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Jueves, 4 de octubre de 2007

MUSICA › LA ULTIMA JORNADA DEL PEPSI MUSIC, CON BANDAS ARGENTINAS

Color local en un día gris

Divididos, Kapanga y Los Tipitos, entre otros, se ganaron una vez más el favor del público, aunque hubo poco de nuevo en el cierre del festival. La aparición de Catupecu Machu fue la única sorpresa.

 Por Cristian Vitale

“Da la casualidad que hoy es un día peronista” (¿?) Quién sabe en qué estaba pensando el Mono de Kapanga cuando, promediando el set, se mandó con ésta. Eran las ocho de la noche, el sol jamás había salido en Buenos Aires y el piso del Club Ciudad era, por partes, un lodazal intransitable. Una mezcla exacta de agua, tierra y pocitos. La frase se enganchó, por una asociación que sólo él entiende, con algunas canciones del nuevo disco: Crece. Un reggae medio heterodoxo (“Para mí”) se pierde entre ese repertorio que nunca falla en festivales (“Ramón”, “Desesperado”) y la minimuestra de temas nuevos conlleva rasgos parecidos al de su antecesor: Esta! En vivo, Kapanga deja los “vicios” de estudio –que a veces rozan cierta inspiración– y sólo se propone divertir. Y divierte, con sus gags habituales, con su batidora circense, con olfato popular. Lo del día peronista –ahora hay que explicarlo– puede venir por ese lado. O también, por qué no, por el de la argentinidad. La última fecha del festival de la gaseosa es la única que presenta, de las que se hicieron en el Ciudad, una grilla compuesta integralmente por bandas de acá. Sin sorpresas –apenas la aparición fugaz e imprevista de Catupecu Machu– y la misma sensación de previsibilidad que lo recorrió (casi) siempre. Porque, y a manera de balance, lo que ocurre en los grandes festivales es que pasan, se hacen, sale todo prolijo, generan dinero, pero se tornan rutinarios. Cansan. Escamotean el entusiasmo. Es como si estuviese todo dicho.

Divididos, banda epílogo, puede venir al caso. A ver. Tómese cualquier lista de temas de los últimos cinco, seis, ocho recitales, compárese con ésta –la del martes– y será difícil encontrar las siete diferencias. “El arriero”, “Salir a asustar”, “El 38”, “Voodoo Chile”, “Sábado”, “Paisano de Hurlingham”, “Rock and roll de Rasputín”, “Cielito lindo”, “Ala delta...”: lo mismo de siempre. Que los temas son impresionantes, es un axioma. Que Mollo, Arnedo y Catriel tocan increíble, no se duda; que son un torbellino sonoro, incontrastable; que tienen un poder y una contundencia fuera de lo común, indiscutible. Pero eso no los hace intocables. A diferencia de sus hermanos de sangre, que siempre cuentan con mayor reserva de canciones, con variantes estéticas que transforman sus recitales en casi únicos –quedó demostrado en la quinta fecha–, el trío demoledor se está quedando sin sorpresas. Y hace un tiempo ya. Un repaso por la discografía da que las últimas cinco ediciones (Vivo acá, Oro, Canciones de cuna al palo, Vianda de ayer, Obras cumbres) son, como los nombres indican, rémoras. Saldos. Sobreexposición de éxitos. Pasado en copa nueva. Resta más que del último CD “real” (Vengo del placard de otro, 2002), el trío toca poco: esta vez, apenas “Ay, qué Dios boludo” –excelente, eso sí– y “Brillo triste de un canchero”, perlita que, en este caso, sirvió para inaugurar el bloque electroacústico, la calma relativa que reenganchó con “Como un cuento” y la siempre bella “Spaghetti del rock”.

Como fuere y pese a todo, los fanas de Divididos son irreductibles. Festejan la tradición y la contundencia. Se cuelgan de un torbellino del que no quisieran salir jamás. Cómo lograr que no, si el bajo de Arnedo suena con una fortaleza tal que es imposible abstraerse, si la guitarra de Mollo –bastante más chillona que lo habitual, esta vez– recuerda que esto es un festival de rock, más allá del circo que lo merodea; si la batería de Catriel pega directo en todos los pechos argentinos presentes. Si hay recurrencias vitales hacia Sumo (“Estallando desde el océano”, “Next week”, “La rubia tarada”) y, más aún, hacia Pappo’s Blues (“Sucio y desprolijo”). Si “La mosca porteña” traslada a un tiempo en que todo estaba por verse –“no sonaban los teléfonos y entonces nos poníamos a componer”, dice Mollo–, si “Azulejo” brilla en su solvencia.

¿Del resto?: Imágenes sueltas. Entrecortadas. Los Tipitos mechando temas del recién editado Tan real (el homónimo, más “Flores negras” y “Te vas”) con los que nunca fallan (“Busquenlá”, “Silencio”, “Brujería”), los Durabeat con sus ejecuciones exactas de “She’s so heavy” o “Get Back”, Coki and the Killer Burritos, importado de Rosario, luchando contra la –injusta– indiferencia en un escenario perdido; Catupecu y su fugaz tocada; Los Siete Delfines dándole salida, una vez más, al dark side y rabioso de los ochenta, y Kapanga en la suya. Ahora, lo del “día peronista”. Si Evita viviera, Mono.

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Divididos concretó un show tan contundente como previsible.
 
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