MUSICA › ENTREVISTA AL MUSICO BRASILEÑO MILTON NASCIMENTO
En su nueva visita a la Argentina dice que tocará sus clásicos, pero también canciones nuevas, porque apela a la “cabeza abierta” de su público. Milton habla de sus orígenes, del jazz, de su disgusto con la etiqueta world music y del falso enfrentamiento con el tropicalismo.
› Por Javier Rombouts
Milton Nascimento habla pausado. Es mediodía en Río de Janeiro y mediodía en Buenos Aires. Milton Nascimento habla por teléfono desde su casa de Río, pero su voz no parece llegar a través del auricular, su voz parece provenir desde el fondo de una caverna. Como en sus discos, Nascimento no utiliza la voz sólo para transmitir palabras, mensajes; Nascimento la usa como instrumento. Habla cantando, como si le fuera imposible prescindir de la melodía. Desde ese lugar un poco indescifrable, dice: “Estoy feliz de volver a la Argentina. La última vez que estuve fue muy hermoso. Me gusta tocar en Buenos Aires porque la gente aprecia la música brasileña pero también aprecia la música de todo el mundo. Me gusta también tocar en ciudades del interior, como Córdoba y Rosario. En verdad, siempre me gustan las ciudades del interior de los países, tienen una manera especial de escuchar a los artistas. En Argentina siempre me reciben con un entusiasmo y un amor que no es fácil describir. Y también reciben las canciones, incluso las que no conocen, con una cabeza muy abierta, como a mí me gusta”.
Nascimento actuará hoy a la noche en el Teatro Gran Rex (Avenida Corrientes 857, a las 21.30 horas) y se presentará mañana en La Usina, Córdoba, y el domingo en el Teatro Broadway, de Rosario. Sus recitales coinciden con el lanzamiento para la Argentina y Uruguay de un disco doble que contiene las grabaciones que el músico realizó con su primer grupo, El Corpo. Sin embargo, la música lo acompaña a Nascimento desde mucho antes de sus primeras grabaciones y de su primera banda. La música estaba instalada en la casa que sus padres adoptivos tenían en Minas Gerais; cuando él llegó, simplemente, la volvió parte del aire. “En la casa de mis padres siempre estaba la puerta abierta para la música. Escuchábamos música italiana, francesa, inglesa, cubana, argentina, portuguesa. Esa casa me marcó musicalmente. Ahí aprendí que siempre hay que estar abierto a todo tipo de música, a todos los géneros y los ritmos. Hay que ser curiosos y saber escuchar, siempre. Nunca hay que pensar que uno ya conoce lo suficiente. Eso mismo supe no bien empecé a rodearme de músicos de jazz. En ese ambiente siempre hay que tener el oído atento”, asegura.
–¿Su madre fue una figura fundamental en su formación musical?
–Definitivamente. En Minas Gerais escuchaba ópera junto a mi mamá. A veces, ella me subía sobre sus piernas, mientras tocaba el piano.
–Usted también aseguró que su madre, Lilia, fue la musa de su disco Pietá.
–Sí, los recuerdos de mi madre son siempre intensos. Creo que fue la musa de ese disco por una anécdota. Una vez empecé a sentir mucha nostalgia de mi madre, dejé de comer, necesitaba verla y esperaba sentado en la puerta que me rescatara. A la distancia Lilia sintió mi desesperanza y llegó en su auto verde a buscarme. Para mí, ese episodio es mi propia versión de La Piedad de Miguel Angel.
Desde muy chico, Nascimento tuvo una relación intensa con la música. De chico recibió una gaita de regalo y se la pasaba tocando en el balcón de la casa. Y muy pronto, a los trece años, decidió formar su primer grupo. “Empezamos a salir con mi amigo Dida y con Wagner Tiso a tocar por los bares. Teníamos que correr si aparecía la policía porque estaba prohibido que los menores tocaran en esos lugares”, recuerda.
–¿Cómo se llega de los bares a ser un músico de presencia internacional?
–Por el camino del jazz. Los músicos de jazz siempre fueron gente muy abierta a las nuevas músicas. Y en esos tiempos todavía lo eran más. Yo ya me había ido de la casa de mi padre y vivía en Río de Janeiro, aunque iba mucho a Belo Horizonte porque ahí vivían el resto de los integrantes del Clube da Esquina. Pero en un concierto del grupo en Río conocimos a Wayne Shorter, que estaba tocando en la ciudad con Weather Report. La primera vez que lo vi, casi me caigo de espaldas.
–¿Shorter ya había oído hablar de usted cuando lo fue a ver al teatro?
–Sí, y lo primero que hizo fue invitarme a grabar un disco con él, algo que yo ni siquiera me animaba a soñar. Nunca voy a estar lo suficientemente agradecido con Wayne. Hace poco me lo crucé en París, donde yo estaba grabando con la Filarmónica, y lo invité a tocar. Porque ningún sitio al que yo lo invite va a igualar esa fe que él puso en mí, sin siquiera conocerme personalmente. El puso su fe en la música.
