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Viernes, 21 de septiembre de 2007

MUSICA › LILIANA VITALE ACTUA HOY EN EL CICLO LOS VIERNES MUSICA

Una voz siempre de estreno

La cantante, que participará del encuentro gratuito organizado por Página/12, define su propuesta artística: “En lo mío hay eclecticismo, pero también un reconocimiento de la canción”.

 Por Cristian Vitale

La musiquita de espera al teléfono, en el estudio de los Vitale, proviene de una de las últimas canciones grabadas por Liliana, hija mayor de la anteúltima generación del clan. Es la que da nombre a su más reciente disco, Al amparo del cielo (2005), y seguramente una de las que cantará, con esa voz luminosa, esta noche a las 20.30 en el ciclo gratuito Los Viernes Música, que organiza Página/12 en la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines (Belgrano 1732). Dos minutos después aparece ella en voz y tiempo real. “Hay roles que una cumple en la gestalt familiar. A mí me tocó un poco la de irme del clan y proponerme cosas medio incorrectas dentro de cierta filosofía vitalera”, dirá ya por el medio de la nota. El recorte implica sólo un lapso de su vida, aquel que –en medio de cierta crisis existencial– la depositó en las sierras de Córdoba y la mantuvo allí, calma y ociosa, durante cinco años. Luego de grabar La vida en los pliegues, obra dedicada al multifacético escritor francés Henri Michaux y antes de su disco más popular: Mujer y argentina.

“Después, reconocés que la comunión familiar tiene que ver con el amor y te podés reír un poco de los roles. El amor es el vínculo de oro, el tesoro. Querer te da una comprensión infinita”, completa. Faltó que Liliana juegue un poco a ser la oveja negra para reintegrarse, liviana y completa, al universo humano que la cobijó, antes y después: desde el arranque independiente y libertario junto a MIA hasta sus trabajos post-éxodo. Y que sigue. La que atiende el teléfono de la casona de San Telmo es su mamá Esther. “Acaba de llegar, ya te doy con ella”, dice, infatigable. Liliana se presentará esta noche con una formación mínima: ella en piano y Sergio Avalos en guitarra. “Estamos en un lugar metamórfico, intermedio entre lo que vendrá y Al amparo del cielo, y logrando de que menos sea más. Hay otras sutilezas y búsquedas musicales, arreglos nuevos de temas viejos y otros que saldrán en el próximo disco. Siempre es de cámara lo que hago, chiquito. Pero ahora es como si hubiésemos profundizado en el silencio más que en el agregar”, completa.

–Su discografía, en términos de géneros, es muy ecléctica. ¿Cómo resuelve el repertorio cuando el recital no es para presentar un disco?

–Yo creo que los comunicantes de todo son la voz y la interpretación. Lo que comunica es este perfil cultural bastante difícil de definir, en el que yo me reconozco. Y que se basa en el legado del rock de los setenta, porque me permite derivar en otros géneros desde el lugar de romper estereotipos. Por eso pueden convivir en mi música una zamba y un tango, con las marcas rítmicas que los emparientan. Esa cosa de tabicar los géneros no me parece saludable. En lo mío hay eclecticismo, pero también un reconocimiento de la canción, independientemente del género. Uno puede reconocer la canción más allá del vestido que haya tenido originalmente.

–En un tiempo tuvo problemas con la voz. ¿Están resueltos?

–Estoy como perro con dos colas. Insisto en algo: sigo estrenado mi voz todos los días. Y la expongo para probar distintas cosas.

–Retomando eso de la gestalt familiar. ¿A qué aludía el nombre “raro” que le puso a su primer disco solista: Mamá, dejá que entren por la ventana los siete mares?

–Lo autorreferencial del cantante es una condición no demasiado cómoda a veces. No necesariamente el cantautor o el cronista de su época, pero sí el cantante-intérprete, como yo, es inevitablemente autorreferencial. Por otra parte, es una canción de Alberto Muñoz, así que vaya a saber qué quería decir él con eso... Lucho González decía que era “Mamá, deja que entren por la ventana esos siete quías” (risas). Una primera lectura podría ser un grito de rebeldía: “Yo me voy y hago la mía”, pero también creo que lo trasciende.

–El siete aparece otra vez en Siete cielos, el disco que le encarga su profesor de reiki. ¿Hay una explicación que enlace?

–Sí, hay algo medio místico en eso de los siete mares y los siete cielos. Algo que me atraviesa y que ya no tiene que ver con lo autorreferencial, sino con una manera filosófica de ver la vida, de comprender los distintos planos en los que uno se mueve.

–Cuando grabó Mujer y argentina, junto a su hermano Lito, podría haberse quedado en el corral del circuito tanguero-ciudadano; sin embargo, se movió a otro plano. ¿Por qué?

–Evidentemente, cada rama en la que pude haberme quedado me suena a máscara. La constante de mi camino siempre fue romper la máscara. Por supuesto que podría haber laburado de eso, incluso en algunos eventos me piden que cante tangos y nunca me niego. Pero sólo lo hago en hechos puntuales. Me encanta cómo los jóvenes se conectan con lo esencial del tango, pero no me gustan los estereotipos. Me siento más cómoda en el rótulo de folklore alternativo, dentro del que puedo cantar una milonga o un tanguito, pero también vals peruano, zamba o canciones de rock. Creo los pueblos del continente estamos construyendo una identidad latinoamericana por ese lado.

–¿Cuánto pesa en estos “corrimientos” la marca original de MIA?

–Es algo tan propio que ni siquiera lo reconozco, pero puede ser mucho. La idea es jugar y no aburrirse. Salir de lo mecánico, de la repetición porque sí y ver qué pasa.

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El show de Liliana Vitale será esta noche a las 20.30 en Belgrano 1732.
 
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