MUSICA › EL INDIO SOLARI EN JESúS MARíA, EL SáBADO ANTE 50 MIL PERSONAS
En el anfiteatro de la localidad cordobesa, el cantante presentó Porco Rex con un show intenso, salpicado de viejas perlas de Patricio Rey. Las bengalas volvieron a decir presente.
› Por Cristian Vitale
Desde Jesús María, Córdoba
En 1928, Ludwig Mies Van Der Rohe, el arquitecto alemán que diseñó el Pabellón de Barcelona, pronunció una de las frases más lúcidas de alguien parido por ese arte: “Dios está en todos los detalles”. Podría tomarse otro de sus aforismos clave (“Menos es más”), y algún hilo conductor, por asociación libre, enlazaría con la epopeya rockera del sábado, en Córdoba. Pero aquella es suficiente y, sobre todo, más explicativa: el Indio Solari, en uno de esos temas que no reconocen el anclaje popular de muchos otros (“Flight nine five six”) se la apropia y le modifica el sentido, casi de raíz: “Dios no está en los detalles, hoy”, canta, perdido en un laberinto sonoro. Concluyente y descriptiva. No puede estar Dios, al menos ese que no es Yahvé, en el cosmomundo de esos desangelados que un estado de cosas arrojó al mundo de hoy, casi como desplazados de todo. El, que está ahí arriba interpretando a la masa con su pluma cerebral y sus gafas negras, se eleva como si fuera un demiurgo terreno. Como intentando, tal vez, ocupar ese hueco inconsolable de la inexistencia... muy lejos de Rohe. Casi a contramano. Nada de esto, felizmente, parece cruzarse ni de lejos por las 50 mil personas que vibran ahí abajo, en el césped del anfiteatro de Jesús María. En la tierra.
Es la presentación oficial del segundo disco solista de Solari: Porco Rex. Hay una secuencia recurrente: Ricoteros de todos los puntos cardinales del país –lo típico– sitian un pueblo de las afueras y lo llenan de banderas inmensas, bombos, color, alegría: fiesta popular. Hay alguien que los va a hacer felices esta noche. Algo que jamás olvidarán, ya lo saben de antemano y más allá de cómo resulte al fin. Diez menos cuarto –45 minutos después de la hora anunciada– las luces se apagan y se encienden las almas. Un fuego apocalíptico que el demiurgo y sus Fundamentalistas del Aire Acondicionado –así se sigue llamando la banda– irán intensificando con dosis de música y adrenalina. De otro estreno, “Pedía siempre temas en la radio”, pasará a uno apenas más viejito –“Sopa de lágrimas”– e irá ratoneando, lentamente, con lo que todos esperan. La primera truena: es “La hija del fletero” y se encienden bengalas de todos los colores. Bengalas y morteros. El Indio no dice nada: Cromañón parece lejos. Nadie persigue a nadie. No hay boxeo, recuerdo, respeto ni compasión. ¿Retroceso o licencia de coyuntura? ¿Discutible o directamente reprobable...? A nadie le importa. Jesús María parece parte de otro planeta. Atemporal, en el país del todo pasa.
Importa, sí –lo único– que el Indio siga desparramando sonidos de los nuevos, pero más de los viejos. Y entonces seduce con “Martinis y tafiroles” (en una brillante versión) pero directamente penetra con “El infierno está encantador”, y va más al fondo con la revisita de “Tarea fina”, cuya armónica –inexistente– se reemplaza primero con el coro del gentío y luego, en la segunda vuelta, con un solo impecable de Baltasar Comotto, uno de los guitarristas. Y un break molesto: Solari sí se enoja porque alguien, de pifiarle al blanco, le acierta un zapatillazo. “Me están rompiendo mucho los huevos, loco. Si no dejan de tirar cosas me voy... esto es una fiesta, para bailar y cantar”, baja línea. Nunca se va, claro, y regala, como jugando al papá arrepentido, nada menos que “El pibe de los astilleros” en un tempo más lento que el original. O que el que hace Skay, en su propia ruta. Y “Nueva Roma”. Y algún tesoro de los inocentes. Y el final.
“Ji ji ji” repite otra secuencia irrepetible. Ni mil potros de los más chúcaros que ocupan este mismo lugar durante enero logran un torbellino similar. Desde lo alto se ven círculos enormes, gente que llega al cenit del movimiento, energía en estado puro que eyecta de cada parte y conforma un todo difícil de olvidar. El demiurgo, una vez más, se deshace de Dios por un rato y transforma una de sus esporádicas presentaciones en una fiesta pagana. Exactamente desangelada. Pregunta del millón: ¿es el Indio o es Skay el que se quedó con la esencia de los Redondos? La discusión podría ser eterna. Tal vez sea el guitarrista quien transmita mejor el espíritu clásico, el de los primeros discos y su consecuente sonido irritante. Pero es el frontman quien les dedica mucho más tiempo y lugar a los viejos temas y quien, a su vez, los transforma. Es su búsqueda y su evolución. Es quien se sube sobre los hombros de Patricio Rey para mirar más allá.
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