Viernes, 26 de octubre de 2007 | Hoy
MUSICA › FRANCO LUCIANI
Su nombre aparece en infinidad de obras ajenas, pero su carrera solista exige atención. Hoy actúa en La Trastienda.
Por Karina Micheletto
“Estoy buscando un disco donde no esté Franco Luciani”, es la cargada certera de un amigo. Es que la cantidad de apariciones de este rosarino de 25 años impresiona, en una lista a la Rodolfo Orozco: en el último tiempo fue invitado en shows y discos de Mercedes Sosa, Pedro Aznar, León Gieco, Luis Salinas, Chango Farías Gómez, el Dúo Coplanacu, Liliana Herrero, Lidia Borda, Divididos y siguen las firmas. Con sólo repasar una lista de recientes lanzamientos de música popular, aparece su nombre en los últimos CD de Teresa Parodi, Horacio Molina, María Volonté... No sólo eso: Luciani divide su trabajo al frente de su propio grupo, en dúo con el pianista Daniel Godfrid, y en trío con Raúl Carnota y Rodolfo Sánchez. Habría que agregar la mayor rareza: todo eso, tocando la armónica.
Además de recorrer escenarios como invitado, el joven saca sus propios discos, y el último, Acuarelas de bolsillo, que presentará hoy a las 21 en La Trastienda, es todavía mejor que los dos anteriores. Allí hace lucir su armónica a lo largo de diferentes ritmos de la música popular, sin estridencias de esas que despiertan palmas, ni falsos virtuosismos de acumulaciones de notas, en un recorrido que incluye tango, gato o chacarera. Y un bonus track: su versión de “Don’t give up”, de Peter Gabriel, en aire de vidala y huayno, que –asegura el músico– no tiene que ver con la ruptura experimental, sino con las posibles conexiones que saltan al oído. Después de tanto girar invitado, en el disco el joven se da el gusto de devolver gentilezas y así aparece León Gieco en una original versión en vivo de la zamba “Maturana”, el guitarrista Diego Rolón o la charanguista Mari Sano.
¿Por qué a Franco Luciani, joven con inquietudes musicales como tantos, se le ocurrió ser solista de un instrumento que siempre aparece acompañando, casi de adorno? “Es cierto, nadie les dice a los padres cuando es chico quiero ser armoniquista”, se ríe el músico. En su caso, durante años la armónica permaneció junto a la percusión, el primer instrumento que estudió. El rumbo apareció claro después de ganar el Premio Revelación en Cosquín, en 2002, un primer gran reconocimiento como armoniquista. También hubo, cuenta Luciani, un consejo paterno ofrecido a tiempo y con oído clínico de melómano: “Si te gusta la armónica, tenés que escuchar a Toots Thielemans y Hugo Díaz”.
“Por supuesto que después seguí escuchando a muchos otros –recuerda ahora el músico–, pero aquella guía de mi viejo fue totalmente reveladora. Thielemans y Hugo Díaz siguen siendo para mí los dos grandes modelos, los dos referentes que admiro.” De hecho, se suele hablar de Franco Luciani como “el sucesor de Hugo Díaz”, un título honorífico al que el joven no opone falsas modestias: “Después de él, soy el primero en tomar la armónica profesionalmente. No hablo de una cuestión artística, eso no queda en mi criterio: hablo de una actitud hacia el instrumento”, explica.
A treinta años de la muerte del gran Hugo Díaz, el show de Luciani incluirá un homenaje al maestro: se proyectarán imágenes del documental A los cuatro vientos, sobre la vida del armoniquista, de próximo estreno, y la invitada especial será su hija, la ex Viuda e Hijas de Roque Enroll Mavi Díaz, que acaba de sacar un disco donde también homenajea a su padre.
–¿Y por qué cree que la armónica es una rareza como instrumento solista?
–Simplemente no hay gente que se dedique como instrumento profesional, porque el instrumento tiene todas las posibilidades: es muy melódico, tiene un timbre que va bien al frente. Los armoniquistas solemos llegar a este instrumento a través de otros que son los que estudiamos primero, así fue también en el caso de Hugo Díaz y Thielemans. Hay una contradicción ahí: la armónica es un instrumento superpopular, pero siempre es usada para los detalles, para dar un toque diferente, como complemento. No se le saca el jugo. Y es porque hay muchos que la tocan, pero no hay profesionales. Hay una comparación que me parece que sirve como ejemplo: alguien puede saber algo de guitarra y rasguear un poco –lo cual no quiere decir que sea fácil–, pero eso no lo convierte en guitarrista. Bueno, creer que a la armónica sólo se le pueden sacar un par de sonidos es como considerar que con la guitarra sólo se puede rasguear. Como no hay una cultura, salta el prejuicio.
–¿El prejuicio tiene que ver con pensar que es un instrumento “fácil”?
–Y, sí, por ahí se liga casi a un juguete, tal vez por su tamaño. Ocurre que la armónica tiene los dos acordes fundamentales de la música occidental. Y, además, no hace falta técnica para poder sacarle el sonido, como en el saxo o la trompeta. Entonces, no solamente ya suena si soplás y aspirás, sino que te da los dos acordes. Es fácil sacarle una melodía básica. Pero falta gente que se dedique a estudiar todas sus posibilidades.
–¿Y por qué si en este país hubo un maestro como Hugo Díaz no aparecieron más discípulos?
–Hugo Díaz fue quien abrió un estilo, y no sólo fue maestro de armoniquistas; muchos músicos lo reconocen como influencia. Tiene que ver con la dedicación al instrumento. La mayoría de los que tocan la armónica hacen, además, otra cosa: tocan otro instrumento, son arregladores, directores. Para ser solista hay que dedicar la vida al instrumento. Desde que te levantás hasta que te acostás, todo lo que hacés –profesionalmente, claro– gira en torno de eso. Así es mi vida.
–¿Y cómo llegó a Peter Gabriel con aire de vidala?
–“Don’t give up” es un tema que siempre me sonó con un color del Noroeste, me lo imaginaba fácilmente con caja y quena. Lo que hice es un arreglo, pero si escuchás la versión original, es muy similar. De hecho, Peter Gabriel siempre investigó las músicas étnicas. Yo no estoy inventando nada, el folklore ya estaba ahí.
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