Hay canciones perfectas. Son, según Carmen Baliero, aquellas en que la letra y la música dicen exactamente lo mismo. “‘Nieblas de Riachuelo’ de Cobián y Cadícamo, o ‘Construcción’, de Chico Buarque, por ejemplo”, explica. La modestia no le permite, en todo caso, reconocer que muchas de las suyas entran en esa categoría en que el texto y lo que sucede con ese texto –o la música y lo que pasa con ella– son absolutamente inimaginables por separado, Algo de eso, sin embargo, queda claro cuando dice que “las canciones son las que están en el disco, tocadas de esa manera. Son esas que son; no existían antes”. El disco recurre en su título, como muchas de las canciones perfectas de Baliero, a un condicional: Te mataría. Y es un disco de amor. Y hoy lo presenta en vivo junto a su grupo.

“Encontramos el sonido”, afirma. “Son canciones cooperativas, como el propio disco”, explica. Es un disco, insiste, de un grupo: ella en piano y voz, Wenchi Lazo en guitarras, violín y percusión y Carlos Vega en contrabajo y violoncello. Junto a algunos pocos invitados –Guillermina Etkin en coros y piano, Lulo Isod en batería, Bárbara Togander en voces y Mariano Bertolini en trompeta–, el grupo tocará Te mataría en NoAvestruz (Humboldt 1857) durante seis viernes consecutivos a partir de esta noche a las 21. Autora de música para películas y obras teatrales –entre ellas El pecado que no se puede nombrar, de Ricardo Bartis, y El niño argentino, de Mauricio Kartún–, de piezas para piano y, también, para lectores de diarios y para bocinas de autos, además de cantante de sus propias obras –“soy compositora, no cantautora”, remarca–, sus modelos son tan vastos como sólo pueden serlo los de alguien que se emociona por igual –aunque de manera distinta, es claro– con Bola de Nieve y con John Cage. “Ayer Enchi Lazo decía que lo nuestro está más cerca del rock que del bolero. Y es cierto. Los procedimientos, las elaboraciones grupales, son más del rock; hay una idea de la distorsión, del ruido, que también están más cerca de ese terreno. Las texturas, la forma de mezcla y de masterización, también. Y además, ninguno de nosotros hace bolero, en realidad.”

En el disco, el amor es apenas una de las temáticas que lo organizan. Otras provienen de las propias relaciones entre los sonidos, principios como que “cada uno toque una sola nota, solo”. Algo que podría sonar artificial si no fuera porque las melodías, la voz de Baliero, la guitarra y el contrabajo de Lazo y Vega fluyen. Se comunican entre ellos, se relevan y, sobre todo, lo hacen con un sentido del impulso, del movimiento, que no permite que en ningún momento el recurso elegido se imponga en el oído a su efecto. “El amor, a veces, es un punto de partida de otra clase. Por ejemplo, cuando decidimos que las notas que toquemos deben durar lo que una gota que cae por la espalda, que es una imagen que viene del amor. Y hay decisiones. Por ejemplo, no usar, jamás, nunca, la palabra ‘vientre’. Hay cosas que no hacemos.”

Baliero vuelve a la idea de las canciones perfectas y piensa que la lógica de la canción popular es distinta que la de la composición clásica. “En la música académica se prueba, se borra, no se puede fracasar. En la música popular, en cambio, se fracasa muchísimo. Todos los discos están llenos de canciones que uno no sabe por qué están. Y cada tanto, aparece esa canción maravillosa, donde todo encaja.” Después se desdice parcialmente. “Tal vez sea una cuestión de mercado –reflexiona– y tenga que ver con que los tiempos del mercado no son los del creador y lo fuerza a hacer cosas que no hubiera hecho de no haber tenido esa presión. Sacar un disco por año, o hacer un show grande cada tantos meses, y estrenar allí material, es artificial. Las necesidades de uno pueden no tener nada que ver con eso. A mí lo que me preocupa es no repetir y en eso, los dos músicos con los que toco, que tienen un talento absoluto, son mis grandes apoyos.”