MUSICA › HORACIO GUARANY, UNA LEYENDA DEL FOLKLORE ARGENTINO
En el primer Cosquín fue un cantor de boliche, y hoy vuelve como homenajeado de la última luna. Pero “El Potro” prefiere no tomarse las cosas demasiado en serio.
› Por Karina Micheletto
La última luna del Festival Mayor del Folklore traerá un homenaje de cierre a uno de sus históricos: Horacio Guarany, “El Potro”. Cuarenta y ocho años atrás, este hombre que supo hacerse de apodo indómito también formó parte de la grilla del primer Cosquín, como “cantor de boliche”. Ahora vuelve como motivo de homenajes. Su figura concentra de algún modo el devenir de la música folklórica argentina: el boom de los ’60, que protagonizó (uno de los iconos fue la zamba que “descubrió” y grabó por primera vez, “Angélica”, en una época en que en la Argentina se agotaron las guitarras); su etapa “comprometida”; su regreso del exilio transformado en el más vendedor; su recorrido durante los ’90, amistad con Carlos Menem de por medio. Podría decirse que su historia resume la del folklore argentino de los últimos cincuenta años. Y, gusten o no sus declaraciones políticas, siempre polémicas, su figura ha sido central en este género.
Hoy por hoy, “El Potro” no parece tomarse demasiado en serio esto de los homenajes: Prefiere hablar de su refugio de Plumas Verdes, su lugar en el mundo, en Luján, o de uno de sus viejos reclamos, la urgencia de crear “casas de servicio sexual”, “para que los jóvenes pobres puedan cumplir con esa necesidad fisiológica, que es más potente que el hambre y el frío”. Se sabe: Guarany no tiene nada que ver con la corrección política, y así avanza en la charla en su estilo: “Toda mi vida me criticaron: que soy comunista y uso camisas finas, que desafino... ¡Como si la afinación fuera el canto! Muchos podrán afinar muy bien, pero el canto es otra cosa”, asegura.
–¿Cómo imagina este regreso a Cosquín, qué tiene planeado cantar?
–Planear lo que uno va a cantar es como planear cómo va a hacer el amor el día que se case. Solamente los almaceneros del arte piensan lo que van a hacer arriba del escenario: el artista canta, no piensa qué va a cantar, eso sería para quedar bien, para ganar el aplauso. El canto está adentro de uno, es como cuando te enamorás de una persona: no pensás le voy a decir esto y lo otro, ¡no! Eso brota de adentro cuando sos artista. Los almaceneros, ¡madre mía! Buscan el aplauso, para ellos triunfar es que los aplaudan mucho. Y si no los aplauden recurren a esa aberración del espectáculo: ¡a ver las palmitas!
–En Cosquín suena mucho el “arriba las palmas”...
–Un día le pregunté a Eduardo Falú, que es un verdadero artista, cuándo iba a volver a Cosquín. Me dijo: cuando dejen de decir “a ver las palmitas”. Si vos pedís que te aplaudan, no lo ganaste, lo pediste. Igual que cuando estás cantando y la gente habla. Será que les gusta más que escucharte. Vos tenés que hacerlos callar con tu canto, no pidiendo silencio.
–¿Y le pasó alguna vez que no lo aplaudieran?
–Nunca. Hasta cuando meto la pata me aplauden.
–¿Cómo es su forma de componer, tiene algún método?
–¡¡Pero no!! Yo nunca pensé cómo compongo, ¡yo no sé cómo compongo!
–Pero no quiero que lo analice, quiero que me cuente cómo hace.
–A ver, déme un lápiz y un papel. ¿Cómo se llama? Bueno, mire: “Karina llegó hasta aquí, buscando que yo le cuente, mis canciones y mi mente, ¡pobre Horacio Guarany!” Ahora espere, ya le pongo música (canta). ¿Ve? Yo sé hacer canciones, puedo hacer diez seguidas. Pero no sé cómo salen, si no estudié nada...
–¿Y qué tiene que pasar para que esa canción después sea un éxito?
