LITERATURA › OPINION
› Por Américo Cristófalo y
Hugo Savino *
La poesía de Leónidas Lamborghini no vino a ninguna celebración. El Solicitante no fue canto de lo cantado, no fue un hilado de lo hilado. Fue otra voz. Fue nuevo, sigue siendo. Leónidas Lamborghini no escribe para la morada poética del ser, esa ganga poética está impugnada en la averiguación de antecedentes del arranque, en esa vena poética del susurro y de la combinación. De la violencia y el teatro contrapuntístico. No es un poema de los blancos, ni un poema del pastiche lúdico. No se confunde con la poesía, por eso está presente. Ya cuando apareció no era contemporáneo de nada. Se escribió y funciona activo en el presente. No está hecho, no termina. Nos embarca contra la poesía. Que hasta ahí era un asunto de magos y teósofos con pretensiones de altura, de paraísos y temblores eróticos de fusión.
Lamborghini inventó la bufonería moderna, la disonancia, el golpe de ritmo, el purgatorio, el mundo de la fábrica. Y esta invención soberana de pintura moderna está dedicada, antes y ahora, a los partidarios de las grandes causas poéticas; vino y viene a sobresaltarlos, especialmente a los seguidores de educación estética, secretos o desembozados: “Rompe el mito/ de que has nacido antes que nada/ para expresar lo bello/ para decirlo ante todo/ bellamente”. El Solicitante deja atrás la poesía de la época en la corriente de la época, porque choca con sus detalles particulares, con sus costumbres, su política, sobre todo, esa de contemporáneos furiosamente actuales, encajados en lo último de lo último. El nervio principal del Solicitante está en la historia, entrándole en resquicios, robándole pulso existencial: “Que lo que digas/ diga tu existencia/ antes que tu poesía”. No comenta la historia, entra en su teatro, ¿cómo?: “por el aro”. (...) Las esencializaciones adoran la poesía. El Solicitante nace desencializado, desocupado, un loco que lee a Dante, a Hernández, a Discépolo, a Joyce. Tiene esa velocidad del que está situado. Lee solo. Leónidas Lamborghini lee solo. Y apoya el oído. Todo su poema nace de esa actitud: apoyar el oído. No se dijo “voy a hacer poesía”, aceptó el olvido para ir a lo nuevo.
Los aires del tiempo en que empezó a escribir eran muy desfavorables. Y Leónidas no tenía la voz de la poesía de su tiempo. Las imposturas rehacían lo hecho. Leónidas Lamborghini en El Solicitante descolocado pone el oído en la voz, lo “apoya” y lo hila en la voz. Inseparables. El mismo movimiento. Toda la aventura de una voz que no muere con la época, porque escucha lo transitorio de ella. El Solicitante sigue ahí, bello, activo, en la revuelta.
* Fragmento del prólogo a la reedición de El solicitante descolocado (Paradiso).
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