Domingo, 9 de diciembre de 2007 | Hoy
MUSICA › CATUPECU MACHU EN EL TEATRO GRAN REX
La banda liderada por Fernando Ruiz Díaz abrió la serie de presentaciones de su nuevo disco con un show que abundó en matices e incluyó un emocionado cantito dedicado a Gabriel, aún convaleciente.
Por Gabriel Catracchia
El murmullo es propio de una previa teatral, quizá de cine. Butacas, aire acondicionado, personal de traje vendiendo gaseosas y golosinas. No hay banderas, tampoco cánticos de cancha. Hay ansiedad y esa infaltable intriga hacia lo nuevo: una de las bandas más potentes de la Argentina en un teatro presentando su nuevo disco, un trabajo esperado especialmente por el público y el primero en salir luego del accidente de su bajista Gabriel Ruiz Díaz. Los rumores venían dando vueltas desde mediados de año: Catupecu Machu presentaría oficialmente su último trabajo Laberintos entre aristas y dialectos –un doble disco conceptual con seis temas en estudio, sólo tres de ellos nuevos, y nueve en vivo de distintos shows acústicos del 2005– en el teatro Gran Rex, un lugar a priori “extraño” para la arrasador propuesta del grupo.
Pero el día llegó, y nada fue tan extraño. Al apagarse las luces, Catupecu Machu dispara los primeros acordes, pero algo indica que no están solos: de fondo se escucha una pequeña orquesta de violines, cello, viola y flauta traversa dando un comienzo inesperado al show. El tema responsable de abrir la noche del viernes (la primera función de las cuatro fechas reservadas en el teatro) fue “El número imperfecto”. Fernando Ruiz Díaz en voz y guitarra, Javier Herrlein en batería y percusión, Martín “Macabre” González con los teclados y sintetizadores, y el recién ingresado Sebastián Cáceres –quien había trabajado como asistente para la banda– con la responsabilidad de reemplazar al otro Ruiz Díaz, fueron acompañados durante el primer tramo de la noche por esa sutil orquesta encargada de reversionar las canciones y dar un toque bien diferente al sonido de Catupecu.
“En los sueños”, “Entero o a pedazos”, “Magia veneno” y “Cuadros dentro de cuadros” siguieron la lista de temas dejando de lado su sonido original para que los violines tomaran la posta en los riffs de guitarra y poner en claro que, con un simple ritmo de pandereta, ese que hace cualquier amigo en un fogón, Catupecu puede demostrar un sonido potente, claro, armónico e hipnotizador. Recién después de “Cuadros dentro de cuadros” se escucha a Fernando hablar por primera vez. Será breve, porque apenas susurra un “Gracias”, y sigue tocando. Es el turno de “Seguir viviendo sin tu amor”, el tema de Luis Alberto Spinetta que fue reinterpretado por Catupecu en este último disco. Con “Refugio”, “A veces vuelvo” y “Grandes esperanzas”, el show dio por terminada su primera parte con un poco más de volumen y un fugaz repaso por las reversiones de los viejos temas de su nuevo disco.
Los telones se vuelven a abrir, para revelar que el escenario sufrió algunos cambios. Ya no hay orquesta, sólo los cuatro músicos con una pantalla de fondo que señala: “Acto II: El viaje”. Fernando se cuelga una guitarra electroacústica y da comienzo al brillante tema que abre el disco: “Viaje del miedo”. Luego, con “Foto en blanco y negro” y “Dialecto” –los únicos tres temas nuevos de “Laberintos...”– el show va tomando calor hasta explotar con el poder de “Acaba al fin”. El público deja de lado el concepto de teatro, se olvida de las butacas, y el pogo se presenta con un canto apabullante y motivo de “Oooh, Gaby va a volver, va a volver...”. Después del agite, las aguas se calman y con una versión nostálgica de “Hay casi un metro al agua” –del primer disco Dale!– con Ruiz Díaz y su guitarra solos en el escenario, el músico regala el último acorde del tema y emocionado, con lágrimas en los ojos, cuenta: “Acabo de ver a mi madre sentada, no sabía que estaba. ¡Te quiero vieja!”
El telón se vuelve a cerrar para dar un respiro y presentar a los invitados: Esteban “Pichu” Sernio-tti, que colaboró con la grabación de este último disco, se cuelga una guitarra y acompaña las melodías de “El lugar”. Luego, en “Preludio al filo en el umbral”, Leo de Cecco –baterista de Attaque 77– y el Zorrito von Quintiero –ya un ex Ratones Paranoicos– suben al escenario para agregarle –por si hacía falta– más poder al recital. Los bombos de las dos baterías hacen temblar –y no es una metáfora– el Gran Rex. Y el postre de la noche llega de la mano de “Plan B: Anhelo de satisfacción”, el tema de Massacre reversionado por Catupecu. Suben al escenario Walas, cantante de la banda, y Pablo Mondello en la guitarra. La gente invade los pasillos y eso de las butacas va siendo historia.
Con las dos últimas piezas (“Muéstrame los dientes” y “Opus 1”), Fernando vuelve a presentar a la orquesta, y el show finaliza lentamente en una armonía total. Llegarán los aplausos, el saludo final y la certeza de saber que acústico o eléctrico, al aire libre o entre butacas, con nuevos o viejos integrantes, Catupecu Machu resucita todo el tiempo con sorpresas, nuevos ritmos, y una saludable filosofía de búsqueda musical continua, esa que posibilita hablar de una misma banda, pero con una buena provisión de trajes diferentes.
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