Domingo, 25 de noviembre de 2007 | Hoy
MUSICA › DANIEL DREXLER PRESENTA LAS CANCIONES DE “VACIO”, SU NUEVO DISCO
Tiene un apellido célebre, pero su disco demuestra que sabe valerse por sí mismo. Esta noche actúa en La Vaca Profana.
Por Cristian Vitale
Daniel Drexler, médico y músico uruguayo, entiende al detalle los abismos que hay entre los ambientes del arte y la ciencia. En 2001, cuando editó Full Time, se arriesgó a posar desnudo para la tapa. Aparecía como una réplica del hombre total de Leonardo Da Vinci, con los brazos y las piernas extendidas, apoyado sobre un inmenso reloj de pared. A la productora no se le ocurrió mejor idea que empapelar Montevideo con un afiche que reproducía la foto a gran escala. Miles de personas lo vieron desnudo, pero él no se hizo cargo. “Fue tragicómico... en mi ambiente decía que no era yo. Esquizofrénico”, se ríe. Hubo más: tres años antes, inventó una laringitis con cama total para zafar de una clase de posgrado y presentar su disco debut: La llave en la puerta. El problema fue que en una de las aulas había un televisor y todo el mundo lo vio cantando en el programa de Omar Gutiérrez. “Era todo así”, evoca. “Me parecía que vivía en mundos disociados, paralelos. Por un lado, todo lo relacionado con el estudio, con dar exámenes y, por el otro, este mundo intuitivo, desordenado, relacionado con el placer físico... en un determinado momento fue jodido”, recrea.
El hermano menor de Jorge está en Argentina para presentar Vacío, su más reciente disco, que ya mostró en Ciudad Vieja (La Plata) y hoy mostrará en La Vaca Profana (Lavalle 3683). Viene de una extensa gira por España que incluyó shows por Toledo, Segovia, Burgos, Sevilla, Cádiz, Murcia, Zaragoza, Santander, Salamanca y uno, consagratorio, en el Festival VivAmerica, junto a Carlos Vives, Rubén Blades y Aterciopelados. Un presente que, claro, sería imposible de sostener negándolo. “Cuando la música se llevó a la medicina a su eje de gravedad superé una larga crisis existencial, que me duró de los 18 hasta los 30. Ulcera de estómago a los 23, no saber para dónde arrancar... mucho estrés, hasta que entré en el ambiente científico y me di cuenta de que todo lo que podía hacer con la música me jugaba a favor”, dice.
–¿Razones?
–Y... hacer una tesis de maestría era muy parecido a grabar un disco. Tenían la misma dosis de incertidumbre, de creatividad, de intuición; fue la primera vez que tuve que dejar de mentir.
La unicidad llegó tarde pero seguro. El segundo varón de los Drexler tiene 38 años y un pasado que pendula siempre entre la guitarra y el delantal blanco. Es, como sus padres y su hermano, otorrinolaringólogo. Ejerció, entre los 27 y los 33, en hospitales públicos y consultorio propio, hasta que encontró la fórmula para congeniar ambos mundos sin abandonar ninguno. “Me acomodé cuando me dediqué a la investigación científica, a la fisiología auditiva”, cuenta. “Es algo muy relacionado con la música porque investigo sobre los zumbidos del oído, sobre el sonido. Ahora puedo ver que muchas cosas que aprendí de la ciencia las apliqué en la música, y viceversa. Creo que tiene que ver con que en casa había una intención de que fuéramos personas inquietas.”
–¿Influyeron mucho sus padres?
–Sí, y algo en la mezcla no les salió muy bien (risas). Nunca hubo algo onda “tenés que estudiar medicina”, pero la imagen de mis padres era tan sólida que nosotros, sin pensarlo, estudiamos medicina. Ellos eran una especie de bloque oficialista que no se imponía de facto sino con el ejemplo. Y ésta es la forma más jodida de imponerse, porque no podés rebelarte: nadie te dice “no hagas tal cosa”. La rebeldía que uno generalmente tiene a los 20, la termina teniendo a los 30. Es la razón que explica que tanto Jorge como yo llegáramos tarde a la música.
–¿Cuánto tuvo que ver el impulso que pudo haberle dado su hermano, para dedicarse en pleno a la música?
–Me confirmó que es posible vivir de la música. Por otro lado, somos muy compinches, nos parecemos en muchos aspectos.
En rigor, Jorge es uno de los músicos que participa como invitado en Vacío, un disco que, según Daniel, invita a la introspección, el disfrute y la celebración vital. También aparecen en los créditos Fernando Cabrera, Hugo Fattorusso, Martín Buscaglia y Samantha Navarro: una uruguayidad caliente que choca contra la tentación de irse a vivir a España. “Podría hacerlo, porque tengo trabajo y un circuito hecho, pero me costaría mucho ver de lejos la escena montevideana. Uruguay es un lugar maravilloso para germinar ideas, aunque tiene un techo muy bajo. Muy pocos músicos viven de lo que hacen. Y, si sos un músico que trabaja con nichos, es muy difícil profesionalizarte.”
–¿Se siente un músico de nichos?
–Sí. Si bien hubo algunas cosas de Full Time que se hicieron masivas, mi sensación es que lo mío no es masivo. No sé si por complicado, pero seguro no es de primera escucha. Vacío arranca así desde el nombre, y desde la primera canción –“Novedad”– que empieza como pidiendo permiso. Igual, pensé que iba a ser un disco de radio más pequeño, o para ahorrar horas de psicólogo, pero me terminó abriendo las puertas para vivir de esto.
–Su música suena como un mosaico multicultural. ¿Cuáles son sus referentes?
–Los divido en tres grupos: el folklore regional, desde Yupanqui hasta Sampayo; el pop anglosajón y la música electroacústica contemporánea, más una enorme vertiente de música brasileña: Joao Gilberto, Jobim, Caetano. Mi síntesis trata de reflejar muy bien las raíces de donde vengo sin renunciar al presente. Uno de los grandes dramas que tuve durante mi crisis fue que estaba mirando siempre para adelante: “ahora termino la carrera, después empiezo tal cosa”. Pero en el momento que pude empezar a vivir el presente, sentí que algo se arreglaba en mi vida. Eso se traslada a la música. Cuando recreo folklore, lo hago desde 2007, no desde la década del ’50.
–No nombró a Jaime Roos ni a Eduardo Mateo, ni a Fernando Cabrera, ni al Kinto...
–No, pero es como si lo hubiese hecho. Cabrera es el más grande escritor de canciones en lengua hispana, vivo. Puede que la apreciación esté distorsionada dada mi proximidad con él, pero lo admiro un montón.
–¿Uruguay o España, entonces?
–Hay algo que no quiero perder, aunque vaya a pérdida, y es girar por los pueblos del Uruguay. Tengo varias experiencias: una vez fuimos a tocar a Artigas, en 2002. Fue el año de la crisis de la aftosa, que arrancó precisamente allí, y la ciudad estaba bloqueada. Un cordón del ejército la separaba del resto del país. Al mismo tiempo, el efecto del corralito argentino y el desborde del río en la ciudad complicaban más la cosa. En la ruta, la gente nos decía “no vale la pena ir a Artigas, está todo mal”. Y sí, cuando llegamos, vi algo raro en Uruguay: muchas caras de hambre. Tuvimos que hacer entrar a todo el mundo gratis, y el público me decía “gracias por acordarte de nosotros”. Yo solamente iba a presentar mi disco, pero terminó siendo muy emocionante. Situaciones así te unen más a tu tierra.
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