Lunes, 1 de octubre de 2007 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA A FABIO “POROTO” LACOLLA, EL PSICOLOGO DEL ROCK
En su consultorio recibe a unos 30 músicos y hace “services” en las giras. El manejo del éxito, las frustraciones, el ego de los artistas son algunos de los temas que garantizan su trabajo.
Por Cristian Vitale
“Zappa decía ‘hablar de música es como bailar de arquitectura’”. En principio, una sentencia tal no partiría de un psicólogo tipo, pero Fabio “Poroto” Lacolla la pronuncia con propiedad. Para entrarles a los conflictos humanos, le sale más fácil recurrir a Jimmy Page, John Lennon o Charly García que internarse en la Gestalt o las agudezas de Freud. Se recibió en la UBA a finales de los ’80, tiene su consultorio armado y un nombre que circula básicamente en recitales, salas de ensayo y estudios de grabación: es el psicólogo del rock. “Una vez me dijeron: ‘¿Atenderías a Charly García?’ Pero si él consulta con Dios, no va a consultar con un psicólogo”, se ríe. Lacolla, más conocido como el Doctor Poroto, tiene tanto rock como diván. O más. Socio de la UMI, donde da charlas sobre terapia en el rock, está a punto de editar un disco (Trapos al sol) y un libro sobre la psicología del rockero, basado en entrevistas sistemáticas a Miguel Botafogo, Los Pericos, Massacre, Daniel Melingo, Carajo y Karamelo Santo. “Con ellos hablo de la vida musical, la relación con el instrumento, los discos, la crítica, las discográficas... todas las entrevistas tienen preguntas en común, para que pueda sistematizar conclusiones. Y marcar los síndromes de los músicos”, describe.
–¿Y cuáles serían esos “síndromes”?
–Lo que veo es que el rockero que no percibe la crueldad del público peca de ingenuo. Esto lo lleva a tener una recaída en la inmediatez, porque cree que todo lo que le pasa le pasó siempre. Es como el chico que cuando camina se olvida que gateó. Botafogo me decía que nunca hay que perder el sentido de amateurismo. Sostengo que el músico tiene que subir con esa idea, porque la sangre se lo pide.
Lacolla se considera primero músico y después psicólogo. Dice que ambos ámbitos siempre convivieron disociados en su vida, hasta que logró anexarlos. Fruto de circular por recitales, salas de ensayo y de compartir giras con músicos, hoy recibe en su consultorio a unos 25 rockers. Atiende casos individuales o grupales. Y a veces lo contratan para realizar giras. “A diferencia del gasista, soy un rockero matriculado: me hice especialista en bandas de rock –lanza–. Por habitar las salas de ensayo toda mi vida, sé tanto de acoples y arreglos como de frustraciones. Hago services para bandas en conflicto. La música es mi hábitat natural, mucho más que el académico, donde nunca me sentí cómodo. Por eso, los músicos sienten que están hablando el mismo idioma conmigo. Una de mis máximas es que en el rock no hay amor a primer acorde, y cuando se lo digo a ellos, saben qué significa y elaboran a partir de ahí.”
–¿Siempre hay conflicto en las bandas de rock?
–Yo creo que una banda sin conflicto se tiene que dedicar a otra cosa. El rock es básicamente conflictivo, sobre todo en términos de situaciones vinculares.
–Su función, por tanto, es hacer aparecer el conflicto. ¿Cómo lo logra?
–Los conflictos no siempre se dan a través del diálogo, todo lo contrario. En este sentido, el juego es fundamental... trabajo divirtiéndome. En las salas aplico algunas técnicas divertidas, que hacen aparecer el conflicto: lo que no se habla. Digamos, abro la canilla pero contengo que el agua no se vaya para cualquier lado. Todos los quilombos grupales ocurren porque la palabra y el malestar no circulan. Entonces, yo intervengo en ese proceso: voy a las salas de ensayo, salgo de gira con los músicos... no digo que soy un psicodelivery, pero parezco.
–¿El conflicto nunca aparece a las puteadas?
–En casos puntuales, sí. Las peleas por los arreglos, por ejemplo, son bravas. Hay bandas que pasan tres horas de ensayo pensando el final de un tema. Discuten, hablan, y no es así. Por eso cito a Zappa: en el rock, se habla con el instrumento.
–¿Sirve el psicoanálisis en este ámbito?
–No. Yo soy psicodramatista, no psicoanalista... por lo tanto, no soy un psicólogo pasivo que deja que las cosas sucedan y emite un monosílabo en base a eso. Soy más realista con el momento psicosocial.
–¿A cuántos músicos atiende?
–Unos 30. No puedo decir quiénes son, porque hay que respetar el secreto profesional, pero tengo y tuve de todo: bandas consagradas, medio pelo, algunas que recién empiezan... amigos que me llaman y me dicen: “Poro, tenés que venir a hacernos el shampoo”. Ocurre a menudo que no todos en la banda están de acuerdo con contratar un psicólogo... siempre aparece el bajista que dice “es al pedo total, tenemos que resolver los problemas entre nosotros”. Y otros que, por ahí, de entrada te dicen “no pienso hablar nada de mi vida personal”. Y es cierto: las cosas personales no son para este ámbito.
–¿Qué otros traumas aparecen en las bandas de rock?
