Sábado, 1 de septiembre de 2007 | Hoy
MUSICA › DANIEL VIGLIETTI Y “DESALAMBRANDO”, DE MARIO BENEDETTI
“Mario, al entrar por la puerta del cantor, se da el lujo de dar una lección de historia no aburrida”, señala Viglietti, orgulloso de esta nueva obra conjunta con el escritor que excede lo musical y sirve como resumen, a menudo desolador, de la historia uruguaya en los últimos cincuenta años.
Por Cristian Vitale
Viglietti ya tiene quien le escriba. Tranquilo, con la boina rasa y azul que viste desde que bajó su caudal de pelo, se pasea por un hotel porteño con un libro bajo el brazo. No lo escribió él, pero parece: es su cara la que está en la tapa, el título es el verbo en presente que él inventó en futuro –Desalambrando– y su nombre figura casi tan grande como el del autor: Mario Benedetti. Lo que faltaba para que dos prohombres de la cultura uruguaya se fundan en una sola entidad: la pluma y la guitarra. El canto y la prosa. Ayer y hoy. “Es una gran emoción que este maestro de las letras uruguayas haya invertido tiempo y pluma en un trabajo que no es novela, poesía, ni teatro”, marketinea –pero bien– este hombre, que ya está al borde de los 70. Desalambrando, recientemente publicado por la editorial Seix Barral, es un ensayo holístico y englobador de Benedetti sobre vida y obra de uno de los cantores más influyentes del país celeste. Fruto de una larga amistad –ideológica y afectiva–, conversaciones infinitas y hasta aquel hecho cultural que los unió en escena –A dos voces–, el novelista elaboró un minucioso trabajo biográfico sobre su socio, que no ahorra en datos y aconteceres históricos. Que enmarca al cantor en los diversos contextos sociales, históricos y políticos que acompañan su obra, de la esperanza libertaria de los primeros ’60 a la crisis estructural post dictadura. “Mario, al entrar por la puerta del cantor, se da el lujo de dar una lección de historia no aburrida. Agil. Pinta la comarca desde los cincuenta y esto es importante para los jóvenes que desconocen la historia”, dice Viglietti. El encuentro ideal para la entrevista no pudo darse: Benedetti, al borde de los 90, ya no viaja, y es el músico el encargado de difundir la obra.
El trabajo aporta una mirada crítica, y hasta muchas veces desoladora, de la historia uruguaya de los últimos cincuenta años. Benedetti, mirando el mundo a través del cantor, denuncia sin piedad a la oligarquía uruguaya que mutó en monstruo cuando el arte intentó atacar. Y acentúa el punto de inflexión –la época de Canto libre– que provocó el gobierno de Jorge Pacheco Areco –y que profundizó Bordaberry– con las persecuciones constantes y sistemáticas a sindicatos, partidos políticos, periodistas, artistas y estudiantes. Que dio “letra” para que el juglar de la comarca –como lo llama– compusiera sus canciones más comprometidas y se ganara uno de los primeros boletos de ida hacia el exilio. “El otro día, al cumplirse los 35 años de la masacre, estuve en Trelew y los ex presos me decían que cantaban mis canciones... eran parte del oxígeno, en medio de aquel anhídrido carbónico tan terrible”, evoca Viglietti, con un ojo en el libro y otro en la militancia. Desalambrando contiene, además, un análisis completo de las letras de todas sus canciones, más su discografía, que comienza allá lejos (Impresiones para canto y guitarra y canciones folklóricas, 1963) y culmina, al hoy, con el reciente Devenir, que Viglietti presentará en el ND Ateneo, el 29 de septiembre. “Lo grabé en vivo, porque siento que el cantante, ante el público, tiene otro soplo... la gente te tironea, te pide, y eso siempre es un desafío. Me doy el gusto, además, de homenajear a Antonio Tormo con ‘Puentecito de mi río’. Es una canción maravillosa que tuve el honor de cantarle en vivo.”
–¿Qué le significó el libro, más allá de la suerte –no todos la tienen– de que se lo haya hecho un amigo?
–Me ha intensificado una vieja inquietud: la de escribir sobre la otredad... sobre lo que uno ve, siente o ha vivido y no está en este libro.
–¿Usted piensa que Benedetti pudo penetrar en su subjetividad, pese a no ser músico? Algunos músicos son muy celosos de su arte y piensan que los escritores “invaden” un terreno que desconocen.
–Totalmente, porque Mario siempre ha tenido una relación muy viva con la música. Su poesía más coloquial ha sido muy musicalizada y no por mí, sino por muchos colegas que demandaría tiempo nombrar. Es un poeta sensibilizado con la música, que me ha confesado que cuando escribe escucha guitarra clásica. Además, sobre todo en las partes del libro que hablan del exilio y el retorno, Mario utiliza el sistema de una larga y exhaustiva entrevista, basada en muchas conversaciones, en días diferentes. Eso habla de un proceso de intersubjetividad muy profundo.