Nascimento también siempre puso su fe en la música. Y, después del trabajo junto a Shorter, el mundo del jazz comenzó a convocarlo una y otra vez. Pero él no se encerró. El concepto de cabeza abierta lo hizo recorrer diversos géneros: pop, rock, junto a músicos como Peter Gabriel, León Gieco, Pat Metheny, Paul Simon, James Taylor. Incluso, transitó los arrabales del heavy metal, junto a la banda brasileña Angras. “Fue una gran experiencia porque el espíritu que ponen los músicos de heavy metal no se ve en todos los ámbitos, lo mismo que el enorme fervor del público. Ojalá en todos los géneros hubiese esa pasión”, afirma. Lo malo del gran abanico, como suele suceder, fue que al no poder encasillarlo enseguida llegó la etiqueta world music.
–¿Le molesta el rótulo?
–Para mí el casillero de la world music no es muy preciso, es sólo una idea que se creó para encasillar la música que en otros lugares del mundo, sobre todo los angloparlantes, no entendían o no sabían donde poner. Ese concepto de música es una de las tantas maneras en que se quiere limitar la música. Cuando yo comencé a hacer mis propias canciones lo único que juré fue que haría cosas en las que creyese y que trabajaría con gente que también creyera en lo que hacía. Y, aunque parezca sencillo de entender, a mucha gente le costó descifrar ese mensaje.
–¿A quiénes?
–Sobre todo a los grupos intelectuales. Ellos decían que el pueblo no iba a entender lo que cantaba. Pero a partir de la dictadura, cuando las puertas se fueron cerrando para mí y para muchos, todos vieron cómo el pueblo entendía mi mensaje. Incluso en las canciones en las que no cantaba una letra, en las que utilizaba la voz como instrumento.
–¿Cómo fue eso?
–Como yo me negué a irme de Brasil, me perseguían mucho y cuando iba a grabar O milagre dos peixes, en 1973, censuraron las letras. Me propusieron desde la discográfica esperar un poco o grabar otros temas, cambiar el disco. Pero me negué. Entonces, en 1974, decidí grabarlo igual pero tomando la voz como si fuera un instrumento más. Y la gente entendió de qué se trataba, por qué no había un mensaje con palabras. Creo que ese alegato fue aun más fuerte que cualquier letra posible.
–¿En esa época hacía los shows en los pueblos pequeños del interior de Brasil? ¿De ese tiempo le viene el gusto por las ciudades del interior?
–Es así. En esa época íbamos por los pueblos y hacíamos shows donde nunca entraba más gente. Y los estudiantes habían adoptado mi canción “Corazón de estudiante” como si fuese un himno social. Nosotros organizábamos los shows y después dividíamos el dinero recaudado: mitad para la lucha política, mitad para los músicos.
Es su propia historia lo que llevó a Nascimento a estar del lado de los más jóvenes, algo que sostiene hasta hoy. Ocurre que por décadas su música, de algún modo, estuvo enfrentada con el tropicalismo. “El único que nos escuchaba de ese grupo era Gilberto Gil”, puntualiza. Entonces, eran las generaciones más jóvenes quienes prestaban atención a su música. Una buena prueba de esto son sus grabaciones con la banda de ska Skank y con Carlinhos Brown.
–¿Cómo ve la música joven de Brasil?
–Creo que están en un problema. Mi generación, más allá de las diferencias, siempre tuvo la misma intención: buscar el espíritu, la verdad, una música profunda que llegue al alma y que le habla a todos los hombres del pueblo. La nueva música brasileña quizá se encuentre en una situación más complicada que la que vivimos nosotros. Porque hoy no es suficiente con buenas intenciones, hoy hay que luchar con un mercado implacable.
–Pero, ¿no es más fácil grabar?
–Sí, pero después de grabar qué hacen. Sin difusión no sirve de nada. Hoy surge en cada esquina un músico nuevo, con su estilo y sus búsquedas. Supongo que nos debemos estar perdiendo de grandes músicos que, justo en este momento, después de muchos intentos sin conseguir respuestas, deciden abandonar. Seguro que estamos perdiéndonos de infinidad de talentos.
–¿Sigue sorprendiéndose con los nuevos músicos?
–Absolutamente. La mezcla de la raza negra, tribus originarias y blancos hizo de Brasil un campo minado de ritmos y percusiones. Eso fue lo primero que quise transmitir con mi música. Y creo que es eso mismo lo que sigue ocurriendo en mi país. Y yo siempre hice canciones sobre mi tierra. “El último tren” habla sobre Punta de Arena, una región que unía Minas Gerais con el mar y donde el gobierno militar cerró un ferrocarril que la atravesaba. Y “María María” también tiene su raíz en el pueblo, trata sobre las mujeres descendientes de esclavos.
–¿No se cansa de estar siempre al tanto de lo que está pasando en la música?
–Para nada. Para mí es un placer. Estoy atento a todo tipo de música porque me gustan todos los géneros. Tengo el oído abierto siempre, cada vez que aparece un músico nuevo en Brasil me parece un verdadero triunfo. Por eso, apoyo a todos los músicos nuevos, porque me parece que ese trabajo lento que realizan para ser reconocidos es el esfuerzo más intenso que un artista puede dar. Después llegan otros esfuerzos y otras intensidades, pero esos primeros años son esenciales. Posiblemente los más importantes de una carrera.
–En 2008 cumple 45 años con la música. ¿Siente que ya tiene todo hecho?
–No, siento que estoy por el buen camino. La música siempre fue mi camino, y lo sigo caminando. La música siempre será mi compañera, mi mejor amiga.
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