LITERATURA › EL ESCRITOR COLOMBIANO FERNANDO QUIROZ CUENTA SU EXPERIENCIA CON EL OPUS DEI
A los 16 años, el autor de Esto huele mal pasó por el calvario del Opus Dei y vivió para contarlo, en Justos por pecadores, finalista del premio Iberoamericano de narrativa Planeta–Casa de América. “La novela contribuye a revelar atrocidades”, confiesa.
› Por Silvina Friera
No es fácil escapar del cerco que construye el Opus Dei. Cuesta traspasar esa muralla cimentada por la culpa que inyecta en el alma de sus miembros y por el miedo a ser castigados con el infierno. El escritor y periodista colombiano Fernando Quiroz puede decir que vive para contarla. Cuando tenía 16 años ese joven ingenuo de educación católica y conservadora –de sus once hermanos, dos son curas y tres monjas–, mordió el anzuelo. Primero unos partidos de fútbol, después unas charlas y cuando se quiso dar cuenta ya estaba en las entrañas de una secta que se especializa en lavar cerebros. Cuando le pidieron que renunciara a las mujeres y que se clavara el cilicio para controlar el deseo sexual, empezó a dudar. La duda creció tanto que pronto decidió que ése no era su camino y en un año logró liberarse. “Hay secuelas que me quedarán toda la vida”, dice con calma, pero con un dejo de tristeza, como si en el fondo una voz le recordara que no es posible olvidar ni perdonar. Siempre supo que, llegado el momento, escribiría una ficción basada en esa experiencia. Con el fogueo previo de dos novelas, podría animarse a cocinar a fuego lento ese material autobiográfico. El resultado es Justos por pecadores (Planeta), novela finalista del premio Iberoamericano de narrativa Planeta–Casa de América, en la que el protagonista, Vicente Robledo, decide abandonar el Opus Dei después de once años. Tiene una poderosa razón para escapar: el descubrimiento de una carta que le envió su padre, en la que le informa que sufre un cáncer terminal, y que los superiores de la casa ocultan especulando con que el Opus Dei heredaría todos los bienes del futuro difunto por el testamento que el propio Vicente firmó a nombre de la congregación.
La secta lo perseguirá y lo amenazará porque Vicente se llevó unos documentos secretos que podrían poner en jaque al Opus Dei, si se hiciera una denuncia judicial o si llegaran a manos de la prensa. Eduardo, otro que también abandonó la secta, ayudará a Vicente a reencontrarse con su padre. El momento más siniestro de la novela es cuando Eduardo recuerda que participó de una misión ultrasecreta que consistía en cursar la carrera de sociología en la Universidad Nacional de Bogotá para poder determinar quiénes de sus compañeros eran de izquierda, quiénes pertenecían a algún movimiento político, quiénes tenían liderazgo sobre los demás. “Un compañero, al que seguí con más atención, que se llamaba José Alvarado y que pertenecía a las Juventudes Comunistas, desapareció antes de que termináramos el semestre –le dice a Vicente–. Tengo ese muerto atravesado. Y lo tendré atravesado por el resto de mis días. No son pocas las noches que aún me pregunto si su muerte tuvo que ver con aquella cruzada de la que participé.”
Quiroz cuenta que la mayoría de los hechos que suceden en Justos por pecadores pertenece al orden de la ficción, aunque admite que hay “prácticas exactas” que ocurren puertas adentro de la congregación fundada en 1928, en Madrid, por Escrivá de Balaguer. “La delación es una práctica permanente en el Opus Dei. Nunca supe de la existencia de un nexo entre el Opus y organismos parapoliciales, aunque en la novela se sugiera una conexión –subraya el escritor en la entrevista con PáginaI12–. El Opus Dei se ha entendido muy bien con los regímenes de ultraderecha. Fue uno de los grandes sustentos de Franco, en España; Escrivá de Balaguer le dio el aval a Pinochet, en Chile, y sé también que hubo miembros del Opus vinculados con las atrocidades cometidas por la dictadura argentina.” El escritor colombiano utiliza la ficción como una vía posible de interpretación de ciertos hechos. “Nunca oí que nadie dijera ‘ojalá Benedicto XVI se muera lo antes posible’, pero esa frase, en la novela, lo que está interpretando es cómo el Opus Dei ha hecho una carrera acelerada para obtener el poder en el Vaticano. Y todo lo que ha logrado metido en las finanzas del banco Ambrosiano, a cambio de lo cual ha recibido favores como la canonización express de Escrivá de Balaguer. No hay nada en la novela que no tenga una base o no esté desarrollado a partir de situaciones insinuadas o probables. No escribo pensando en dejar moralejas, pero la novela contribuye a revelar atrocidades.”
