presenta Les chansons d’amour ont ruiné ma vie.
Por Roque Casciero
Aunque sea por un rato, Pablo Krantz está de vuelta en Buenos Aires, la ciudad en la que vivió hasta hace cinco años y donde trajinó el circuito rockero indie con el empeño de saberse compositor de buenas canciones. Radicado en París desde 2002, el cantante, guitarrista y escritor (publicó tres libros de cuentos y una novela), acaba de editar allí su debut en francés, con un título que resume esa mezcla de ironía y melancolía que siempre pudo leerse en su mirada taciturna: Les chansons d’amour ont ruiné ma vie (Las canciones de amor arruinaron mi vida). En el álbum, Krantz deja atrás al cantante rockero que fue y se embarca por los mares de la canción francesa, con susurros que recuerdan a Serge Gainsbourg, y les pone una vez más el foco a las letras. Es probable que el disco tenga edición argentina, pero por ahora la oportunidad de escuchar las nuevas canciones de Krantz son, o bien virtuales (myspa ce.com/pablokrantz) o en vivo: el músico se presentará hoy en El Nacional (Estados Unidos 302), el jueves en La Cigale (25 de Mayo 722), el viernes en Niceto (Niceto Vega 5510), el 16 de julio en el Rojas (Corrientes 2038) y el 22 en Ciudad Vieja (17 y 71, La Plata).
–¿Cuándo fue que las canciones de amor le arruinaron la vida?
–Cuando vivía acá, pero ya me curé.
–No se habrá ido a París por eso...
–En realidad, en 2000 había conocido a la que fue mi novia, y ella estaba por irse a Europa. Y como desde los 17 años tenía la curiosidad de saber cómo habría sido mi vida si hubiera nacido en Europa, fue la oportunidad, la patada que esperaba para ponerme en camino. Había empezado a grabar mi segundo disco, Los extraños nunca dicen adiós, y me planteé cerrar mi etapa en la Argentina con ese disco y un libro, antes de irme. Pero con la crisis tuve que viajar antes de lo planeado, porque ya no daba para hacer nada.
–En la Argentina no vivía de la música. ¿Soñaba poder hacerlo en Francia?
–Mi primer objetivo era que, si no vivía de la música, al menos que la música no viviera de mí, porque acá me lo pasaba trabajando para grabar mis discos con esa plata. Además, mi segundo disco salió en noviembre de 2001, y enseguida el horno no estuvo más para cancioncitas. Y me fui a París. Tenía el teléfono de un cantante francés, Ü (alias de Travis Bürki). No nos conocíamos, pero al llegar lo llamé por teléfono y me invitó a un show; nos pusimos a hablar y enseguida estábamos grabando el disco. Y como funcionó bastante bien, hicimos montones de shows.
–¿De qué vivía?
–Cuando llegué vivía de shows en bares. Tocaba solo con la guitarra, mis canciones en español, un par que había hecho en francés, covers en inglés. Después trabajé de traductor para bastante gente, entre otros para un loco que decía ser ex agente secreto de la Guerra Fría transformado en productor de grupos, para organizar conciertos en Gibraltar a ser emitidos en el pay per view norteamericano. Pero me pagaba por hacerle traducciones. Hasta que empecé a dar clases de guitarra. Ahora vivo de los adelantos de las novelas que escribo, de clases y shows.
–¿Cómo fue empezar de nuevo?
–En parte vivo igual que acá, porque estoy todo el tiempo escribiendo o tocando. El mayor cambio fue que acá conocía a un montón de gente y que un montón de gente me conocía. Cuando llegué allá, pasaba todo lo contrario. Y tuve que hacerme de abajo otra vez. Pero no tenía ganas de empezar tocando en un barsucho para conocer a no sé quién, quería probar otro sistema, atajos. Entonces empecé a trabajar como letrista para un editor: hacía letras de hits de artistas suecos, que son el país pop y tienen fábricas de hits. Venía gente de Suecia a hacer coescrituras con franceses. Eso dio lugar a que conociera a ciertos productores que me propusieron grabar una maqueta. Pero después empecé a grabar solo, porque me prestaron un estudio.
–¿No era que no conocía a nadie?
–Bueno, pero siempre fui muy sociable. Un amigo me presentó a gente de sellos, pero sólo tenía mis discos en español. Y me decían: “Sí, me gusta, pero acá no hay batea de rock en español”. Eso era medio difícil y, además, era muy raro cantar frente a gente que no entendía nada de lo que yo decía, así que me puse a componer en francés. Me tomó mucho tiempo lograrlo. Parte de este disco lo compuse en las noches, mientras mi novia trabajaba: me encerraba en el antebaño con la guitarra eléctrica desenchufada, porque teníamos un vecino medio psicópata. Y empecé a cantar más susurrado. Lo que hago reúne mis influencias anglosajonas de singer- songwriter (Dylan, Cohen, Drake) con la chanson francesa. Obviamente, tengo mucha influencia de Gainsbourg, que es lo que más me gusta. Por otra parte, la lengua francesa se canta mucho más susurrada que el español. En la Argentina hay una tendencia a gritar y yo también había entrado dentro de eso, aunque no fuera bien con mi personalidad. En mis discos había una falla en la manera de cantar, tal vez porque no había encontrado la manera de hacerlo.
–O sea que para encontrar su verdadera voz debió viajar miles de kilómetros...
–Algo así. Ahora mi idea es cantar sereno y dejar que la emoción me lleve, llegado el caso. Quizás antes tenía una sobreactuación, ahora quiero sonar natural.
–¿Cómo llegó a hacer un disco?
–Empecé a grabar porque me prestaron una computadora, para probar. Mostré ese par de temas y a la gente le gustaba, entonces vine acá y grabé los bajos y las baterías con Rodrigo Guerra, de Pequeña Orquesta Reincidentes, y Silvio Otolini, que tocaba la batería en mi banda. Me llevé ese material y seguí grabando. Tardé más de dos años. Le mostraba las canciones a un amigo de 45 años, que tiene una empresa y que vive muy bien, y cuyo sueño siempre había sido montar un sello. Hasta que un día me dijo: “Bueno, yo invierto”. ¡Y terminó invirtiendo 40 mil euros!
–¿Cómo conoció a este hombre que cree tanto en la música que hace usted?
–Le daba clases de guitarra. Tenemos los mismos gustos musicales y literarios. Y decidió empezar su sello conmigo. Al principio su idea fue invertir tres mil euros para difusión, pero a la semana ya había fundado un sello, tenía los contratos y había diseñado un plan promocional.
–O sea que pasó de componer sin hacer mucho ruido en el antebaño a tener una empresa montada para lanzar su disco.
–Sí. Llegó un momento, muy bizarro, en el que tenía tres agentes de prensa, porque también estaba el de la editorial que había publicado un libro mío. Estuve en dos canales de televisión, hice acústicos en un programa de radio que escuchan dos millones de personas, y tengo que volver para tocar en varias ciudades y en España.
–Pero está pensando en volver a Buenos Aires. ¿Por qué?
–Mi idea es mantener lo que tengo allá y al menos vivir acá la mitad del tiempo, porque siento que me estoy perdiendo mucho. Extraño un montón de cosas de la vida de acá: allá se vive muy solo, mientras que acá uno está más rodeado de amor, de amistad.
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