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Sábado, 8 de septiembre de 2007

MUSICA › RECITAL DE MARIA LAVALLE EN EL MARGARITA XIRGU

Las penas también dan placer

Tangos y fados mostraron su punto de encuentro en la voz de la cantante argentina radicada en España. Desde “Madreselva” hasta “Lágrima”, la nostalgia y el romanticismo alimentaron la noche.

 Por Carlos Bevilacqua

Los dos únicos shows que María Lavalle dio en el Teatro Margarita Xirgu dejaron varios motivos de satisfacción: su cautivante voz (casi desconocida para el público argentino), la infrecuente oportunidad de escuchar fado en vivo, una invitación a considerar las afinidades que lo vinculan con el tango y el placer de regodearse con músicos acompañantes de primera línea, tanto argentinos como portugueses.

María nació en Buenos Aires, pero a los 7 años inició un periplo de mudanzas que la llevó por Francia, Holanda, Portugal y España, donde hoy reside. Las diferentes atmósferas musicales que mamó fueron estimulando una curiosidad personal que dio su último fruto en La Pena Golfa, su tercer disco pero el primero que se edita en la Argentina. Para presentarlo formalmente en sociedad reunió por un lado un trío tanguero de lujo, constituido por el pianista Osvaldo Berlingieri, el contrabajista Daniel Falasca y el bandoneonista Carlos Corrales; y por otro lado un dúo de fadistas de prestigio internacional: Luis Ribeiro (guitarra portuguesa) y Lelo Nogueira (criolla). Así y todo, resulta curioso que sólo seis de los 21 temas que terminaron interpretando en vivo figuran en la nueva placa.

Fueron los argentinos los que arrancaron calentando el ambiente con “Tiempo imaginado”, el hermoso tema instrumental de Berlingieri. A continuación, Lavalle comenzó a lucir su agradable registro de colores graves para el fado “Julia florista” y para el tango “Muchacho”, todavía con los acompañamientos instrumentales más lógicos. La primera fusión propiamente dicha se dio con una interesante versión en clave de fado de “Madreselva” que ella supo acompañar desde las inflexiones vocales. Los cruces estilísticos tendrían su correlato más tarde en la versión en castellano del fado “María la portuguesa” y en gestos como la traducción recitada al castellano del fado “Que Deus me perdoe”. Pero los parentescos se establecieron no tanto desde lo instrumental, sino desde la personal interpretación de Lavalle, que imprimió a casi todas las piezas un tono entre tanguero y fadista que le queda cómodo. Así es como, más allá de arreglos y timbres tradicionales, el clásico porteño “Como dos extraños” sonó cercano a “Lágrima”, tema emblemático de Amalia Rodrigues. Opciones estéticas que subrayan tanto los orígenes en común (zonas marginales de ciudades portuarias en el siglo XIX) como las recurrencias nostálgicas y románticas de ambos géneros. De hecho, y si bien maneja matices, Lavalle parece brillar más con el dramatismo que exigen las letras que lamentan ausencias y pérdidas varias, aunque sus vibratos más extendidos suenen por momentos innecesarios. Simultáneamente, su declarado interés por la poesía de las canciones se traduce en un modo de decir lleno de énfasis y modulaciones, recursos propios de una auténtica intérprete, de ésas que exceden la mera condición de cantante. En contraste, una frecuente apelación al atril para confirmar el hilo de algunas letras le restó frescura a su arte.

Si la tensión dramática aflojó con “La milonga y yo”, volvió a subir con las vicisitudes de “la más simpática de todas las santas” (según la presentación de la intérprete): María Magdalena. En la segunda mitad del show, Lavalle vuelve a sorprender al cantar también en gallego la canción tradicional “Negra Sombra”, de la poetisa Rosalía de Castro. Una ductilidad idiomática que se extendería sobre el final al francés durante un homenaje conjunto a Atahualpa Yupanqui y Edith Piaf. Lavalle sonó muy convincente en la folklórica “Tú, que puedes, vuelveté”, pero también en “Padam Padam” y en “Mon manege a moi”, evocadoras de la mítica cantante francesa. Acaso el segmento más logrado de todo el conjunto de artistas se dio con “Los ejes de mi carreta”, tocado alternativamente en claves de milonga campera y fado menor, para concluir en una feliz simbiosis de ritmos.

Ambas formaciones habían tenido sus segmentos de juego puramente instrumental. Los fadistas, con roles claramente diferenciados: Nogueira casi siempre dando una base rítmica muy regular y Ribeiro como responsable de los arpegios más floridos. Por su parte, Berlingieri, veterano pianista que tocara con Troilo y en el espectáculo Tango Argentino, entregó algunos solos de piano antológicos durante “Adiós Nonino” y lideró un popurrí de tangos que por momentos hizo fugaces visitas al malambo.

Lavalle eligió despedirse con una audacia del repertorio de Piaf: el vals “Que nadie sepa mi sufrir” con letra en francés y rebautizado “La foule”. Llegado el momento de los bises, los pedidos del público se dividían entre fados y tangos, por lo que María tomó la salomónica decisión de satisfacer a ambas facciones con sendas piezas, a tono con el pluralismo que caracterizó a todo el show. Otro argentino radicado en España, el historiador y difusor del tango Rafael Flores Montenegro, fue el director artístico de los más de 90 minutos ininterrumpidos de buena música que permitieron disfrutar de dos géneros típicos desde otra perspectiva.

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María Lavalle abordó dos géneros típicos desde una perspectiva diferente.
 
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