MUSICA › “THRILLER” RECARGADO, A 25 AÑOS DE SU PUBLICACION ORIGINAL
The world’s biggest selling album of all time incluye un CD con las canciones originales y un puñado de remixes de sus hits, más un DVD que rescata sus videoclips más famosos. Todo esto no es más que la excusa para retratar aquel momento de gracia en la carrera de Jackson.
› Por Fernando D´addario
En el booklet de Thriller. The world’s biggest selling album of all time, Michael Jackson les agradece a Prince, a su padre, a su madre, a todos sus hermanos, a Quincy Jones, a sus fans alrededor del planeta y hasta al reverendo Je-sse Jackson. Escribe que sin ellos, Thriller no hubiese llegado a ser lo que fue: precisamente “el álbum más vendedor del mundo de todos los tiempos” (alrededor de 100 millones de copias). Semejante despliegue de gratitud no es antojadizo y amplifica la debilidad actual del personaje. Frente a los vaivenes que fueron destrozando su vida en el último cuarto de siglo, aquel año ’83 rebota hoy como una suerte de arcadia sagrada, donde se acumulan todos los sueños que pueden caber en el imaginario de un superhéroe pop. Pero ese paraíso ilusorio encierra una contraparte paradojal: sin Thriller, tal vez Michael no se hubiese convertido en lo que es ahora, un tipo que tradujo los sueños en pesadillas, la fama en escándalo, el amor en patología y la inocencia en infantilismo. La existencia real de Jackson se fue degradando al mismo tiempo que su disco más famoso iba adquiriendo la inmunidad de los clásicos.
El flamante The world’s bi-ggest... ilustra sobre cierto espíritu culposo que anima a la industria cada vez que pretende reciclar un fenómeno comercial del pasado. Al homenaje estándar (un CD con las canciones originales de Thriller y un DVD que reproduce los notables cortos que acompañaron “Billie Jean”, “Beat it”, “Thriller”, más la legendaria performance de Michael en el especial para televisión de Motown 25: Yesterday, Today, Forever), hubo que añadirle un plus, un fallido intento de garantizarle “contemporaneidad” a la reedición. Hay seis tracks inéditos: un remix de “Billie Jean” con Kanye West, versiones remozadas de “The girl is mine” y “P.Y.T.” con will.i.am de Black Eyed Peas, de “Wanna be startin’something” con Akon, de “Beat it” con Fergie y el outake “For all time”, un corte extraído de las sesiones de grabación de Thriller. Más allá de la producción irreprochable y del buen gusto con que fueron encaradas las remezclas, los bonus-tracks resultan innecesarios; apenas invitan a escuchar con más ganas las versiones originales, que lucen, 25 años después, mucho más modernas.
Esta nota debería ser, entonces, un breve repaso de esos clics de modernidad que Thriller impuso en la cultura pop. En principio, una revulsión (por no utilizar la palabra “revolución”) política: Michael modificó la caracterización de la llamada “música negra” y fue el impulsor de la inserción –hasta entonces solapada– de los códigos afroamericanos en la industria cultural de Occidente. Jacko alteró para siempre la estratificación del público receptor. Trascendió los límites de un target que parecía establecido por la historia (músicos negros para oyentes negros amantes del soul sonido Motown) para dirigir su música a un consumidor mayoritariamente blanco, heterodoxo y virgen en términos de pertenencia rockera. A su manera, fue una especie de colonizador musical: si los blancos se habían apropiado del rhythm’n’ blues para inventar el rock and roll, Jackson volvía a agitar la coctelera y les devolvía una nueva receta, apta para todo público.
El productor Quincy Jones fue un personaje clave en este proceso de ingeniería artística que excedía la simple manipulación sonora. Desde la producción del anterior disco de Michael, Off the wall, había guiado su carrera en una dirección que lo alejaba del gueto. Según su concepción, a diferencia de lo que podría percibirse como un “hibridaje estilístico”, Michael debía potenciar el groove esencial de la música negra. El viejo soul de James Brown, la pulsión adrenalínica de Little Richard, amparados por un ropaje tecno. Jones pulió las asperezas de Jackson sin diluir su espontaneidad hiperkinética; hizo de la levedad un concepto digno de ser vendido y comprado.
Quincy fue mucho más que el hacedor del sonido livianamente demoledor de aquel Michael Jackson. Fue, también, el responsable de que el cantante canalizara sus fantasías infantiles en una dirección diferente: ya había dejado de ser el niño prodigio de los Jackson 5, pero podía seguir jugando a exorcizar sus fantasmas valiéndose de un presupuesto multimillonario. Michael concibió la idea general del video de “Thriller” después de recordar una película de terror que había visto, Un hombre lobo americano. Le pidió a su sello discográfico 800 mil dólares para financiar el rodaje de un cortometraje, que terminó costando más de un millón. El hombre tras la cámara fue John Landis, que enseguida entendió todo. Un ejército de zombies, efectos especiales (el sonido del lobo aullador, el chillido de la puerta, cómo olvidarlos...), la carcajada de Vincent Price. Ese combo visual como complemento de un misil disco-funk irresistible.
Para la balada “The girl is mine”, eligió el contrapunto vocal de... Paul McCartney. Más allá del marketing del crossover racial y generacional estaba el sueño de juntarse a grabar con Paul. Dicen que durante las sesiones de grabación, los protagonistas se la pasaron jugando y cruzándose chistes. Puede haber sido la reunión cumbre de la música pop, pero Michael llevaba todas las cosas a su terreno de inimputabilidad lúdica. Paul debió haber tomado nota, años más tarde, de su propia ingenuidad: no fue otro sino Jacko quien le ganó la pulseada por la adquisición de los derechos de las canciones de Los Beatles.
Michael tiene el copyright, asimismo, de otra innovación estética: la confluencia, hasta entonces apenas esbozada, de la música y la imagen televisiva. Vía MTV, el recorrido visual de los hits potenció la figura de Jackson hasta un punto que excedía los límites conocidos para una estrella pop. Una energía sexual naïf sin género definido, un paso de baile (el moonwalking) que estilizaba los arrebatos coreográficos de los barrios marginales y un puñado de canciones imbatibles (“Beat it” –con otro crossover incluido: la guitarra endemoniada de Eddie Van Halen–, “Wanna be startin’ some-thing”, “Billie Jean”, este último provocador de protestas femeninas porque el protagonista de la historia era un padre que no se hacía cargo de sus hijos...) completaron el producto publicitario más perfecto que haya dado la industria de la música. Dentro y fuera de su carrera artística empezaron a borronearse las fronteras entre realidad y ficción.
Resulta innecesario recorrer aquí el itinerario de su declinación posterior. Tal vez alcance con apuntar, solemnemente, que el agitador de toda revolución estética corre el riesgo de convertirse en su primera víctima, o que la fascinación enfermiza por la perfección estética suele despertar los peores monstruos que nos andan rondando. Quizá sea mejor concentrar la mirada en la vigencia musical de Thriller, hoy reivindicado por músicos negros que asumen su paternidad artística. Hace 25 años, cuando los monstruos todavía le sonreían, Michael Jackson soñó que hacía el disco de su vida. A veces es mejor no despertarse.
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