Antes de sentarse a escribir y saldar las cuentas con su pasado, Quiroz investigó mucho. “Aunque sé lo que pasa dentro del Opus Dei, quise documentarme más. Hablé con mucha gente que conocía más horrores de los que yo conocí, leí sobre la estructura del Opus, sobre su presencia en los últimos años en el Vaticano. Hice un inventario donde reuní todos los datos, lo mismo que hago antes de empezar a escribir mis reportajes o mis crónicas. A partir de todas esas experiencias reales, incluidas la mía, lo que hice después es ficción; claro que, como dice Juan José Millás en El mundo, las novelas son mentiras a través de las cuales se cuenta la verdad.” La verdad, entonces, es que Quiroz duró un año en el Opus Dei. “Poco a poco van soltando su dosis de veneno, te van llevando de una charla a otra y en un momento han trabajado tan bien que te hacen ver como un elegido y que el Opus es un camino para llegar al cielo –recuerda el escritor–. A los 16 años era un niño absolutamente ingenuo, no conocía casi nada del mundo y me pareció que el Opus era mi familia. Una vez adentro, te empiezas a dar cuenta de una cantidad de cosas que jamás te dijeron, como que debías renunciar a las mujeres. Empecé a sentirme muy mal. ¡Dios mío, yo no quiero renunciar a las mujeres! Pero si dejaba de hacerlo me amenazaban con el infierno. Un día me dijeron que si me salía me iba agarrar cáncer y que mi familia sufriría mucho. A esa edad, en que eres tan maleable y con una formación tan conservadora como la que tuve, te cuesta mucho trabajo salir. Hasta que la duda se fue engordando y ellos vieron que me estaba convirtiendo en un mal ejemplo para los otros.”
El joven que volvió a las calles de Bogotá estuvo acechado por la culpa. “No sé cómo será en otras religiones, pero el catolicismo te agobia con la culpa. Cuando pasa el tiempo, pones en orden tu cabeza y te das cuenta de que te estaban prometiendo el infierno, pero que el infierno era eso. No me molesta hablar del tema, si no no habría podido escribir la novela y me habría salido un panfleto. Y yo quería contar una historia, hacer literatura”, explica Quiroz, autor de las novelas En esas andaba cuando la vi (2002), Esto huele mal y del ensayo-biografía El reino que estaba para mí. Conversaciones con Alvaro Mutis (1993). “Hay muchas cosas del protagonista que están inspiradas en un profesor que estuvo adentro quince años. Cuando salió del Opus, me contó: ‘Yo no podía responder sexualmente. ¡Cómo habría podido si durante quince años me hicieron ver que la mujer era sinónimo de demonio, de pecado!’. Fue virgen hasta los treinta y pico y le costó mucho relacionarse con las mujeres.”
Ex editor cultural y columnista del diario colombiano El Tiempo, Quiroz estuvo vinculado con las revistas Cambio, Semana y Soho, y fue corresponsal de la revista Gatopardo en Argentina entre 2000 y 2001, “antes del corralito”, aclara, como si esa frase fuese una contraseña de argentinidad. “Como adoro la Argentina, decidí tomarme un año sabático autofinanciado. Junté mis ahorros, renuncié a todos mis trabajos, sólo me quedé con una corresponsalía para Gatopardo y me vine a escribir la primera novela. Acá empecé mi carrera literaria –confirma el escritor–. En mis novelas siempre hay un personaje Morelli, un argentino que hace oficios diferentes, y es de alguna manera un homenaje a Cortázar, a ese escritor inmenso que cuando lo leí dije: ‘Yo quiero esto’. Argentina está muy presente en mi obra.” Quiroz sabe que no hay forma de borrar el pasado y que no se lo puede ignorar. “Nada me gusta más que escribir, disfruto mucho escribiendo. Sé también que al escribir me estoy conociendo mejor a mí mismo, conozco mejor al hombre y de lo que puede ser capaz.”
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