MUSICA › EL CHOQUE URBANO SE DESPIDE DE SU ESPECTACULO “FABRICANDO SONIDOS”
Manuel Ablín, director de la agrupación, explica por qué a partir del año que viene habrá cambios en su propuesta. “No quisiéramos caer en nada que sea un recurso comercial”, dice.
› Por Karina Micheletto
Hace rato que no hay que explicar de qué se trata lo que hacen: se puede decir a modo orientativo que son los Stomp o los Mayumaná criollos, aunque probablemente a sus integrantes no les guste una presentación de este tipo. Hoy la disciplina –o la mezcla de disciplinas– está instalada en el mundo y alimenta compañías que giran simultáneamente por distintos continentes. En el caso de El Choque Urbano –para ellos va la presentación–, la empresa es menos global en términos organizativos, pero, poco a poco, va abriéndose camino por escenarios distantes. De hecho, vienen de una gira que los llevó a paisajes tan lejanos, en más de un sentido, como los de Siria o Corea del Sur. Y ahora presentan dos únicas funciones, antes de encerrarse a preparar su nuevo espectáculo, para el año que viene. Hoy a las 23.30 harán su último show en el teatro ND/Ateneo (Paraguay 918), Fabricando sonidos, su espectáculo en constante transformación, del que los integrantes del grupo se están despidiendo.
Desde su surgimiento en 2002, con humildes pero recordadas presentaciones en el taller de Carlos Regazzoni en Retiro, El Choque Urbano ya es una marca instalada en este tipo de performances. Su trabajo básico consiste en “investigar las variantes sonoras de los elementos que hay alrededor”, explican. Esto significa utilizar tachos, sartenes, bolsas de supermercado, tubos plásticos, sopapas, para incorporarlos a un espectáculo que integra teatro, danza y mucha música, con ritmos como la chacarera, el reggae y el tango. Con caños de aire de diferentes tamaños como órganos de viento, que en sus puntas hacen bailar pelotitas de ping pong, luces rítmicas y una electrónica fusionada con tango, por ejemplo, el grupo multidisciplinario construye un pequeño relato.
Las quince personas que integran la compañía (todas están desde su fundación) se transforman en diecinueve cuando salen de gira, como la de este año, que los llevó por Holanda, Siria, Corea del Sur, Colombia, Nicaragua y Costa Rica. “Una familia que sabe convivir”, define Manuel Ablín, director de El Choque Urbano, en diálogo con Página/12.
–¿Y cuál es la respuesta del público en lugares tan diferentes, geográfica y culturalmente?
–En Costa Rica, Nicaragua y Colombia, por ejemplo, nos sentimos como en casa, realmente no hay ninguna diferencia entre ese público y el argentino. En Holanda también eran bastante cálidos, a pesar de lo que puede pensar uno por prejuicios. Estuvimos un mes de gira por veinticuatro ciudades, resultó buenísimo. Lo que sí fue rarísimo fue el circuito de fechas en Siria, en ciudades como Damasco y Aleppo, en un festival internacional de música en el que tuvimos algunas presentaciones en la calle. Primero, actuábamos exclusivamente para hombres. Por ahí había tres mil hombres en la calle mirándonos, como en Aleppo, y reaccionando de manera “anormal”, totalmente diferente a la que estamos acostumbrados.
–¿Y cómo es una respuesta anormal?
–Quiero decir que gritaban en momentos en que nunca se grita o se excitaban con cosas que jamás hubiésemos pensado que les iban a pegar. Por supuesto que hubo que tomar medidas con todas las participantes femeninas: a las chicas no se les podían ver los brazos ni las panzas. Eso fue algo que tuvimos que manejar con gran cuidado.
–¿Hasta cuándo piensan seguir mostrando Fabricando sonidos?
–Este espectáculo es nuestro caballito de batalla, se mantiene vivo porque se va reformulando y recreando, todo el tiempo, en la medida en que lo vamos haciendo en distintos lugares. Pero ya estamos al límite de entrar en una zona peligrosa, de quedarnos pegados. Y no quisiéramos caer en nada que sea un recurso comercial. No somos una multinacional como Stomp, Mayumaná o De la Guarda, que mantienen el mismo espectáculo y venden su marca. No nos gustaría terminar encasillados en esa vorágine como grupo.
–No son Stomp ni Mayumaná, pero les ha ido bien. ¿Cuál fue la clave?
–Supongo que se dio una combinación de factores favorables: por un lado, el valor de nuestro trabajo, que siempre tratamos de corregir y mejorar. Por otro lado, la propuesta en sí, que evidentemente tiene una salida comercial, interesa, porque escapa a la música para “mancharse” con un poco de teatro y danza. Y a su vez el momento en que surgimos fue especial, porque el género estaba en su auge: vinieron Stomp, Mayumaná y los productores empezaron a entender que lo nuestro era totalmente viable, no sólo artística sino comercialmente, aunque en su momento sonara a una locura llevar a quince monos de gira. Así que aquí estamos: seguimos siendo los mismos hippies de siempre, pero ayudados por una productora.
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