–¡Pero, otra vez le erró al machetazo! ¡Qué sé yo! Yo las hago, las grabo, después las venden. Yo no me propongo que la gente las cante, ni me dedico a eso. Tengo más de mil canciones. Y las hago de un tirón. Con Juanjo Domínguez en seis horas grabamos un disco. Y tampoco me interesa pensar en el éxito: el éxito es como las palomas, si las querés agarrar se vuelan. Reconozco que puedo resultar extravagante, o mentiroso, pero soy así. A veces pienso que soy marciano, porque vivo distinto a todos los demás. Un día tenía cien mil pesos en el banco, y me puse a pensar: pero si yo no los tengo, tengo un papelito, lo están usando ellos. Fui, los saqué, me compré un barco y me fui a vivir al barco. Un yate hermoso, grande. Enseguida me empecé a aburrir en el barco, entonces escribí en cinco meses tres libros. Sapucay, que acabamos de filmar en San Luis, El loco de la guerra, que vamos a filmar el año que viene, y Las cartas del silencio. ¿Cómo hago para escribir? ¡Qué sé yo! Me sale. Será que está el flaco INRI al pedo allá, y dice bué, le voy a mandar una canción a éste...
–También musicalizó a otros poetas, como Tejada Gómez.
–Sí, mi querido Armando. Me duele mucho que pareciera que en la Argentina los únicos escritores son Borges, Cortázar y Sabato. Nadie se acuerda de Tejada Gómez, de Castilla, de Perdiguero, de Lima Quintana, tantos. Menos mal que ahora lo reconocieron a mi viejo hermano querido, Juan Gelman. Con él éramos muy amigos cuando empezamos en el Partido Comunista, en el ’55, ’56. Después no lo vi más, pero para mí sigue siendo mi amigo.
Horacio Guarany dice que no puede hablar de destino, ni de Dios, pero que algo de eso debe haber. Y si no, cómo se explica que aquel chico que nació en el monte del Chaco santafesino, hijo de padre indio y anotado como Horacio Rodríguez, y que fue “prestado” a unos primos para que pudiera ser alimentado a cambio de su trabajo en un almacén de ramos generales, se haya transformado en Horacio Guarany. “A los cinco años yo escribía canciones. Me prestaron en un boliche y ahí me crié, lejos de mis padres. Venían los payadores, los cantores, y los escuchaba. ¿Influyó eso en mí o yo ya venía con el canto adentro? No lo sé, no pienso en eso, no calculo las cosas. Sé que soy un cantor, y uno bueno, aunque no siempre lo digo, para hacerme el humilde.”
Algo del orden del destino tiene que haberse cruzado para que la cantante estrella de la Opera de Pekín se llevara un tema de un joven e ignoto cantautor que probaba suerte en Buenos Aires, por entonces “acosado por la guadaña del hambre”. A través de ella su tema llegó a la Unión Soviética, y en 1957 fue invitado a participar del Festival Mundial por la Paz y la Amistad de Moscú. Esa actuación, dice, marcó su carrera, porque allá grabó y hasta filmó una película, y, como suele suceder, volvió como un artista argentino que triunfa en el exterior.
“En Moscú yo era el representante argentino, solo con mi guitarrita. ¿Y ahora? Acá no me puedo achicar, dije. Canté ‘No sé por qué piensas tú’, de Nicolás Guillén, ‘Canción a la paz’, que hice en el viaje, las ‘Coplas del Pobre’, de Nicandro Pereira: ‘Para qué quiero veleta en la cumbrera del rancho, para el pobre en esta vida todos los vientos son malos...’ Una tipa traducía. ¡Qué mierda, estaban todos chochos! Fue un golazo tan grande, que al otro día me llamaron de Radio Moscú. Canté, ahí nomás me ofrecieron grabar discos, y ya me llamaron para una película”, recuerda el cantor. “Acá yo ya andaba cantando, había formado un conjunto, pero andaba a la marchanta. Había grabado un disco sin pena ni gloria. Cuando volví de Moscú me enteré de que acá era un éxito, que Miguel Franco, que era como el Tinelli de hoy, lo pasaba por la radio. A partir de ahí ya me llamaron para hacer Radio Belgrano, después Splendid, después El Mundo. Nueve meses en radio, cuando no había televisión, era algo grande. Y ahí ya pegué el salto. ¡Mire qué destino, todo por Lui Yui Fan, la cantante de ópera china!.”
–¿Qué imagen se le viene a la cabeza cuando recuerda su exilio en España?