–El mercado, en los últimos 20 años, fue obligando al músico a que se convierta en artista. Antes, un músico, por el simple hecho de serlo, podía tocar en una banda, hacer una girita y todo bien. Hoy, en cambio, tiene que ser artista. O sea, entrar en todas las leyes del mercado discográfico, de los fans, el merchandising, etc. El espíritu de la época lleva a una profesionalización. Una de las hipótesis que manejo es que, para ser artista, uno tiene que renunciar a ser público. Esto de perder la ingenuidad, digamos. Edu Schmidt, el ex Arbol, me decía que él intentaba una estética de la ingenuidad.... la ingenuidad como producto.
–¿Pero cuáles son los momentos más traumáticos?
–La grabación de un disco es un momento tremendo. También la ida o la llegada de un integrante. O las giras: una cosa es irte a Rosario tres días y otra, a recorrer Latinoamérica, donde estás un mes o más viéndote con 15 o 20 personas todos los días, más allá del stress y la adrenalina de tocar.
–¿Y la superación del éxito? ¿Cómo sobrevuela el síndrome “Dark side of the moon”?
–Hay dos caminos. Están los que piensan que tienen que repetir el éxito para sostenerlo y los que tienen que romper con lo que hicieron para mostrar otra cosa. Después, está el tema “primer disco grabado”. Sale y ¿ahora qué? La transición después del primer disco es un agujero negro para el músico. No hay registro emocional de eso... es como tener un hijo: te explican todo, lo ves en pelis pero no tenés el registro emocional. Aparece como una nube... los músicos son muy desconfiados del manager, la discográfica, la prensa. Después, hay cosas que el músico sufre porque no está informado: Sadaic, regalías... muchos rockeros piensan líricamente el mercado. Por eso, lo de pasar de ser músico a artista: eso requiere responsabilidad e inteligencia.
–¿Cómo interfiere el éxito, el exceso de protagonismo, en la subjetividad del músico?
–Si el tipo cree que siempre va a ser exitoso está en el horno. El éxito siempre es situacional... no es que yo soy exitoso y todo se construye a través de mi éxito: es al revés. Hay una situación que me pone en ese lugar provisoriamente. En relación a la subjetividad, creo que para ser exitoso hay que ser inteligente, porque el éxito es como las drogas: una sobredosis te mata o te gobierna. Además, en una banda y en la vida, uno siempre está preso de la subjetividad del otro. La otra vez me consultaba una banda, cuyos temas recién ahora están rotando en radio y tv, y el problema era que los de las discográficas les decían: “Cuando empiece el concierto, empieza a tocar la banda y el líder sale después”. El cantante hizo caso, pero la banda, al ver que no entraba con ellos, le hizo un piquete. Se pudrió todo: “¿Quién te pensás que sos, loco, tocás con nosotros hace mil años y ahora te hacés la estrella?” El mercado pide una cosa, porque el público quiere eso. Y la banda quedó presa de la subjetividad del cantante. Eso generó un conflicto grave en la banda. Vino el cantante y me dijo: “¿Qué hago con estos pibes...? No la entienden”.
–¿La existencia de un líder siempre implica la aparición de un conflicto?
–El público siempre demanda un líder... puede haber una banda totalmente horizontal, pero la gente necesita que alguien esté a la cabeza. Fijate qué pasa con las bandas que pierden su líder: Arbol, Pericos, Viejas Locas... es raro que el solista arme otra banda, como el caso de Intoxicados. En general, se convierten en solistas. Los Pericos tienen el sonido, pero no tienen el líder, porque el rol de líder es adjudicado y asumido... para que yo sea líder, vos me lo tenés que adjudicar.
–¿Hasta qué punto favorece que los integrantes de una banda sean también amigos?
–A veces, la amistad termina siendo un obstáculo. Las bandas nuevas priorizan la amistad, pero después los termina cagando. No se dicen las cosas, aparece el síndrome Yoko Ono, etc. Si se logra superar el obstáculo entonces sí: es un facilitador.
–¿Las drogas son un problema?
–Periférico. Muchas veces se drogan más los monitores –asistentes, sonidistas– que los músicos. Además, en relación al paco, el resto de las drogas son un tema menor en una banda. El paco es una epidemia y es algo que laburo mucho con los pibes, sobre todo con las bandas nuevas, aunque en comparación con otras épocas, los músicos están muy bien informados y saben por qué hacen lo que hacen, aun equivocándose. A los de mi generación, la información siempre nos llegó tarde y siempre creímos que la teníamos clara, hasta que bajaba info de otro lado y nos sentíamos unos pelotudos.
–¿Cómo atravesó Cromañón el estado mental de los rockeros?
–Dejó una marca cultural, más allá de la tragedia en sí. Algunos la vivieron como un acontecimiento sociocultural y otros se pusieron adversivos. Incluso, hubo diferencias claras entre los músicos. Me tocó atender una banda que lo sufrió muy de cerca. Se le murieron muchos amigos y desapareció el proyecto. Hubo que laburar un duelo tremendo, porque ellos habían perdido familiares, instrumentos y, sobre todo, la ilusión. Una banda que sufrió una tragedia, que le costó reponerse y aun le cuesta volver a disfrutar como antes.
–¿En qué momento un problema digamos “neurótico” se transforma en una patología más severa?
–Cuando se pierde la diferencia entre personaje y persona. Los artistas saben qué decir y qué no, cómo exponerse ante los medios... Pity Alvarez no está hablando de los teletubbies todo el día. El alimenta un personaje... después está el tema de quién gobierna a quién. Y ése sí es un problema psicológico.
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