El dúo dinámico de la cultura uruguaya trabó lazos hace más de treinta años. Exactamente el 5 de febrero de 1967. Viglietti, que estaba a punto de grabar el sintomático Canciones para el hombre nuevo, fue tentado por el semanario Marcha para escribir la necrológica de Violeta Parra. El primer apretón de manos fue en la redacción aunque, según el cantor, la amistad nació por un nexo en común: la militante paraguaya Soledad Barret. “Fue la madrina de nuestra amistad”, sostiene. “Una vez me encontré con ella en una disquería de Buenos Aires y nació un afecto mutuo. Después, volvimos a vernos en Montevideo y un día me dijo ‘voy a tomar un café con Mario’ y fui. Allí, en ese encuentro, comenzó nuestra amistad, que fue interrumpida pero no cortada por el golpe de Estado.” El otro encuentro, casi casual, fue en México, en 1978. Barret había sido brutalmente asesinada en Brasil, y ambos se juntaron en una jornada sobre cultura uruguaya. “Nos pusimos a charlar sobre la muerte de Soledad. El había escrito un poema sobre ella, yo una canción y se nos prendió la chispita: ‘¿Por qué no combinamos canción y poema en un mismo tema?’. Así empezó todo. Un periodista español nos dijo: ‘Fue importante que decidieran hacer algo con la casualidad’”.
–Un azar de origen trágico...
–Y a la vez, movido por un amor común a un ser que quisimos y respetamos mucho.
–¿Cómo fue evolucionando la idea que confluye en A dos voces?
–Aquel trabajo nos dio confianza para encarar un trabajo en común. Se reprodujo en Casa de las Américas y comenzó una dinámica dual, muy enriquecedora. Empezaron a contratarnos para conciertos, y llegamos a hacerlo en Uruguay y en Argentina... a veces, cuando se oye hablar de A dos voces, se piensa que yo musicalizo los poemas de Mario, pero no es así. El dice sus poemas y yo canto mis canciones. Nos fue bien, lástima que varios nos robaron el nombre (risas).
–Desde Impresiones para canto y guitarra... hasta Trópicos transcurrieron diez años y seis discos. Luego del exilio, entre Trabajo de hormiga y Devenir, veinte años y sólo cinco discos. ¿Por qué su etapa post-exilio es menos prolífica que la anterior?
–El exilio complicó la creación... durante ese momento, yo no me encerré en un caparazón. Traté de vincularme, de crecer y de aprender de gente como Yupanqui, Pete Seeger... en fin, traté de respirar de seres anónimos, del cariño por la causa liberadora de América latina; de ayudar a los presos y a las presas y denunciar las torturas. Aprendí mucho, pero la transposición de todos esos sentimientos a la canción me costó. Aunque al borde del regreso nacieron muchas canciones que son las que conforman Trabajo de hormiga y Por ellos canto, discos con los que retomé estas tierras.
–Pero después hubo un parate pronunciado: Esdrújulo salió ocho años después.
–Es que A dos voces implicó una especie de bifurcación. Yo me hice cargo de la parte técnica del disco, y eso fue algo muy absorbente. Además, intensifiqué el trabajo con los programas de radio, que para mí también es un lenguaje válido. La radio puede ser hecha superficialmente, pero yo la hago como quien hace una película... como mis abuelos napolitanos sastres, cortando y uniendo, a partir de un archivo enorme con centenares de entrevistas hechas a gente de la cultura, la música y el arte en general. Todo esto incide en el ritmo creativo del cantor... la televisión también.
–¿Hace televisión?
–Sí. Desde hace tres años en TV Ciudad, de Montevideo. El programa se llama Párpados.
–¿Se ve acá?
–No. Estamos muy aislados, como siempre. A ustedes les gustaría ver TV Ciudad, a nosotros Canal á y no podemos cuajar. Entonces, el Daniel que hace radio, el que hace TV, el que escribe, el que viaja, el que canta... esas múltiples personas que están en mí, a veces le quitan tiempo al cantor. Además, somos cantores que hemos tenido mucho que ver con los años ’60, pero también los tenemos encima. Yo estoy llegando pronto a los 70 y urge acortar los plazos para producir más.
–¿Cuáles son, de sus viejas canciones, las que hoy no han perdido vigencia? A veces, hay canciones a las que se las devora el tiempo...
–“Niña Isabel” es una de las primeras y de las más entrañables. Pero las que más se comunican con la gente son “Canción para mi América”, que está incluida en Abril en Managua, aquel acto brutal. Y mi tarjeta de identificación: “A desalambrar”, la canción que más se ha desalambrado, porque ha caminado por todas partes. Hay versiones curiosas: en Puerto Rico hay una en salsa, para bailar. Otra hermosa es la de Víctor Jara.
–En la época que compuso “Olimar” era un momento de esperanza en el futuro: se hablaba del hombre nuevo y de una América libre. Después, la dictadura y la reacción sistemática en todo el continente ensombrecieron el panorama. ¿Hoy es un momento de esperanza o escepticismo?
–La esperanza, para mí, no es un producto de época. Yo todavía imagino, deseo y respiro. Hay algo erótico en amar el futuro, en ser más libre: lo vivo como respirar, porque detesto los dogmas y las sectas. Estoy afiliado a la esperanza de cambiar el mundo, y cambiar yo... un trabajo doble muy complicado. Afuera está la lucha por cambiar la sociedad, y adentro creo que el psicoanálisis es una vertiente muy importante, porque alimenta este cambio global. No se puede cambiar la sociedad si no se cambia por dentro. El arado también tiene que labrar la tierra propia. Quiero decir: uno tiene que desalambrarse a sí mismo para después desalambrar a los demás.
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