MUSICA › LA INCREIBLE HISTORIA DE LUCIO ARCE Y SU DISCO ¿TRAJISTE LA GUITARRA?
Vivió e hizo fortuna en una agencia de EE.UU. Pero un día cortó con todo y se dedicó a los tangos que presenta hoy.
› Por Cristian Vitale
Tipo raro: Lucio Arce, 51 años, nació en Estados Unidos y vivió allí –tras una estadía argentina– veinte años. Aquí, estudió en el Colegio Lavardén de San Isidro, se crió con sus pares de la clase alta, tuvo un padre que llegó a ser gerente del Sheraton y se recibió de redactor publicitario. Allí, fue director creativo de una agencia de publicidad en Nueva York, compró auto, casa, se deprimió, compuso jingles para una marca de cerveza y para la lotería de California. Ganó tanta plata que se dio el lujo de estar cuatro años sin trabajar. ¿Vida resuelta?: no. “Ahora estoy medio en la lona, pero soy mucho más feliz. Ya no soy un mercenario de las corporaciones”, arranca, mientras ordena un combo-oferta de café con medialunas en un bar border. Un día se le ocurrió escribir tangos: cajoneó los jingles y perdió la plata. Tangos que hablan de pobreza y privaciones. De una clase que no es la suya: “El pibe nos va a salvar” es la historia de una familia pobre que deposita sus esperanzas en un proyecto de crack, “El pibe delivery” cuenta de un changarín que muere bajo un colectivo, y “Caracú”, nostalgia sobre los pucheros de antaño. “Me frustra no poder hablar de Celedonio Flores con los chetos de mis amigos..., no tienen la menor idea, ¿cómo hago para que me vengan a ver?”, se ríe.
–Complicado...
–Cuesta convencerlos de que escuchen tango. Por lo tanto, es dificilísimo que me escuchen a mí. Tienen esa estética instalada del tango llorón.
Arce está invitando otra gente para su recital de hoy en el Café Homero (Cabrera 4946). La excusa es presentar su segundo disco –¿Trajiste la guitarra?— junto a Los del Zaguán, el trío de guitarras que armó para colorear sus ácidas ocurrencias. “Hay una situación que marca un antes y un después en mi vida. Tenía 8 años y mi papá trajo un disco que tenía ‘Viejo smoking’, por Julio Sosa. Me quedó grabada esa frase que dice ‘campaneá cómo el cotorro va quedando despoblado’: no tenía idea de lo que estaba diciendo, pero lo memoricé. El lado B era ‘Olvidao’, un tango campero que no conocía nadie, y a mí me encantaba. Creo que mi viejo y yo somos iguales, no podemos hablar de Celedonio, Manzi o Carriego con nuestros amigos”, remarca.
Arce no sólo adora el neolunfardo, el fútbol y las historias sórdidas. También las biografías: leyó la de Perón, la de Santucho, la de Galimberti, la de José Ber Gelbard y la de Videla, y saca letra del ensamble: “La historia argentina es riquísima en temas y pide una estética tanguera si hay que contarla en canción”, define. “Cuando volvía a EE.UU. me iba cargado de libros y discos de músicas que antes despreciaba y después empecé a amar. Estando lejos me volví más argentino. Por eso me da bronca que no pasen más música en castellano en las radios, siendo un país tan rico musicalmente. Son pocas las sociedades que pueden reclamar como propia una riqueza musical tan vasta: Gardel, Salgán, Demare, Troilo, Manzi, Yupanqui, Piazzolla, Spinetta...”
–Tuvo suerte con los invitados para el disco. Daniel Melingo, Pablo Agri, Ernesto Baffa, Cristóbal Repetto, Néstor Basurto...
–Conexiones. Lo de Baffa fue un gusto personal. Lo fui a buscar, lo llevé al estudio y le dije “dele, maestro”; con Basurto somos amigos y estamos preparando cosas. A él le doy mis mejores letras (risas). A Melingo me lo presentó un amigo en común: le llevé el demo, le gustó, lo perseguí seis meses y lo encontré un día antes que se fuera a París. Con él hacemos “Centro de Guillermo, gol de Palermo”, un homenaje al Boca de Bianchi.
–Los que llegaron...
–Totalmente: el resto, que son los más, nunca llegan. “El pibe nos va a salvar” es eso: rodeado de hermanos y escasez, al pibe se lo toma como un pasaporte para salir de la pobreza. Un tema muy jodido, porque la familia gira alrededor de él, lo presiona. ¿Si el pibe no te salva que hacés?, ¿lo matás?
—“Una lágrima de grasa/ la mollejita lloró”. ¿Por qué se le ocurrió “humanizar” una achura en “La última molleja”?
–Es un ensayo sobre la soledad. Me han dicho que es dadaísta y tonta, pero se lo mostré a mi mamá y le encantó..., además, hay un montón de tangos que empiezan con la palabra último o última y yo quería aportar mi cuota.
–¿Ya no hay vuelta atrás en términos profesionales?
–No creo. Cuando me echaron de la agencia me fui a cantar tangos a un bar del norte de Los Angeles por el pancho y la coca. Ahí dije “quiero ser esto” y me arriesgué. Ahora aspiro a llevar lo mío a Latinoamérica y Europa, porque laburando acá no pagás ni la verdulería.
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