MUSICA › WAGNER EN EL AVENIDA
Buenos Aires Lírica estrena hoy El Holandés errante, con dirección escénica de Fabian von Matt.
› Por Diego Fischerman
“Reubicamos la obra en el siglo XIX, por el motivo de que Daland habla, en un momento del primer acto, de que quien construye sobre velas depende de la voluntad del diablo. El es, para nosotros, un empresario, además de un capitán de barco, que trata de imponer la navegación a vapor”, explica a Página/12 Fabian von Matt, director de escena de la puesta de El Holandés errante, de Richard Wagner, que hoy estrena la asociación Buenos Aires Lírica, en el Teatro Avenida (Avda. de Mayo 1222). Formado en la Universidad de Música y Arte Dramático de Viena y con una importante experiencia teatral desarrollada en la Opera de Frankfurt, la Volksoper y la Staatsoper de Viena, Von Matt argumenta que el personaje del padre de Senta “es alguien que cuando tiene una meta, no le importa lo que se interponga en el camino; es una persona sumamente fría y calculadora”.
Ese padre que, en alguna medida, vende a su hija, la joven obsesionada con la figura del navegante maldito y el propio holandés configuran una trama que, para el director, “más allá de los efectos teatrales, del barco que el público espera ver aparecer en escena, es un drama psicológico. El libreto hace que uno se formule preguntas y yo busco, además, que esas preguntas se las formule el público”. Como parte de la quinta temporada de Buenos Aires Lírica, El holandés errante (que durante años circuló, en algunos países latinos, con el título de El buque fantasma), subirá a escena, además de esta noche, el próximo domingo 5, a las 18, y el martes 7, jueves 9 y sábado 11 a las 20.30. Su director musical será Guillermo Brizzio y el elenco estará conformado por el bajo-barítono chileno Homero Pérez-Miranda, en el papel del Holandés, Mónica Ferracani como Senta, Hernán Iturralde en el papel de Daland, Enrique Folger como Erik, Santiago Bürgi en el papel del timonel y Marta Cullerés como Mary. Participarán el coro y la orquesta de Buenos Aires Lírica, el diseño de escenografía es de Pilar Camps, el de vestuario corresponde a Sofía Di Nunzio y el de iluminación a Eli Sirlin.
Completada en 1841, ésta es la cuarta ópera de Wagner (las anteriores fueron Las hadas, La prohibición de amar y Rienzi). Sin embargo, es en muchos aspectos la primera que cuenta. Con certeza, es la primera en que se plasman con claridad sus preocupaciones acerca de cómo narrar una historia con música y cómo romper con las convenciones del género que, según él, impedían el auténtico teatro musical. En particular, aquí aparece el que sería uno de los grandes recursos formales de este autor, el empleo de leitmotiv, es decir células musicales identificadas con personajes o situaciones. Estrenada en la Opera de la Corte de Dresde, el 2 de enero de 1843, se representó por primera vez en Buenos Aires en 1887 y traducida al italiano. En su versión original, en alemán, recién fue estrenada en el Colón en 1934. “Si todos los personajes restantes están situados en un mundo racional, que es el de Daland, un mundo sin sentimientos, ligado a la expansión industrial, el Holandés corresponde a otro universo, al romántico. Para nosotros, él está anclado en el siglo XVII, que es cuando aparece la primera versión de la leyenda de un capitán maldecido en su viaje al tratar de cruzar el cabo Buena Esperanza”, asegura Von Matt.
Para el director de escena, esa dualidad se refleja en aspectos escenográficos, que no fijan estrictamente una época pero sí señalan el marco de referencia de los dos personajes masculinos. En cuanto a Senta, Von Matt dice: “Ella no tiene relación con su padre y es en ese vacío donde encontramos el motivo de su obsesión. Ella se aferra al Holandés de una manera a la cual quisimos darle una razón creíble. Esta es la primera ópera en que Wagner le da a cada personaje características de personalidad definidas y diferenciadas. Y esas características vienen acompañadas de conflictos; los acarrean y, también, los crean. Esa interrelación entre los personajes es lo que nos interesa de esta ópera; no sus aspectos más exteriores o espectaculares. En este caso, el límite de espacio –el Avenida tiene un escenario mucho menor que lo habitual para la ópera– se convirtió en una virtud; en una manera de acentuar lo íntimo”.
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