–Para mí es un orgullo que me hayan echado del país. Me ofrecieron varias veces indemnizarme, yo jamás lo aceptaría. Ahí también pasó algo metafísico. A mí me habían amenazado muchas veces, no les hacía caso. Pero esa vez habían matado a Atilio López, el vicegobernador de Córdoba, después a Risieri Frondizi, hermano del presidente... Ahí ya no me gustaba nada que me llamaran para decirme que estaba condenado con Nacha Guevara, que cantaba a Benedetti, Norman Briski, por el padre Mugica, Alterio y Brandoni, por la película La Patagonia rebelde. Lo llamé a mi representante y le dije “loco, me tengo que ir”. Me contestó: “parece una joda, o una trampa, pero justo hoy llamaron para contratarte de México”. Pasé unos días escondido en un gallinero de Valentín Alsina, después en casa de un amigo y de ahí a México. ¡Increíble, me habían llamado el mismo día que decidí irme! Vaya a saber qué cosa hay ahí, ¿no? De la misma manera, yo tuve muchos accidentes, tengo la panza abierta, y acá estoy, vivito y coleando.
–Se sabe que tiene algunas manías: no le gusta que lo toquen mucho, por ejemplo.
–No, por ningún lado me gusta que me toquen. ¡Yo no sé por qué!
–Es arisco.
–Sí, ¡será por eso que me dicen “El Potro”! Yo pienso que debe ser porque me crié solo de chiquito que el subconsciente se rebela ante algunas cosas. Hasta ahora extraño a mi madre, que ella no me acaricie, que no haya estado cuando me enfermaba... eso no lo borra nadie, esa necesidad. Será eso, digo yo...
–¿Se arrepiente de algo en su vida artística?
–No. Me arrepiento de algo que no puedo cambiar: no encontrar la manera de decirle al que hace esta maravilla de la vida, que otra que Dios, es un genio: cuando me toque morir matáme, pero no me arruines. Yo todavía tengo ganas de bailar, cantar, comer, crear... vivo haciendo cosas, ahora estoy haciendo un teatro en la esquina de mi casa. Pero el cuerpo ya no da.
–¿Le tiene miedo al deterioro físico?
–Miedo no, lo siento, lo veo, me doy cuenta. Hago gimnasia, tengo un gimnasio en casa, pero no alcanza. Cuando sos muchacho el cuerpo se defiende por sí mismo, ahora hay que ayudarlo. Hace poco fui a Sunchales, a llevar a mi pibe que está estudiando para piloto de aviación, me tropecé y me caí. No me podía levantar. ¡Qué bronca! ¡Pero si yo era un toro, por qué carajo me arruinan! Quiero vivir dignamente lo que me queda de vida. Eso es lo que pido hacer cada día.
–¿Está bien ganada su vieja fama de tomador de vino? –Soy un gran bebedor. Pero de calidad. –¿Cómo sería? –Me gusta tomar, pero un vaso de vino, dos, tres, no más. La gente cree que soy un borracho empedernido. Porque hablo del vino, lo amo, lo admiro. –¿Y por qué admira al vino? –Porque mi padre era un indio, muy malo, bravo. Trabajaba en el monte, con el hacha, ahí tuvo a sus 14 hijos. No tenía tiempo de jugar con nosotros, además no tenía cultura, pobre viejo. Pero los domingos se sentaba en un sillón de esos que se hamacan, que hacía mi madre con el hacha (porque ella hacía todos los muebles de la casa) y se compraba un litro de vino. Tomaba y cantaba, y acariciaba a mi madre. Y entonces nosotros podíamos jugar con él, subirnos a upa. Cuando fui grande pensé: ¿qué magia tiene el vino capaz de devolverle al hombre la ternura por los hijos, por la compañera, las ganas de cantar? Yo amo al vino porque el obrero, que no puede ir de vacaciones ni tener una casa como la gente, toma un vino, como hacía mi padre, y se reencuentra con él. Por ese día es feliz. –El remisero que nos trajo insistía en que es cierto que de las canillas de su casa sale vino. ¿Cómo nació ese mito? –En los ’70 compré una vieja casa que se vendía al lado de la mía. Un amigo me dio la idea: no la tirés abajo, vamos a arreglarla y a hacer un lugar para juntarnos, como un club. Macanudo. Hicimos una hermosa sala, con parrilla, piano, todo. Le pusimos “El templo del vino”: “No traigan velas, traigan vino”. Ahí cantaron Edmundo Rivero, Chupita Stamponi, los Quilla, los Abalos, Tejada Gómez, venía Graciela Borges, Olga Zubarry... Hicimos una gran inauguración, con la bodega bajo llave. “Che, loco, ¿y el vino? “, me decían todos. Bueno, abran la canilla... No me creían, hasta que alguien abrió una. ¡Se armó un quilombo! ¡Salía vino hasta por el inodoro! Simple: cerré la entrada de agua de la calle, vacié el tanque y le puse vino. Fue por esa noche, pero hasta ahora la gente cree que en casa me sirvo vino de la canilla. ¡No estaría nada mal! |
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