Viernes, 9 de mayo de 2008 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA AL ESPAÑOL LUIS GARCIA MONTERO
El autor de Vista cansada abrió el III Festival Internacional de Poesía en la Feria del Libro. García Montero señala que los poetas deben “dejar de escribir como en una secta y de confundir la calidad con la dificultad”.
Por Silvina Friera
Si Ricardo Piglia sorprendió a todos con su reivindicación de la poesía, Luis García Montero recogió el guante y fue aún más allá al hablar de la ética y la responsabilidad en la apertura del III Festival Internacional de Poesía en la Feria del Libro. “La poesía es uno de los ejercicios más nobles del ser humano, pero vivimos en tiempos donde están liquidándose las conciencias individuales y los espacios públicos. La labor callada del poeta, que es capaz durante un día de estar persiguiendo la palabra precisa, representa al ser humano que no sólo dice lo que piensa sino que también se esfuerza en pensar lo que dice, porque comprende que la libertad no es sólo un derecho sino una responsabilidad.” Cuando el poeta y catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada comienza la entrevista con Página/12, en un hotel del barrio de Recoleta donde se aloja, parece prolongar el efecto de sus versos: “crece sin oxidarse”, como ha dicho su amigo, Joaquín Sabina, sin querer sonar políticamente correcto o, lo contrario, transgresor. “La poesía es el ejercicio vigilante de la conciencia en la búsqueda de una respuesta ética al mundo que vivimos”, señala el autor de Vista cansada, Habitaciones separadas, Premio Nacional de Literatura; La intimidad de la serpiente, Premio Nacional de la Crítica en 2003, y Completamente viernes.
García Montero, uno de los poetas más respetados de su generación, plantea que quizá la diferencia entre la novela y la poesía es que “la poesía tiene lectores, y la novela, aparte de lectores, tiene público”, y que le interesó, especialmente, que Piglia subrayara el hecho de que los poetas intentan no confundir la verdad con la mayoría. “Estamos acostumbrados a defender la libertad contra los viejos totalitarismos, y contra eso hay que seguir siendo muy vigilante, pero ahora nos toca reconocer otros peligros. En las sociedades democráticas de masas es muy fácil la manipulación de la conciencia pública que lleva a que la gente repita como loro aquello que se ha creado como opinión.”
–¿Por qué la poesía tiene lectores pero no tiene público como la novela?
–Por muchas razones, pero a mí cada vez me gusta más responsabilizar a los propios poetas. Vivimos en un mundo de mucha prisa y la poesía necesita un tiempo lento para pensar. Los planes de estudios cada vez someten más la formación de las personas a las exigencias del mercado, y la poesía necesita una formación humanística y un conocimiento preciso del lenguaje, que cada vez se empobrece más. La sociedad sólo se toma en serio aquello que tiene mucha repercusión en el mercado, confundiendo el valor de uso con el valor de cambio. Todo esto lo comprendo, pero cada vez pongo más la responsabilidad en los poetas. Han caído en la tentación de escribir para poetas, de escribir como en una secta, de confundir la calidad con la dificultad. Los poetas tenemos responsabilidad por lo que escribimos y por cómo actuamos.
–¿Pasó por esa etapa de escribir sólo para los poetas?
–Sí, la creación literaria es diálogo con la tradición y con la propia literatura, uno se hace también de los libros que ha leído. Cuando hay discusiones sobre si la poesía sirve o no para algo, me olvido de mi posición de poeta y me acuerdo de mi posición de lector. Y ahí se me acaban las tonterías, porque sé muy bien que soy como soy por los poetas que he leído, por Antonio Machado, César Vallejo, Juan Gelman, Angel González. Pero es una verdadera tentación convertir ese diálogo con la tradición en un coto cerrado sólo para poetas. El peligro para la poesía ha estado en el polo contrario de la novela.
–¿Por qué en el polo contrario?
–La novela, como puede tener repercusión en el mercado, te ofrece la tentación de querer escribir para vender mucho, y el peligro del novelista es rebajar la calidad para vender. A mí me da la impresión de que la poesía ha tenido la amenaza exactamente contraria: de escribir para no vender nada y oscurecerlo todo. La verdadera influencia del capitalismo en la poesía ha sido la resacralización de la poesía. Como todo es utilitario y muy vulgar, vamos a crear un territorio sagrado, sólo para iniciados, que trate al poeta como si fuera un sacerdote de las oscuridades. Así se ha llegado a una poesía que realmente no hay quien la entienda y que impide lo hermoso del hecho literario: el diálogo del lector con el autor.
–¿La vanguardia en cierto sentido terminó matando el hecho literario?
–La apuesta arriesgada del poeta en el siglo XX era instalarse en la ruptura, pero eso llegó a un límite que intoxicó al género. La poesía comparte el mismo contexto de futuro que la sociedad industrial. Los escritores que rompían y producían, producían y producían se parecían mucho a los ejecutivos industriales que producían y producían y no se daban cuenta de que estaban rompiendo el medio ambiente y estaban generando un aire irrespirable. Por eso la poesía se quedó sin lectores. Admiro mucho a la vanguardia, pero lo mismo admiro a las catedrales góticas en Europa: me gusta visitarlas como turista, no como creyente. No se puede mirar a la vanguardia con ojos de fiel. Ser muy consciente del tiempo en que vives te obliga a mirar la realidad. Comprendo muy bien que Adorno, al final de la Segunda Guerra Mundial, desarrollara toda una teoría estética de tono vanguardista diciendo que el capitalismo lo devora todo y que para que el capitalismo no devore la poesía hay que instalarse en el sinsentido. Eso estaba bien en los años 40, pero cuando empecé a escribir ya había otro mundo.
–¿Cuál fue el desafío que tuvo que enfrentar cuando se encontró con “otro mundo”?
–El neocapitalismo está liquidando los espacios públicos, las ilusiones colectivas; todo se fragmenta y se hace imposible el diálogo. Mi reto fue intentar escribir poemas como si fuesen espacios públicos donde pudiera hablar un lector y un autor, y para eso necesité instalarme en el tratamiento personal de la lengua de todos. Y es importante no repetirse; cuando uno va cumpliendo años y publicando libros, tiene la tentación de escribir con recetas, repitiendo siempre el mismo poema. El trabajo del escritor, sobre todo en la poesía, se basa en la paciencia. Saber esperar, saber callar, hasta que aparezca algo nuevo que decir.
García Montero cuenta que en su último libro, Vista cansada, escribió un poema que se titula Defensa de la política. “Ahora corren malos tiempos para la política. Hacer política es muy difícil, porque se han salido con la suya los que identifican política con corrupción, con mentira, con electoralismo, y eso siempre es una pérdida para los que defendemos los espacios públicos, porque cuando se desprestigia la política, quien sale ganando es el que quiere tener las manos libres para sus especulaciones privadas sin que existan reglas de juego que los controlen. Ahora más que defender la poesía y mi derecho a escribir sobre mi intimidad y poemas de amor, vivo una época donde son malos tiempos para la política y lo que tengo que defender son los espacios públicos”, plantea el poeta.
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