Lunes, 10 de septiembre de 2007 | Hoy
MUSICA › EL SHOW DE LA VELA PUERCA EN FERRO
En la presentación del disco El impulso, el grupo actuó frente a 20 mil personas, coronando años de trabajo de hormiga.
Por Cristian Vitale
Ayer: las primeras cruzadas a Buenos Aires configuran un mito de origen recurrente. Idas y vueltas eternas sobre el Eladia Isabel, el barco gigante que cruza el charco mucho más despacito que los demás, pernoctes incómodos en el piso del Salón Pueyrredón –donde el público no superaba las 40 personas– o aquella “fecha” en Plaza Francia que los encontró tocando para las esculturas del cementerio. “Aparecimos con los afiches pegados en los tambores y no había nadie”, suele rememorar Cebolla, uno de los Sebastianes que cantan. Hoy, sábado primaveral: el Estadio de Ferro luce pleno. Hay más de 20 mil personas y el ritual conlleva los rasgos standard de cualquier banda masiva argentina: banderas, código barrial, olor dulzón, serpentinas, algarabía juvenil, cánticos de cancha, colectivos que llegan desde los suburbios, sensación de frescura y comunión agnóstica. “Es la vela de mi corazón”, cantan todos... la que ilumina y enciende ese cuore maltratado por vivir. La Vela Puerca ratifica en acto lo que se creía en potencia: escalón por escalón, se fue convirtiendo en la banda uruguaya más convocante de la historia.
Lo remarcable, sin embargo, no es la cantidad de gente sino el por qué. Felizmente, que miles de personas estén ahí, convencidas y felices, no obedece al interés puramente lucrativo de un empresario. Menos a una intencionalidad mediática, maquinal, contable o ideológica. Miles de personas están ahí porque, sencillamente, las canciones de La Vela Puerca son bellas. Y las predispone al goce. Las de ayer y las de hoy. Se difundan o no. Se conozcan o no. Se escuchen en la Rock & Pop, MuchMusic, FM La Boca o Radio La Lata de Villa Corina. Cuando un grupo así existe, el éxito, tarde o temprano, se impone por peso propio, sin artificios ni maniobras gerenciales. Hay una conjunción estética que no remite a fórmulas preestablecidas sino a un imaginario sensible, que se sabe manifestar a través del arte. El carisma del otro Sebastián –Teysera, el poeta de La Vela– es clave. Tanto como esas melodías, que los instrumentos le roban al alma y se manifiestan losers, románticas, pesadas, a veces tristes. Como esa que dice “Y me iré para no verme más”, balada sombría pero reveladora, muy urbana, poblada de melodías que dan en el nervio de la sensibilidad.
El motivo de la noche era presentar la cuarta y última producción de La Vela, El impulso. Un disco que profundiza los claroscuros líricos y musicales que habían aparecido en el excelente A contraluz. La lista, que respetan de principio a final, tiene 33 temas. Entre ellos, los trece que pueblan este disco. Algunos, teñidos de ese tacto imitado pero jamás igualado de lograr un instantáneo oh–oh–oh a base de buenas melodías: “Frágil”, “Neutro”, donde las líneas de saxo se ofrecen como un claro plafón para el coro de niños y niñas que está debajo –otro dato feliz: hasta el lado más tribunero de La Vela se sustenta en canciones muy bien hechas– o “Colabore”. Algo de magia baja a la tierra a través de canciones como “Su ración”, donde la guitarra acústica de Teysera suena a eslabón perdido entre The Cure y Las Pelotas, o en el ritmo algo más poderoso para los cánones actuales del grupo, que se inmiscuye en “Me pierdo”, canción cuya frase-núcleo cuesta sacarse de la cabeza: “Lo que me preocupa son tus ojos de metal, que no lloran ni brillan”.
El lazo con la historia –el período ska/fiestero– es escueto. De los primeros temas, los que anticipan Deskarado, el primer disco, suenan en versiones renovadas, rearregladas de la placentera “Mi semilla” –el tema que tentó a Santaolalla ¡por teléfono!– o “De tal palo”. Del paso posterior, el que los eyectó hacia este lado del charco (De bichos y flores), no faltan “Por dentro”, “El huracán”, “Mañana” y esa canción de potentes melodías que resiente el magma a los saltos (“El viejo”). Pero el porcentaje de nostalgia es mínimo ante la catarata de caricias que se suceden con los temas de A contraluz. Letras abrumadoras como la de “Claroscuro” (“Será culpa de todos/ no encontrar el modo pa’ poder sentir/ Y el que da la anestesia/ ríe con demencia y se escucha al morir”) conviven con “De atar”, el dulzón “Sin palabras”, “Va a escampar”. O ese bálsamo que direcciona todos los sentidos hacia la libertad total llamado “Llenos de magia”.
Dato genuino, casi irrefutable. Además de lograr un sonido íntegro y compacto –algo así como la media uruguaya–, La Vela tiene el plus de transformar en disfrutable y seductor el sonido de un mundo en permanente conflicto. Le dice que lo quiere matar, pero sin discursos artificiales, arengas falsas ni poses forzadas: simplemente con belleza. Así sí es un mérito llegar.
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